ANTETITULO
Las mezquitas turcas, símbolos del pasado y el presente
Aunque suele creerse que son lugares dedicados exclusivamente al culto del islam, estas construcciones han sido expresiones de cultura, fuerza y conocimiento.
Cinco veces al día, Estambul se convierte en el coro más grande del mundo. Desde los minaretes de las mezquitas se escucha el llamado. “Alaju akbar”, entonan los primeros; “ašchadu an la ilaja ila-lah”, responden otros; “ašchadu anna muhammadan rasulu-lah”, confiesan unos más. Como si fuera un diálogo, en la capital turca se declama el adhan, la invitación a realizar las cinco oraciones obligatorias que exige la práctica suní del islam. Aunque esto no es común.
Lo normal es que cada almuecín, que es la persona encargada de hacer el llamado a la zalá (oración islámica), cante todo el adhan, pero esto sería imposible en Estambul debido al inmenso número de mezquitas que adornan la ciudad. Esta costumbre es puramente pragmática, pero respeta el Corán pues “la tradición del islam acepta que se puedan organizar las cosas para que sean más efectivas”, como afirma el Sheikh Lyes Marzougui, director del Centro de Estudios Islámicos Al-Qurtubi.
Sin embargo, puede que pronto esta práctica deba adoptarse en el resto del país, pues desde hace una década, cerca de 9.000 nuevas mezquitas se han construido en suelo turco. Esto tiene sentido si se entiende que Turquía ha tenido una historia sui géneris con el islam, pues en menos de cinco años pasó de ser el Imperio Otomano –capital musulmana del mundo– a convertirse en la República de Turquía, una nación estrictamente laica.
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Al mando de Mustafa Kemal Atatürk, el naciente país adoptó un clima poco amistoso con la práctica del islam. Por ejemplo, se hizo obligatorio recitar el adhan en turco en lugar del árabe y como afirma Marzougui, “cambiar el ‘adhan’ fue una ofensa. Pierde su esencia porque en el islam son muy importantes el idioma y los cultos”. Así, la independencia también trajo consigo la transformación de la mezquita de Santa Sofía –tal vez la más representatival del extinto imperio– en museo.
Cambios como estos pudieron ocurrir porque las mezquitas, “a pesar de toda la sacralidad que se les quiera dar, alguien puede llegar a decir que no son sagradas”, como sostiene Diego Castellanos, magíster en Estudios de la Religión y converso musulmán. Él explica que, incluso desde los inicios del islam, estos templos han sido destruidos, ocupados y atacados varias veces por los mismos musulmanes pues “la umma (comunidad) es el mayor valor del islam” y no sus templos.
Esto no significa que las mezquitas no sean importantes. De hecho, además de ser centros comunitarios, de oración y de reunión, han sido símbolos importantes de poder político. Cuando los marineros otomanos encontraron la India en el siglo XVI, el califa (máximo representante del islam) y sultán Selim I declaró que esas tierras eran parte del imperio, porque “así él no controlara toda África ni la península de Malaca ni India, hay mezquitas allí que rezan su nombre en la oración del viernes. Y ese es el mayor símbolo de legitimidad”, sostiene Castellanos.
Las mezquitas también han sido concebidas como centros de conocimiento. Usualmente, además del templo, estos edificios tenían madrasas, que eran una especie de universidad “donde se estudiaba lógica, matemáticas, historia y ciencias islámicas”. Aunque, entonces, acceder a madrasas en mezquitas imperiales, como la de la imponente Süleymaniye en Estambul, solo era privilegio de algunos escogidos por el imperio. Incluso, algunas de las colecciones de libros más importantes de la cultura turca y otomana se encuentran en las mezquitas y aún ahora, es posible acceder a estas bibliotecas para consultas, “con todos los permisos necesarios”, aclara Castellanos.
Para él, la proliferación de mezquitas se debe, en parte, al crecimiento demográfico de Turquía, pero también, a que desde hace cuatro décadas se ha revalorado la importancia histórica de su pasado otomano, muy menospreciado durante los primeros años de independencia del país. No obstante, la razón puede ser mucho más poderosa porque, como explica el Sheikh Lyes Marzougui, “en la tradición islámica hay una palabra profética que dice que, a quien construya una mezquita en la Tierra, Alá le dará un palacio en el paraíso”.