HISTORIA

Maravilla natural

Desde el siglo XIX, la bahía de Cartagena es admirada por quienes la recorren. Así lo evidencian los testimonios recogidos por Alfonso Múnera, embajador de Colombia en Trinidad y Tobago.

Alfonso Múnera*
9 de noviembre de 2017
Ser sostenible es uno de los principales desafíos de la bahía de Cartagena para seguir impulsando su desarrollo. | Foto: Héctor Rico

El revolucionario y célebre geógrafo francés Eliseo Reclús escribía en 1855, ante el espectáculo de la bahía de Cartagena: “Su rada es una de las más bellas del mundo entero, y muy fácilmente podrían cavarse en ella diques flotantes o de carena, necesarios hoy en todos los puertos comerciales”. Tres años después, el joven romántico liberal José María Samper, uno de los intelectuales colombianos notables del siglo XIX, conocería La Heroica y el mar por primera vez. Viajaba de Bogotá hacia Europa y así relató su travesía: "Y al fin, surcando una bahía de admirable belleza, que ensancha el corazón y da la primera noción de la majestad del océano, el viajero ve a Cartagena, bella, melancólica, romántica". Otro francés que se sorprendió con la bahía fue el biólogo y médico Charles Saffray. En las memorias de su visita a los Estados Unidos de Colombia en 1869, decía: "La rada (de Cartagena) es una de las más hermosas del mundo, en ella podrían reunirse todas las flotas de Europa".

Los anteriores son apenas algunos ejemplos de las muchas descripciones de viajeros que elogiaron con entusiasmo y emoción, la belleza imponente de la bahía de Cartagena, antes, mucho antes, de los males que la aquejan hoy. Una de las primeras que conocemos es la de los científicos españoles Antonio de Ulloa y Jorge Juan, contenida en sus memorias del viaje a Cartagena de 1735. En ella dicen: "Hállase la plaza de Cartagena de Indias con una de las mejores bahías que se conocen, no solamente en aquella costa, pero aun en todas las descubiertas de aquellos parajes. Extiéndese dos leguas y media Norte Sur; tiene mucho fondo y bueno; y grande serenidad: de suerte que no se reconoce más movimiento en ella que el que puede notarse en un apacible río". Más adelante agregan: "Es muy abundante en pescados la bahía: los hay de varias especies, tienen buen gusto y son saludables; los más conocidos son los sábalos, cuyo gusto no es muy delicado. Tortugas en gran cantidad, muy grandes y de buen sabor, y otros".

Además de la admiración que despertaba su belleza, gracias a esa bahía, Cartagena se convirtió en la fortaleza militar y emporio comercial de los tiempos de la Colonia. Y también fue la avenida principal del comercio colombiano durante siglos. Si los gobiernos centrales la cuidan y la protegen, está llamada a cumplir de nuevo el papel protagónico que su geografía y la historia le tienen asignado. Situada en uno de los lugares estratégicos del mar Caribe, a muy corta distancia del Canal de Panamá, ofrece muchas ventajas para competir en el difícil mercado portuario y marítimo de la región, pero también enfrenta desafíos grandes para mantener su grado de excelencia. Desafíos que requieren de una participación decisiva del Estado.

Los testimonios de los viejos cartageneros describen una bahía que todavía en la década del cuarenta era de aguas limpias, transparentes y ricas en especies marinas, de hecho, una de las aficiones de los jóvenes de entonces era ir a pescar en ellas. Hoy, ante el profundo deterioro que ha sufrido (por décadas de mal uso y generalizada indiferencia), esas historias parecen cuentos fantásticos. Los índices de contaminación son muy altos y el nivel de sedimentación ocasionado por las aguas del Dique le ha proporcionado mucho daño.

La sostenibilidad de la bahía debería ser un objetivo supremo de los colombianos. Desde los tiempos de la Conquista ha sido nuestro mayor espacio de encuentro con el mundo. Grandes desarrollos podrían tener lugar –en mayor escala de los que ya hemos vivido– en sus orillas. Es urgente pensar, por lo tanto, en su adecuada conservación al lado de su planeación económica. La vocación marítima de Cartagena estuvo en la base de su grandeza, y su escenario fue su magnífica rada, admirada por todos esos distinguidos viajeros que tuvieron el privilegio de navegar sobre ella en los días aquellos en que solo las aves surcaban los cielos.

*Embajador de Colombia en Trinidad y Tobago.

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