Análisis
¿Por qué Colombia no puede brindarles seguridad alimentaria a sus ciudadanos?
Hoy, 2,4 millones de colombianos se enfrentan al hambre cada día. Aunque la cifra es inferior a la registrada hace una década, el país aún tiene una cuenta pendiente en esta materia. ¿Cuáles son las razones?
Seguro que usted conoce esta expresión. Solemos decirla cuando nos llega la cuenta en un restaurante y notamos que el precio es más elevado del que esperábamos. De inmediato alguien en la mesa gritará: “¿Quién pidió pollo?”. Es una queja. Es una exclamación sorpresiva. Y quizás hoy, cuando abundan las pollerías en el país, resulte difícil de comprender. Pero hace más de tres décadas, cuando el costo de los insumos para la cría de esta aves era muy alto y hacía que consumirlas fuera casi inalcanzable, era una frase con mucho sentido.
La realidad nacional ha cambiado. Como lo recuerda Ángela Penagos, directora de la oficina en Colombia del Centro Latinoamericano para el Desarrollo Rural (Rimisp) “en la última década la situación mejoró significativamente. Pasamos de tener cerca de un 10 por ciento de la población en inseguridad alimentaria, a estar hoy en 4,8 por ciento”. Ese porcentaje corresponde a 2,4 millones de ciudadanos, así lo reveló en 2018 la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Es decir, a pesar de la mejoría que señala Penagos, las cifras todavía resultan dolorosas. Comer pollo no es un imposible, pero hay millones que aún no comen nada.
A Colombia le falta mucho para garantizar la seguridad alimentaria de sus habitantes. Según la Encuesta Nacional de Situación Nutricional de 2015, mientras ese año el 10,8 por ciento de los niños entre 0 y 4 años sufría de desnutrición crónica, el 6,4 por ciento padecía de exceso de peso (tanto obesidad como sobrepeso). En ese mismo periodo, el 54, 2 por ciento de los hogares colombianos reportó tener dificultades para acceder de manera segura y permanente a alimentos suficientes y de calidad.
Esto resulta paradójico si se recuerda que nuestro país tiene una gran variedad de climas, una notable riqueza hídrica, más de 8 millones de hectáreas de tierras cultivables –que pueden ampliarse a 22 millones–, y toda clase de recursos biológicos.
PREGÚNTELE AL CÉSAR
Entonces, ¿por qué hay colombianos que no tienen qué comer? De acuerdo con varios expertos en seguridad y soberanía alimentaria, este es un asunto histórico y multidimensional que tiene principalmente tres causas: el acceso a la tierra, el mercado agroalimentario y condiciones estructurales como la pobreza y el desempleo.
Óscar Gutiérrez, director ejecutivo nacional de Dignidad Agropecuaria Colombiana, explica que “el problema tuvo sus raíces en el proceso de independencia nacional, porque en el país nunca hubo un reparto democrático de la tierra. Hubo intentos, es cierto; y movilizaciones de campesinos y esfuerzos organizativos, pero debido a la violencia, en gran parte, nunca se logró realmente este propósito”.
Eloísa del Castillo Matamoros, coordinadora del Observatorio de Soberanía y Seguridad Alimentaria y Nutricional de la Universidad Nacional (Obssan), agrega que “lo que vemos ahora proviene de tiempo atrás, de unas brechas, de unos indicadores de desempleo, y de la falta de acceso de la gente a una vida decente; una que le permita por lo menos satisfacer sus necesidades y sus requerimientos de alimentos básicos”.
Otra de las razones de la inseguridad alimentaria es la apertura económica de los mercados colombianos, que se produjo en el gobierno de César Gaviria, y que no siempre ha sido ventajosa para el país. “En 1990 éramos autosuficientes en toda la dieta básica. Solo traíamos 400.000 toneladas de alimentos del exterior. Pero el año pasado importamos 14,2 millones de toneladas”, explica Gutiérrez.
Esto ocurre porque “la política comercial de los TLC implica que hay países como Estados Unidos que tienen una capacidad muy grande para invertir en desarrollo científico y tecnológico aplicado a la agricultura. Esto les permite contar con importantes excedentes agrícolas”, puntualiza Darío Fajardo, profesor de la Universidad Externado e investigador en temas de economía rural y campesina. Cuando llegan estos excedentes agrícolas, advierte, “Colombia se inunda con productos estadounidenses a costos por debajo de los precios reales de producción nacional”. Esto obliga a los productores locales a bajar sus precios.
Sin embargo, la llegada de estos alimentos también tiene ventajas, como aclara Ángela Penagos: “La sofisticación de los mercados agroalimentarios en los últimos 30 años ha permitido la diversificación de la canasta de alimentos y que tengamos una producción más diversa a nivel nacional. Eso incide en la posibilidad de acceso a los comestibles y en que los precios sean más bajos frente a los que había antes. Así las cosas, podemos contar con alimentos de mejor calidad y a mejores precios”.
DONDE COMEN DOS...
Los expertos consultados reconocen, y las cifras así lo evidencian, que el país ha avanzado y se han hecho esfuerzos para que más personas tengan acceso a la comida necesaria. Uno de los ejemplos es el Programa de Alimentación Escolar (PAE), que en las regiones en donde funciona lleva la única ración alimenticia a la que tienen acceso miles de niños en Colombia. Sin embargo, falta mucho por hacer.
“Se ha trabajado mucho en dichos programas, se podría decir que son los mejores del mundo. Pero estos no remedian las causas estructurales del asunto, no tienen en cuenta la importancia de la soberanía alimentaria, por ejemplo, de los sistemas alimentarios sostenibles ni del problema del modelo agroalimentario. Además, el asistencialismo es un caldo de cultivo para la corrupción”, advierte Del Castillo.
La fragilidad para garantizar el acceso seguro a la alimentación ha quedado en evidencia durante la cuarentena por la pandemia del covid-19. Solo unos días después del inicio de las medidas restrictivas, los ciudadanos empezaron a colgar trapos rojos en sus puertas y ventanas como una forma de pedir asistencia alimentaria. Según datos del Rimisp, desde el inicio de la pandemia la proveeduría de alimentos, especialmente de tubérculos, plátanos, verduras, hortalizas y frutas, en las centrales de abasto de Bogotá, ha caído 15 por ciento. La razón: las centrales compran menos porque la demanda cayó. Esto puede generar falta de alimentos en el futuro cercano.
¿LISTO EL POLLO?
Para Ángela Penagos, una solución a mediano y largo plazo es descentralizar la distribución de alimentos en puntos de abastecimiento regionales y de menor tamaño. “El 52 por ciento de los colombianos vive en ciudades pequeñas y medianas. Por eso no tiene sentido que el sistema esté tan centralizado”, afirma. “Colombia no presenta un problema de oferta de alimentos en este momento, pero sí tiene muchas restricciones para distribuirlos”, añade. Por eso, sugiere replicar sistemas de distribución de última milla para las ciudades, como los que se utilizan en los servicios de mensajería. “Eso ya lo hace el sector privado, pero no con alimento fresco”, aclara.
Por su parte, Eloísa del Castillo considera que la solución a la inseguridad alimentaria la tenemos a la mano, pero se requiere voluntad política. “Hay territorios en este país que han desarrollado juiciosamente alternativas de sistemas sostenibles, campesinos, de producción local y territorial que están creciendo. Pero se necesita mejorar el retorno de quienes trabajan en el campo, su calidad de vida, apoyarlos con asistencia técnica y cuidar de su salud, porque son la base del proceso alimentario”.
Desde su visión, también se deben implementar políticas que les garanticen a los colombianos la posibilidad de acceder a la alimentación. “Si logramos mover la lógica de garantizar una renta básica, la gente va a tener un ingreso digno para llevar a su casa la comida que necesita”, concluye.
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