COVID-19
La pandemia frena el camino hacia la igualdad en los hogares
No ha hecho falta más que una pandemia para devolvernos de nuevo el reflejo de una realidad cotidiana que todavía fundamenta la organización social de los cuidados en las mujeres como responsables principales familiares.
El estricto confinamiento y la posterior ‘nueva normalidad’ está mostrando a la sociedad con rotundidad la vigencia tanto de la ‘revolución estancada’ como de la aún pseudonormalizada y disimulada ‘doble presencia’ de la mujer en los hogares, algo que persiste en la segunda década del siglo XXI.
Como han mostrado las evidencias empíricas en diferentes investigaciones, durante el confinamiento (y tras él), la pandemia ha reafirmado e intensificado la brecha de cuidados entre hombres y mujeres en el seno de las unidades familiares, donde la responsabilidad principal de los cuidados (en su amplia acepción) recae sobre las mujeres (sean madres, hijas, hermanas, sobrinas y un largo etcétera en femenino).
Una gran pobreza de tiempo propio para las mujeres
Una buena parte de las prácticas cotidianas de cuidados conlleva un uso diferencial del tiempo entre hombres y mujeres y en especial una gran pobreza de tiempo propio para estas últimas.
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En la más reciente Encuesta de Usos del Tiempo disponible para el Estado español (2009-2010) las mujeres dedicaban el doble de tiempo a las tareas de cuidado que los varones. Además, se observa que esta realidad trasciende a la posición laboral ocupada y pone sobre la mesa realidades tan escandalosas como que «el tiempo dedicado a hogar y cuidados en los hombres parados es inferior al que dedican a estos menesteres las mujeres con empleo».
Indudablemente el género es la variable sociodemográfica con mayor significado para el análisis de la distribución del tiempo de las actividades de trabajo, de cuidados y de ocio. Desde el punto de vista de la distribución de los tiempos de las actividades la diferencia entre géneros es superior a la originada por otros criterios de jerarquización social, como el origen étnico o la clase socioeconómica.
Durante el confinamiento, la artificial y artificiosa división entre los ámbitos públicos y privados quedó diluida y solapada en muchos hogares como consecuencia de la conjunción (y superposición) espacial y temporal.
Con la entrada del teletrabajo en el espacio privado-doméstico, a la que se añadió la suspensión de la actividad presencial en los centros educativos y de cuidado de menores y la supresión de actividad en los centros de día y de atención a personas dependientes, se produjo un drástico incremento de la carga de trabajo reproductivo concentrada en los hogares.
Un aumento de necesidades que tuvo que compatibilizarse con el empleo. Fue en esta superposición de espacio y tiempo en diálogo disonante entre el trabajo ‘productivo’ y el ‘reproductivo’ donde se detectó el crecimiento en la brecha de género del trabajo reproductivo.
Con frecuencia, la situación vivida en las unidades familiares durante el confinamiento guarda relación con la preexistente en cada uno de los hogares, aunque la confluencia de nuevos factores durante la pandemia ha servido, por lo general, de elemento amplificador de las diferencias y desajustes preexistentes.
En aquellas familias donde ya se partía de una situación desigual, por lo general se reforzó la brecha de género en el trabajo reproductivo, y esto a pesar de que a veces los hombres pasaran a desarrollar más tareas que antes.
Mayor carga de trabajo para madres teletrabajadoras
El confinamiento incrementó la carga global de trabajo de las mujeres madres teletrabajadoras a partir de muchos de los mecanismos patriarcales de socialización presentes en la cultura: el mayor vínculo con las criaturas, la ética del cuidado o el sentimiento de culpa, factores más marcados con diferencia entre las mujeres.
Como pudimos observar en las manifestaciones de las personas entrevistadas, la educación y el cuidado de las criaturas ha recaído principalmente sobre las madres, de modo que han sido ellas las que han sufrido mayoritariamente las interrupciones continuas en su jornada laboral mediada por el teletrabajo. Este factor ha provocado un elevado grado de agotamiento, insatisfacción y cansancio en estas mujeres, por sentir que están todo el día trabajando.
Una tarea pendiente
Alcanzar la ruptura en la división sexual del trabajo en el ámbito privado-doméstico es todavía una tarea pendiente, incluso entre las parejas jóvenes, educadas, con empleos cualificados y con vocación de familia igualitaria.
Se ha conseguido identificar claramente cómo los cuidados están en el centro de la desigualdad de género y también cómo esta desigualdad, a pesar de ser diagnosticada, no siempre cuenta con políticas públicas suficientes que compensen el conglomerado de factores generadores y perpetuadores de estas desigualdades.
Desafortunadamente, vistas en su conjunto, las intervenciones públicas han adolecido de falta de sensibilidad a las importantes desigualdades en la división sexual del trabajo, al tiempo que la respuesta frente a los factores mencionados es claramente mejorable.
El presente se alza incierto y desafiante para las mujeres que ya protagonizaron la mayor tasa de activación en la primera crisis del siglo XXI, aunque esa incorporación al empleo se produjese de manera segregada sectorial y ocupacionalmente y, por ende, en empleos mayoritariamente de baja calidad.
Durante el confinamiento, el mal llamado “teletrabajo” ha aportado evidencias acerca de cómo la presencia de la mujer en el hogar puede comportar trampas y riesgos a través del refuerzo de su doble presencia. En los resultados de la investigación referida se observa que ellas son el recurso flexible frente a la necesidad de cuidados, un hecho que se asienta en el factor explicativo de la socialización en una ética de cuidados diferenciada.
Haría falta democratizar una socialización cuidadora a la que incorporar a los hombres, a las organizaciones y a las instituciones a través de un cambio de cultura global e interseccional.
Por otro lado, se hace necesario la visibilización y el reconocimiento de la “economía del cuidado” en su conjunto, que comprende tanto el trabajo que se realiza de forma no remunerada en el seno de los hogares como el realizado de forma remunerada en el mercado laboral. Actuando de este modo, esto es, al relacionar la manera en que las sociedades organizan el cuidado de sus miembros con el sistema económico, se vincula el concepto del cuidado con el valor económico que el conjunto de las actividades de cuidado genera, con lo que propiciamos la visibilización de todas las personas que las protagonizan: Mujeres (in)visibles.
Por: Empar Aguado Bloise
Profesora del Departamento de Sociología y Antropología Social de la UVEG- Miembra del Institut Universitari d’Estudis de la Dona UVEG, Universitat de València
Publicado originalmente en The Conversation