UNIVERSIDADES

Las universidades se transforman

Este es un recuento histórico de cómo las universidades en el mundo han transformado sus espacios y el entorno de las ciudades donde se encuentran.

José Joaquín Burnner*.
22 de septiembre de 2019
El aula, como epicentro de la vida universitaria permanece viva. La Sorbona, Paris, 1935. | Foto: AFP

Desde su nacimiento, las universidades aparecen ligadas a un lugar, un punto fijo en la geografía de Europa: Bolonia, París, Oxford, Montpellier, Salamanca, Cracovia. Los profesores y estudiantes se movilizaban entre esos puntos, trazando un verdadero mapa a partir de la ‘peregrinatio academica’ de la época.

Un estudio histórico relata que, antiguamente, las facultades más frecuentadas por los estudiantes de la Corona de Aragón fueron las de Bolonia, Padua, Siena, Pisa, Florencia, Pavía y Ferrara. En el interior de esas ciudades medievales coexistían –y a veces pugnaban entre sí– los símbolos de la espada, la cruz y el libro (regnum, sacerdotium, studio): los tres poderes organizadores de la civilización occidental. Desde temprano también la autoridad se preocupó por las condiciones físicas del lugar propicio para erigir una universidad. Cómo no recordar Las Siete Partidas de Alfonso X, El Sabio, (1121- 1284): “De buen aire y de salidas debe ser la villa donde quieran establecer el estudio, porque los maestros que muestran los saberes y los escolares que los aprenden vivan sanos, y en él puedan holgar y recibir placer a la tarde cuando se levantaren cansados del estudio; y otrosí debe ser abundada de pan y de vino, y de buenas posadas en que puedan morar y pasar su tiempo sin gran costa” (Título 31, Ley 2).

A su turno, dentro de cada ciudad universitaria, los centros docentes se organizan en torno al aula, descrita así a partir de documentos de la época: “En lo referente al espacio, el aula se localiza en el claustro, permaneciendo abierta entre cinco y seis horas diarias. Los alumnos se sientan en los sedilia (bancos corridos), que se disponen alrededor de la cathedra magistri (silla)”. La actividad de enseñanza y erudición que tiene lugar allí sigue el método (escolástica) atribuido a Abelardo, primero en ser reconocido como un auténtico académico; esto es la lectura de un autor (lectio), seguido de un estudio mediante ‘quaestiones conducente’ a la generación de un debate (disputatio).

Alrededor del alma mater se desenvuelve orgánicamente la auténtica ciudad universitaria: residencias para profesores y alumnos, hospitales, capillas, mesones, librerías, tiendas, etcétera.

Estas poderosas imágenes nos acompañaron a lo largo del milenio anterior, el segundo de la era común. Una magnífica obra de inventiva humana, con la universidad como institución –crecientemente una organización– puesta al centro y desde allí difundida en todas las direcciones hacia el resto del planeta, a América Latina antes que a las demás regiones. Hasta hoy se conserva la célula madre, el aula, con sus referentes básicos: maestros, estudiantes y una comunicación metódica entre ambas. Los términos de este juego nos remontan hasta su origen: cátedra, curriculum, facultad, lecturer, studium, colegio, artes liberales, doctrina, quaestiones, “Libros lege. Quae legeris memento” (“Lee libros. Recuerda lo que leas”).

El horizonte futuro

Hoy, sin embargo, estamos en el umbral de una nueva época donde el juego mismo –y los jugadores, sus espacios, las reglas, los términos y referentes, el entorno y las tendencias, el mapa y el territorio– empiezan a mudar rápidamente. ¿Verá el nuevo milenio nacer también una nueva forma de división y organización del trabajo académico, de los saberes y su transmisión, de la cátedra magisterial, del método abelardiano, de la sala de clase y las interacciones entre maestros y estudiantes? ¿Será este el momento del fin de la universidad tal como la conocemos, según anticipó Peter Drucker en 1997, que ocurriría durante la primera mitad del siglo XX con la desaparición del campus concebido por Alfonso X el Sabio? ¿Habremos llegado, o estaremos llegando, al término del ciclo cultural de occidente y delante de nosotros comienza a dibujarse un horizonte desconocido, en cuyo umbral nos encontraríamos?

Una señal en tal sentido es la proliferación de imágenes –utópicas o no, aún no lo sabemos– que rodean a la ciudad universitaria del futuro. Clark Kerr describió a finales del milenio pasado el surgimiento de la multiversidad, “una institución inconsistente. No es una comunidad, sino varias… sus fronteras son difusas…”. Hoy se habla de las mil formas que adopta la universidad contemporánea, alejándose rápidamente de su matriz europea. Se habla, en particular, de cinco trastrocamientos que estarían transformando dicha matriz.

Primero, trastrocamiento del espacio: el campus, los edificios, la sala de clases, la biblioteca se difumina para dar paso a redes globales de conocimiento, comunidades epidémicas virtuales, movilidad constante, relaciones a distancia, el internet de los servicios (y ya no solamente de las cosas), nuevas ecologías del aprendizaje, ambientes supercomputacionales, inteligencia artificial, dispositivos ciberfísicos y, por qué no, una cuarta revolución industrial que incluye la completa alteración del espacio universitario. El estudio abandona progresivamente su ‘en-claustramiento’ y, literalmente, asciende a la nube, gira en torno al planeta, conecta mil puntos dispersos en el mapa de las ideas, redefine los centros, aunque la periferia se mantiene como tal.

Foto: Las bibliotecas son espacios en movimiento. Sus estructuras van más allá de unos estantes con libros. Aquí la biblioteca Zweig, de la Universidad Martin Luther, en Halle, Alemania.

Segundo, trastrocamiento del tiempo: de la lenta acumulación del conocimiento y los ciclos extensos del aprendizaje pasamos ahora a un régimen de altas velocidades, instantaneidades, impactos inmediatos, aceleración de los procesos de enseñanza y aprendizaje, modularización de los ritmos de adquisición, acceso directo a los tesoros del conocimiento disponibles a un solo clic o una sucesión de ellos en una breve secuencia. El conocimiento se multiplica vertiginosamente, la información se sube a –o baja desde– la nube al instante. Lo que vale –también en el mundo académico– son los resultados más que los procesos, la eficiencia en alcanzar el objetivo, el fraccionamiento del saber en unidades y objetos de aprendizaje y su rápido tratamiento 24x7.

Tercero, el trastrocamiento de las interacciones personales y presenciales que tradicionalmente fueron el cauce único de la comunicación pedagógica. Ahora, en cambio, dicha comunicación adquiere múltiples interfaces y dispositivos de intermediación: máquina/humano, biológico/cibernético, mental/digital y así por delante. Hay múltiples traducciones simultáneas en curso, lenguajes que operan como anarquías organizadas, acoplamientos distantes, flujos y ondas y plataformas móviles. Además están las intermediaciones mercantiles que por todos lados aparecen en el mundo de la educación del nuevo milenio: mercado de las ideas, transacción de servicios de conocimiento, cursos de todo tipo en variadas plataformas y soportes, tecnologías inteligentes, MOOC, acceso directo a bancos de datos, inteligencia distribuida en redes, centros virtuales de objetos de aprendizaje, traducción automatizada, profesores y tutores virtuales, hipertextos por los que se navega en solitario o se colabora con pares, máquinas, interlocutores anónimos.

Cuarto, trastrocamiento de las experiencias de aprendizajes: si escogemos cualquier representación pictórica de una sala de clase medieval, la escena nos parece conocida. Un profesor dicta su clase frente a los alumnos; algunos atienden, otros dormitan; aquí unos toman notas, allí otros conversan entre sí. Hay un proceso formalmente organizado de enseñanza y aprendizaje; subyace un currículum (trivium y cuadrivium), hay ciertas reglas que seguir, por delante habrá un examen y al final se conferirá al estudiante un grado. Existe un plan de trabajo establecido por la institución, un calendario académico, una jornada escolar. Los jóvenes completan su día en la taberna, en pendencias, socializando y reuniéndose con sus connacionales.

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La escena que emerge en el horizonte del futuro es muy distinta. Por lo pronto, no hay una sola sino múltiples vistas, como en un caleidoscopio. Se hallan en movimiento y cambian a cada momento de composición. Profesores y estudiantes pueden estar a ratos bajo un mismo techo, luego interactúan a distancia asincrónicamente o conversan mediante una videollamada. Según un estudio realizado en Chile, los jóvenes entre 10 y 18 años usan en promedio 6,8 horas su celular por día; aquellos pertenecientes al grupo de menores ingresos, 9 horas. No recorren una trayectoria común con un mismo conjunto de compañeros, suelen visitar el campus físico de su universidad solo unas pocas veces al mes y la mayor parte del (auto)aprendizaje lo realizan a través de dispositivos de inteligencia artificial, frente a una pantalla o en contacto con tutores robotizados, laborando individualmente, a su ritmo, en distintos lugares, controlando ellos mismos los recursos de aprendizaje.

El espacio claramente delimitado del aula se ha vuelto un espacio abierto, cosmopolita, sin fronteras, donde parte del estudio transcurre en inglés u otros idiomas, donde la socialización se realiza a través de redes sociales y académicas, en un ambiente desescolarizado.

Los modos de evaluar aprendizajes mudan, ahora son evaluaciones formativas con retroalimentación de sistemas expertos y verificación remota o presencial de destrezas y conocimientos y su certificación on demand. El back office de estos procesos pasa a ser ocupado por la analítica del aprendizaje, consistente en la medición, recolección, análisis y reporte de datos (masivos) sobre los sujetos que aprenden y su entorno, con el propósito de entender y optimizar el proceso de aprendizaje y los nuevos medioambientes en que aquel tiene lugar.

En suma, la experiencia tradicional del estudiante universitario, que aprendimos a reconocer durante el milenio pasado, está siendo trastrocada y alterada en múltiples aspectos de espacio, tiempo, localización, ritmo, estilos, articulación, interacciones, trazado, sentido, organización institucional, soportes tecnológicos, mediaciones comunicacionales y autorregulación. Por el contrario, el ideal de estas nuevas formas de educación continúa siendo el mismo de la antigua ‘paideia’ griega, retomado por el neohumanista alemán Wilhelm von Humboldt, cofundador de la Universidad de Berlín en 1810: “Aquel que al morir puede decirse: ‘he aprovechado tanto del mundo como me ha sido posible y lo he asimilado en mi humanidad’, ha alcanzado su objetivo... ha logrado lo que se llama vivir en el sentido más elevado del término”.

*Experto en educacio´n superior en Ame´rica Latina.