LOS CLÁSICOS

El niño más querido de los alemanes: el Mercedes Benz

El padre del autor de este texto tiene un modelo 230, de la clase E, al que apodaron el ‘Pudding’. Las andanzas del viejo carro le sirven al escritor para repasar la historia de la industria automotriz de Alemania.

Stephan Werner Konstantin Kroener.*
15 de diciembre de 2019
Según Andemos, el vehículo alemán más vendido en Colombia, entre enero y octubre de 2019, fue el A 200 (Mercedes Benz). | Foto: iStock

El carro de mi papá tiene más años que mi hermano mayor. La primera patente de circulación (la Erstzulassung) la recibió el 14 de junio de 1976, seis meses antes del nacimiento de mi hermano. Mi abuelo lo compró en efectivo, le costó 23.303 marcos alemanes, pagó billete por billete, moneda sobre moneda. En mi país, Alemania, no compramos por cuotas o usando el crédito, somos un pueblo de ahorradores que no se arriesga y solo se permite un lujo cuando tiene el dinero sobre la mesa. Uno de sus amigos le había ofrecido un auto cupé por un precio mucho más bajo, pero el viejo lo rechazó, él era todo un beamter: un burócrata alemán que nunca utilizó los papeles de oficina para su correspondencia privada. Mi abuelo decía que un funcionario del Estado no debía ser visto en un carro de lujo; tenía que usar uno utilitario, modesto, práctico, eficaz y fiable.

Con estos atributos llegó el ‘Pudding’ a nuestra familia. Era un Mercedes 230 de la clase E (W-123). Mi abuelo lo condujo solo unos años hasta que, debido a sus problemas de salud, se lo entregó a mi papá. Desde entonces se convirtió en el coche de la familia y nos acompañó a Francia, Italia y hasta Polonia. Unos niños vecinos lo apodaron así, ‘Pudding’, (pudín) por su color particular, una mezcla entre beige y amarillo, la clásica combinación de los años setenta.

Y aunque era el consentido de la casa, también era un drama familiar: las ‘enfermedades’ de la bomba de inyección hasta la herrumbre le provocaban un dolor de cabeza a mi mamá, la encargada de la economía de la casa. Sin embargo, mi padre lo conservó, en cada detalle, en su estado original: hasta las herramientas en el baúl son originales.

Máquina de conquista

La cuna del niño más querido de los alemanes se encuentra en el departamento de Baden Wurtemberg. Allí, en el suroccidente de Alemania, está la patria chica de Carl Friedrich Benz, el padre del automóvil, del ingenio alemán. Sin embargo, no se debe olvidar a Bertha Benz, su esposa, quien manejó las finanzas –y el carro– de la compañía familiar. En 1888, sin que su esposo lo supiera, ella llevó a cabo la primera carrera de prueba de largo recorrido del Patent-Motorwagen, el carro de motor patentado, el primer automóvil de la historia. Apoyada por su dos hijos, de 13 y 15 años, fue la primera conductora y pionera de la época del automóvil.

Pero fueron las guerras las que guiaron el camino de la nueva tecnología. En las confrontaciones con los vecinos los automóviles se convirtieron en máquinas para conquistar campos de batalla. El ingenio alemán fue aprovechado para los conflictos bélicos y sus atributos de practicidad, eficacia y fiabilidad fueron utilizados para la destrucción, la represión y hasta para el crimen más horroroso de la humanidad, el Holocausto.

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Otro vehículo que está vinculado con el pasado y futuro de Alemania es el Volkswagen (VW). El ‘carro del pueblo’ andaba al lado del Mercedes en las guerras, e igual que este, resucitó después del conflicto. Desde entonces el ingenio alemán empezó a conquistar los mercados mundiales y no a los países vecinos.

Al lado de los Mercedes y los VW corrieron los Audi, los BMW, los Opel y los más famosos por su velocidad, los Porsche. Del otro lado, en la República Democrática Alemana (RDA), la parte socialista de aquel país que estaba dividido en dos, reinaba el Trabant en las calles. Después de la caída del Muro de Berlín, el querido ‘Trabi’ se convirtió en el símbolo de la reunificación.

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El ‘Pudding’, el Mercedes de mi papá, conquistó en los noventa las calles socialistas. Para los ciudadanos de la antigua RDA este auto se convirtió en el hecho palpable y metálico del capitalismo; y tenían razón, el corazón del capitalismo y de la economía alemana es la industria del automóvil. Su ventrículo es Stuttgart, capital departamental de Baden Wurtemberg y de fabricantes como Mercedes-Benz y Porsche. Allí también se formó parte del supergau (el desastre más grande) de la industria automovilística alemana: el diésel-gate.

La ciudad de Stuttgart se encuentra en un valle, por eso es una de las más afectadas por las emisiones contaminantes de los carros. Fue la primera donde se prohibió, en algunos lugares, la entrada de carros con motor diésel (que fue inventado por Rudolf Diesel, otro de estos ingenios alemanes de comienzo del siglo XX).

¿Otros 50 años?

Hoy la industria alemana, que encontró su poderío en la tecnología del motor de combustión interna, intenta seguir los pasos de la movilidad eléctrica y de los nuevos modelos que se desarrollan en China o que ha creado Elon Musk, cofundador de Tesla. Con esta transformación se reducirían las emisiones de carbono y el medioambiente lo agradecería. No obstante, muchos analistas creen que el futuro del transporte en el mundo requiere de un cambio de pensamiento para pasar de la circulación individual a una movilidad pública y compartida.

Hasta el ‘Pudding’ puede hacer su aporte por el planeta. Hoy tiene un catalizador, un filtro que reduce la contaminación, y mis padres lo mueven muy poco. Los dos prefieren usar el tren para cubrir los grandes recorridos. Este medio de transporte, dicen ellos, es más práctico, eficaz, fiable y, sobre todo, económico, que viajar en un Mercedes que va a cumplir 50 años. ‘El Pudding’, dice mi papá, “tendrá algún día el retiro que se merece”. O tal vez mi hermano lo utilice 50 años más… Como buen alemán que es.

*Periodista.