FÚTBOL
Hernán Darío Gómez: dando 'Bolillo' por América
El estratega colombiano tiene el secreto para llevar a los equipos de fútbol a los mundiales. Así llevó a Panamá a su primer campeonato mundial.
¿Es Hernán Darío Gómez un buen director técnico? Seguro que sí. Y no es una ocurrencia. Bastaría apelar al lugar común de que los números hablan por él, y de necesitar una cifra puntual, elegiría las clasificaciones de las tres selecciones nacionales que ha llevado a los mundiales: Colombia (Francia 1998), Ecuador (Corea-Japón 2002) y Panamá (Rusia 2018). Pocos entrenadores pueden presumir de tales honores.
Pero, ¿cómo logra el Bolillo, a quien muchos le critican el trabajar poco, este éxito? Antes de que se lo atribuyan a la suerte sus detractores profesionales, a quienes él mismo cosecha con esmero y alimenta con cada salida en público, hay que decir que, como toda cabeza visible de un grupo humano, Hernán Darío Gómez tiene un método, discutible, pero método al fin y al cabo.
Su forma de dirigir parte de un hecho: la autenticidad, que va más allá de sus dichos y del estilo desabrochado, y que le funciona con los futbolistas. En este deporte, que no suele ser un monumento a la lealtad ni a la sinceridad, a Hernán Darío, como dirían los comentaristas deportivos, “los equipos no se le paran”, los jugadores no lo traicionan. Ese grado de mutua confianza genera insospechados dividendos en el rendimiento de las escuadras a su mando. Si el fútbol actual es, en esencia estrategia, precisión y potencia física, el ingrediente anímico puede llegar a pesar tanto como esos otros factores. Bolillo es un motivador que contagia, incluso con su complejo temperamento. Él perdona todo, menos bajar los brazos.
¿Y en el fútbol? Ahí, Hernán Darío tiene el mayor de sus méritos. Es un director técnico vigente. Han pasado 28 años desde que en 1989 Colombia logró un cupo en Italia 90, con él en calidad de asistente de Francisco Maturana. Es decir, siete campeonatos del mundo después, casi ocho, él sigue ahí, incólume, en la raya de siempre, fiel a su estilo personal y a las claves que le permiten estar entre los mejores. Y sin asomos de irse, pues nunca ha sabido lo que es renunciar a ser único, porque como el Bolillo, para bien y para mal, no hay dos.