Opinión
¿Llegó la hora de comer insectos?
Desde hace siglos, África, Oriente Medio y Asia han padecido las langostas. En Suramérica ya comienzan a verse enjambres de unos 40 millones de voraces saltamontes. Comerlos es una de las alternativas.
Estos días extraños de marzo y abril nos dejaron postales nunca vistas: ciudades vacías y humanos atrincherados en sus viviendas, como en cajas de fósforos, tratando de huir a la versión moderna de la peste, que para la inmensa mayoría de los pobladores del planeta había sido hasta entonces tan solo una mención histórica. Con el mundo arrinconado por el covid-19 y obsesionado con la búsqueda del remedio para derrotarlo, ha habido pocos ojos y poco tiempo para reparar en una plaga que devasta la zona oriental de África: nubes de langostas del desierto, consideradas por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), como una de las colonias migratorias más antiguas y destructivas. Tanto, que la Biblia las menciona.
“Ocultaron la luz del sol y cubrieron todas las tierras, devoraron toda la hierba del campo, y todos los frutos de los árboles que el granizo había dejado...”, narra el libro del Éxodo sobre la octava plaga que envió Yavé sobre Egipto para liberar a su pueblo. Desde hace siglos, África, el Oriente Medio y Asia la han padecido. Las langostas de este apocalíptico año de pandemia, las peores en mucho tiempo, están fortalecidas por una humedad atípica y ayudadas a dispersarse por una cifra récord de ciclones. Salieron de Yemen, en la Península Arábiga, cruzaron con facilidad el mar Rojo y entraron a Etiopía. Se han paseado por sus campos durante todo el semestre, devorando sus sembrados y los de Kenia y Somalia, países con una gran inseguridad alimentaria. Según autoridades regionales, tan solo en Etiopía se perdieron 350.000 toneladas de cereales. Una verdadera tragedia para una nación donde las sequías y las hambrunas son el pan de cada día.
Pero las langostas también están en Suramérica. Un enjambre de 15 kilómetros cuadrados, unos 40 millones de saltamontes voraces salieron de Paraguay, entraron por el norte a Argentina y amenazan con trasladarse a Brasil y Uruguay. Ingieren su propio peso en plantas cada día y si los vientos ayudan, pueden viajar hasta 150 kilómetros en una jornada. Por fortuna, el frío del invierno austral las tiene bloqueadas. Las enfrentan fumigando con químicos que, a la larga, afectan otros seres vivos y el medioambiente. Científicos en Kenia están experimentando estrategias más creativas como un hongo que funciona como biopesticida: las mata sin dañar otras especies. También ensayan con olores que las confunden y las inducen al canibalismo. Pero la más sencilla es convertirlas en alimento. Los investigadores promueven su consumo a través de innovadoras recetas.
He aquí el dilema: ¿Dejar que las langostas devoren nuestros alimentos, o abandonar los prejuicios y comérselas a ellas? Aplicarles la voracidad humana y diezmarlas con su misma estrategia. En estos tiempos de cambios imprevistos, ¿llegó la hora de comer insectos? Porque para plagas, los homo sapiens.
*Directora de información internacional de Caracol Televisión
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