MÚSICA
Música: el secreto mejor guardado de Girardota.
La identidad de este pueblo la conjugan dos culturas: palenques y campesinos mestizos. En otras palabras, tambores y gaitas con tiple, lira y guitarra.
Por el parque principal corre un rumor de sonidos acompasados: canciones diversas que brotan en las esquinas. En una tienda vecina a la parroquia, un hombre con canas de 70, sombrero agrícola y manos cuarteadas, sigue con su voz una balada ranchera de Darío Gómez. Tiene el gesto endurecido y esa mirada que solo otea lo que ya se ha dejado atrás.
Una cuadra más abajo, dentro de un local de electrodomésticos, una pareja de vendedores baila en giros de trompo un merengue dominicano. Sin clientes interesados en lavadoras, ríen despreocupados con las mejillas empegotadas. Al verme ahí parado, viéndolos, se desanudan. Apenados, retornan a sus puestos de trabajo. Les ofrezco disculpas con las manos por la interrupción y los aplaudo.
En la cuadra siguiente, un hombre de pelo en los hombros atiende una confitería mientras deja que en su celular salgan canciones de rock viejaguardia. Despacha pasabocas y abarrotes, mientras tararea sonidos de Led Zeppelin.
Son las diez de la mañana del último jueves antes de diciembre. Hay fiestas folclóricas y aniversarias en el pueblo; la gente está contagiada del ánimo estival. Falta poco, minutos apenas, para que un conjunto de seis músicos de vereda haga sonar guitarras y tiple, al pie de un mural que exhibe los rostros amables de Girardota. Parranda campesina para acompañar la danza local.
En la Casa de la Cultura, Leonardo Hincapié me explica el afecto visceral que los jóvenes del pueblo sienten por el estudio de la música. “Aquí levantás una piedra y encontrás una banda”, dice risueño. “El maestro antioqueño Elkin Pérez llegó a afirmar: ‘Girardota está ‘podrido’ en músicos’”.
Hincapié va por los 42 años y se desempeña como director de la escuela de música de la oficina de Cultura del municipio. A su cargo están 15 profesores que atienden a cerca de 1.500 aprendices, entre infantes de 4 años y adultos que ya pisan los 30. Mil son habitantes de la cabecera municipal y 500 pueblan las veredas.
La escuela ofrece un programa completo que va desde la iniciación hasta la preparación para superar el examen de ingreso a la carrera de música de la Universidad de Antioquia. Empezó con tres líneas: banda sinfónica, canto coral y músicas tradicionales. Más adelante, tras el auge de las melodías industriales, se incorporó una cuarta línea: músicas urbanas.
La Casa de la Cultura fue construida a finales de los años ochenta. Diez años más tarde se formó la banda sinfónica de Girardota y en la siguiente década la escuela empezó labores. Desde el primer día, la misión de la escuela fue la de darle forma y estructura a la fervorosa tradición musical del pueblo, alimentarla y hacer que creciera.
A diferencia de los municipios vecinos del norte del Valle de Aburrá, aquí se conjugaron dos culturas prolongadas desde la Colonia: la de los palenques de las veredas Encenillos y San Andrés con la de los campesinos mestizos entre andinos e indígenas. En otras palabras: tambores y gaitas con tiple, lira y guitarra.
Ahora es fácil encontrar adolescentes trompeta en mano embebidos tocando en una papayera; estoicos dándole a un contrabajo en un trío de jazz; estridentes componiendo letras de reguetón. “A los reguetoneros que han llegado a la escuela intentamos darle la vuelta”, me dice Hincapié. “Es bueno que se interesen en aprender a cantar y aquí les mostramos otras músicas que les exigen más, sonidos más interesantes, y terminan volteándose”.
La cola de esta tradición ha llegado a las aulas. Ana María Bolívar, docente de música en la Universidad de Antioquia, me explica que los estudiantes del programa que provienen de Girardota no solo son bastantes sino que llegan con su talento cultivado. “Un estudiante que venga de allá, sabemos que es bueno”.
Hincapié está convencido de que se debe a que en el pueblo los músicos han sido espejos en los que los niños y adolescentes se miran, se reconocen y aspiran a algo parecido. “Es un movimiento musical grande y algunos de nosotros hemos sido músicos visibles a nivel nacional”, dice. A esto lo empata lo que ha sucedido gracias a la escuela. De 1.500 estudiantes es muy factible que una buena cantidad se antoje de seguir la carrera universitaria. “Y aquí los preparamos para que pasen el examen de ingreso”, puntualiza.
Juan José Gaviria tiene 21 años y va en séptimo semestre. Su instrumento de dominio es el bombardino. Comenzó en la escuela de Girardota cuando tenía 11 años. Sin ningún antecedente cercano en su familia que lo abocara a la carrera musical, fue por pasar el rato con sus compañeros. Aprendió a leer notas con la flauta dulce, pasó a la trompeta, luego a la flauta traversa, llegó al bombardino y se dijo: “Me quedo un año con este instrumento y me paso para el saxofón”. Pero ya no fue capaz; el sonido aterciopelado del bombardino lo engolosinó. “Fue un proceso”, cuenta. “Me enamoré de la música mientras me enamoraba de los sonidos de los instrumentos de viento en metales”.
A su ingreso en la Universidad de Antioquia descubrió dos cosas: que el nivel de interpretación de los instrumentos por parte de sus compañeros de aula era altísimo en comparación con lo que él traía de sus días de colegio, y que en la carrera había varios referentes de calidad que provenían de Girardota, como Evencio Alzate, maestro del bombardino. “Supe que tenía que mejorar mi nivel. Y en eso sigo”.
En este último tercio de su carrera, alterna el tiempo de estudio con el trabajo. Tres veces a la semana va a la universidad y el resto de días se dedica a dar clases en la escuela de música de su pueblo, a tocar en la banda sinfónica y en ensambles que le reportan algún dinero extra. “Mi orientación es por la música popular: porros, cumbias, fandangos, música andina”. Se mueve entre una papayera con la que anima fiestas y verbenas, un quinteto de bronces con el que ambienta ceremonias formales y un proyecto que fusiona papayera con banda sinfónica llamado ‘Papasónica’. Es consciente de que el bombardino no es un instrumento del todo sinfónico y que tiene un papel limitado en orquestas de gran formato. De ahí que no sea fácil encontrar una plaza fija dentro de una banda municipal. Su meta, entonces, es salir del país cuando ya sea uno de los mejores intérpretes del bombardino. “Es bonito así como suena”, dice, “de Girardota para el mundo”.