OPINIÓN
Las primas lejanas que cobraba el escritor Gonzalo Mallarino
Aquí recuerda con nostalgia la historia de unos bellos óleos que recibió como dación en pago.
Por Gonzalo Mallarino*
A comienzos de los años ochenta trabajé en una compañía de seguros. Primero en el área de caja y luego en la de cartera. Era el gerente nacional de cartera y mi tarea era cobrar las primas a los clientes, a los asegurados. ¡Tiempo ha de todo eso!
El reaseguro, el coaseguro, el ramo de seguros generales, el de vida, el deducible, la indemnización… Me gustaba mucho estar allí. Creamos un sistema de financiación de la prima a través de una compañía de financiamiento, eso mejoró el índice de cartera.
Una vez, mis jefes me mandaron a recoger una dación en pago, pues se había cumplido el plazo y el cliente no tenía cómo pagar las primas. Había que ir a la casa museo del gran pintor Ricardo Gómez Campuzano, autor de paisajes y retratos espléndidos. Mi jefe me dijo que allí nos iban a entregar un cuadro, que escogiera el que más me gustara. Recuerdo que llegué y me hicieron seguir a uno de los pisos superiores. En todas las paredes de la enorme casa, estaban las pinturas del maestro….
Lo más leído
A medida que subía por la ancha escalera, eran más audibles las notas de una polonesa de Chopin – todavía recuerdo exactamente cuál– y cómo llenaba todo el espacio luminoso de los ventanales y del alto techo artesonado. Me guiaron a un salón y allí encontré a una anciana y bella mujer, tendida en una chaise long y cubierta con una manta escocesa.
Tomamos una taza de té, conversamos largamente. Yo, conmovido por la escena, ya casi olvidaba el propósito de mi visita. En un momento dado, ella hizo un gesto con la mano y se acercó una persona. Me llevó a un despacho y allí me dieron el cuadro, en pago por las primas vencidas. Era un óleo pequeño, un paisaje con un cielo azul, unas ramas, unas nubes...
Después me fui. Dejé la compañía de seguros. Tal vez ya empezaba a necesitar escribir y buscar a las mujeres de mis novelas. Tal vez. Dejé atrás cosas como estas que recuerdo ahora, con afecto. Y a un amigo del corazón, Fernando Quintero Arturo, quien aún sigue presente en mi vida.
Él sí no se distraía con nada, a diferencia mía. Unos años después llegó a ser el presidente de la compañía de seguros.
*Escritor.
Lea también: La buena estrella de Diego Trujillo