CRÓNICA

Así eran las rumbas electrónicas en el Jaime Duque

La autora de este artículo recuerda cómo, en medio de noches de fiesta, Tocancipá se convirtió en el refugio de los bogotanos que le huían a la hora zanahoria.

Isabel Salazar*
10 de diciembre de 2017
En el Parque Jaime Duque también se han celebrado inolvidables conciertos como el de Guns N' Roses de 2010. | Foto: iStock

El cielo se llenó de miles de papelitos que volaban como mariposas eléctricas al compás de la música. Una masa de personas palpitaba de manera coordinada. Al fondo, un DJ dominaba a los miles que cada vez más alto, cada vez más fuerte, cada vez más duro, enloquecían. La canción explotaba: la música electrónica se había apoderado de Tocancipá.

Corría el año 2002 y yo, estudiante de los primeros semestres de Comunicación Social, empezaba mi vida laboral en el que fácilmente podía ser el mejor trabajo del mundo para una joven de 20 años: ser VJ (video jockey) de El Circo Eléctrico, un programa de videos de música electrónica que se transmitía en CityTv los miércoles a las once de la noche. Jimmy Pérez, hoy conocido como Don Gatsby, el zar de la rumba capitalina; Maritza Zamora, nuestra escudera; Peralta, el sonidista; Sampayo, el camarógrafo, y yo, grabábamos un viernes cada 15 días desde diferentes bares y discotecas, para hacer una radiografía de la rumba bogotana.

Eran los tiempos de la Ley Zanahoria. Mockus, el alcalde de entonces, había expedido el decreto 245 de 2002, en el cual ordenaba que los sitios públicos o comerciales donde se vendieran o ingirieran bebidas alcohólicas solo podrían estar abiertos de diez de la noche a tres de la mañana. Las fiestas hasta el amanecer fuera de casa hacían parte del pasado. Muchos buenos sitios como Invitro, Theatron, Cinema y Gótica se transformaron en clubes y con eso consiguieron que sus asociados pudieran rumbear hasta las seis de la mañana, pero ninguno era apto para fiestas multitudinarias.

En el mundo, la tendencia eran los after party (fiestas que se desarrollaban después del cierre de los bares tradicionales) y los raves (término que se remonta al Londres de 1950 donde se celebraban fiestas hasta el amanecer en fábricas y locales abandonados para escuchar y bailar música tecno a todo volumen). El mundo se había globalizado, por lo que el mercado pedía a gritos que se hicieran estas fiestas en Bogotá.

No sé a quién se le ocurrió cambiar las fábricas por el Parque Jaime Duque. Este espacio, situado en el kilómetro 34, por la Autopista Norte, en Tocancipá, inspirado por historias como las de Las Mil y una Noches o Alí Babá y los 40 ladrones; donde reposa el mapa de Colombia en relieve y se exhiben réplicas de las siete maravillas del mundo antiguo, se convirtió en el sitio favorito de los empresarios de la rumba electrónica.

No resultaba raro que las giras de los mejores DJ del momento anunciaran ‘París, Holanda, Ibiza, Nueva York, Tocancipá’. Nombres como Tiesto, Carl Cox, Monika Kruse, Donal Glaude, Fat Boy Slim, aparecían en la cartelera de festivales como Nokia Trends y Love Parade I y II, que ofrecían 36 horas de rumba ininterrumpida frente al Taj Mahal criollo.

Llegábamos vestidos con colores galácticos, pantalones plateados, labios pintados de azul. La generación bisagra, definiéndonos en ese paisaje surreal y mágico, muestra de nuestra admiración por lo extranjero, desde lo más local sintiéndonos universales, mientras chupábamos Bom Bom Bum al ritmo de la música para llenarnos de energía.

*Periodista.

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