PALACIOS

Así son los palacios Dolmabahçe y Topkaki, donde vivían los sultanes

El primero se halla en el occidente, en la parte europea de Estambul. El segundo, al oriente. Nuestra enviada especial a Turquía describe en esta crónica la grandeza de este par de construcciones.

Daniella Hernández*
24 de diciembre de 2018
El Palacio Dolmabahce, fue el más moderno de su época (siglo XIX). Llegó a tener calefacción, ascensor y electricidad. | Foto: iStock

El pasado mes de octubre, mientras volaba hacia Turquía, recordaba las instrucciones precisas que me habían dado los editores de este especial: “Su misión son los palacios”. Yo quería escribir sobre el Gran Bazar, pero sobre él escribió otra periodista (página 36); pensé seguir los pasos de Amal Atatürk, pero un historiador hizo un artículo detallado sobre toda la historia de este país y su héroe nacional (página 20); así que, aunque no me interesaban muchos los palacios –debo decir que por desconocimiento–, cuando aterricé en Estambul me ceñí al plan.

Mientras hacía un tour por el río Bósforo, pude verlos y, a la distancia, comencé a comprender su importancia. El palacio Dolmabahçe se halla al occidente, en el lado europeo de la ciudad. El Topkapi, al oriente, en la parte asiática. Me maravilló el lujo de ambas edificaciones y supe que tenía que visitarlas. Lo hice al día siguiente.

A las nueve de la mañana, cuando se abren las puertas de Dolmabahçe al público, fui una de las primeras en entrar. Este fue construido entre 1846 y 1853, por orden del trigésimo primer sultán del Imperio Otomano Abdülmecid I, quien consideraba que el otro palacio, el Topkapi, era muy antiguo e incómodo para albergar a la familia real. ¡Qué nivel el de estos sultanes! “No me gusta este palacio, hagamos otro”. Y se hacía.

Cuentan que esta obra de 45.000 metros cuadrados fue su capricho, pues añoraba vivir como los monarcas europeos. El edificio contaba con 285 habitaciones, 46 salones, 6 baños turcos y 48 baños comunes. Para ponerlo en pie se necesitó una inversión de 35 toneladas de oro, o el equivalente a 1,5 billones de dólares de nuestro tiempo. Su financiación, lograda con préstamos y emisión de papel moneda, contribuyó a la ya de por sí complicada situación económica que vivía el sultanato en el siglo XIX.

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Como era de esperarse, el lujo reinó (y aún reina) en cada rincón de Dolmabahçe, cuyo nombre, por cierto, viene de las palabras turcas dolma, que traduce lleno; y bahçe, que significa jardín. Los materiales principales de esta construcción son el mármol, el alabastro y el pérgamo. Su techo fue decorado con cristales y más de 14 toneladas de oro. Además, el palacio aún alberga la lámpara de cristal de Bohemia más grande que se haya fabricado, se encuentra en el majestuoso salón ceremonial, y es la joya de la más amplia colección de lámparas de cristal de Baccarat y Bohemia que hay en el mundo.

Estos son solo algunos de los atractivos de este histórico palacio, que nos permiten conocer la ‘humilde’ vida que llevaban los seis sultanes que lo habitaron hasta que Turquía se convirtió en república, en 1923, y pasó a ser la residencia del primer presidente, Mustafa Kemal Atatürk.

Una ciudadela

Topkapi, por su parte, es otra de las atracciones más visitadas de Estambul. De acuerdo con las cifras del Ministerio de Cultura y Turismo de Turquía, recibió casi 2 millones de visitantes en 2017. Este año, gracias al renovado boom que vive este destino, es muy posible que esa cifra sea superada. Entre el mar de turistas me encontraba yo. Llegar fue fácil, solo seguí a la multitud que avanzaba por una colina no muy alta. De repente, al doblar en una esquina, me encontré con un portón medieval, como esos de las películas. Luego supe que el complejo recibió su nombre actual en el siglo XIX, y que significa Portón de los Cañones. Antes se llamaba Saray-i Cedid-i Amire, que traduce Nuevo Palacio Imperial.

Topkapi es un complejo de 700.000 metros cuadrados, con grandes jardines y diversos pabellones y edificios, pocos de estos tienen más de dos pisos. En 1985, el palacio fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Su construcción inició en 1459, seis años después de que el Imperio Otomano tomara Constantinopla, y se prolongó hasta 1478. La obra la ordenó el sultán Mehmed II, El Conquistador.

Ahora bien, este palacio fue mucho más que una residencia lujosa con cientos de baños y habitaciones construidas para él. Este sarayi, como se le conoce en turco, era una pequeña ciudadela que podían habitar hasta 4.000 personas. Se dividía en cinco patios, el primero era el más accesible, mientras que el cuarto y el harén eran los más restringidos. Ingresar a ellos tiene un costo adicional que les recomiendo pagar.

El edificio de más de 100 habitaciones está generosamente decorado con azulejos, fuentes y mullidos sofás. Uno de sus principales atractivos es el salón imperial, donde se realizaban todas las recepciones de la familia real. Esta habitación tiene, además, el domo más grande de todo el complejo. En esta zona, pasando el cuarto patio, se encuentra el Gran Kiosko, la última adición significativa que se le hizo a la propiedad y regala imponentes vistas al mar de Mármara y el río Bósforo.

Con el fin del Imperio Otomano, el complejo Topkapi fue convertido en un museo donde se pueden apreciar las diversas riquezas que durante siglos acumularon los sultanes. Ahí está una de las más grandes colecciones de porcelana china del mundo, con piezas tan antiguas como las fabricadas durante la dinastía Song, que reinó entre 960-1279. También se encuentra el diamante Kasikci, que con 86 quilates es uno de los más grandes de su tipo en el planeta. Igualmente, está la daga de Topkapi, bellamente adornada con piedras preciosas. Y la lista de tesoros continúa: armas, prendas otomanas, manuscritos y reliquias que pertenecieron a Mahoma.

Hay demasiados rincones por explorar, historias por escuchar, piezas valiosas por ver, pero el palacio debe cerrar. Al final de la tarde regreso a mi hotel con la ‘misión’ más o menos cumplida. En estas tres páginas no cabría todo el esplendor de estos dos palacios. Y una sola visita resulta insuficiente. Quizás este sea un buen pretexto para volver.

*Coordinadora editorial de los Especiales Regionales de Semana.