COVID-19
Las conductas sexuales de riesgo no se redujeron en pandemia
Por paradójico que resulte, en los meses del confinamiento más estricto, con las medidas más restrictivas y con el miedo al contagio de la covid-19, se mantuvieron e incluso pudieron incrementarse las prácticas sexuales de riesgo.
En marzo de 2020, hace ahora dos años, nos enfrentamos por primera vez al SARS-CoV2, más conocido como coronavirus. En pocas semanas, pasamos de la libertad sin restricciones a un estado de alarma que nos confinó en nuestros domicilios para intentar reducir el número de infecciones y el colapso del sistema sanitario.
Analizando el impacto que tuvo ese confinamiento en determinadas patologías comprobamos que hubo una reducción significativa de las urgencias cardiológicas, de las reanimaciones en los servicios de urgencias y del número de pacientes politraumatizados atendidos durante el primer confinamiento. Pero, ¿sucedió lo mismo con las consultas por enfermedades de transmisión sexual (ETS)?
Decididos a averiguarlo comparamos el número de casos de uretritis, una de las principales ETS, entre los meses de marzo a mayo de 2020, con el mismo período de 2019. Revisamos todos los pacientes que acudieron a los dos principales puntos de atención urgente de nuestra ciudad. Pero, para nuestra sorpresa, no hubo cambios significativos.
Uretritis, gonorrea y clamidia
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La uretritis es una de las causas más comunes de ETS que acude a los servicios de urgencias. Infecciones por Neisseria ghonorreae (más conocida como gonorrea) y Chlamydia trachomatis pueden provocar uretritis en hombres y cervicitis en mujeres. Los síntomas más comunes son la secreción por la uretra y el escozor con la micción (disuria, en la terminología médica).
En 2020, un 43 % de los pacientes infectados reconocieron haber mantenido relaciones sexuales de riesgo a pesar de las restricciones. Y solo un 15 % podía identificar y contactar de nuevo con el contacto de riesgo. Esto muestra que las conductas de riesgo son muy difíciles de controlar y puede explicar la propagación de las enfermedades sexuales en nuestro país.
La mayoría de uretritis detectadas en 2020 estaban provocadas por Chlamydia trachomatis. Esta bacteria se caracteriza por provocar una infección asintomática en un 50 % de los hombres y un 70 % de las mujeres. Si no se trata, puede persistir durante meses e incluso llega a provocar secuelas importantes.
En las mujeres puede desencadenar una enfermedad inflamatoria pélvica, aumentando el riesgo de infertilidad y embarazos ectópicos, así como problemas durante el embarazo y el postparto.
La pandemia silenció casos
En Italia, los casos de infección por sífilis se mantuvieron, y los de clamidia llegaron a aumentar significativamente en determinadas regiones.
Otro estudio realizado en Cataluña observó un descenso de casos en el confinamiento, pero se atribuyó a un infradiagnóstico por las dificultades de movilidad y de acceso a determinados centros de salud. De hecho, en Estados Unidos se observó un descenso muy significativo en 2020 respecto a 2019. Pero inmediatamente después hubo un rebrote importante de casos.
Esto sugiere que los casos no disminuyeron sino que, sencillamente, no se reportaron hasta que las fases más complicadas y restrictivas de la pandemia pasaron. La pandemia simplemente silenció el número de casos, pero las prácticas de riesgo se mantuvieron.
¿Por qué a pesar de las restricciones se mantuvieron las conductas de riesgo?
Es sorprendente que en los meses del confinamiento más estricto, con las medidas más restrictivas y con el miedo al contagio de la covid-19, se mantuvieran e incluso pudieran incrementarse las prácticas sexuales de riesgo.
Algunos expertos explican que los encuentros sexuales virtuales con desconocidos –que también aumentaron durante los períodos de confinamiento– pueden facilitar prácticas de riesgo cuando se producen en vivo, al asumir que ya se conoce a la persona con la que se ha tenido una relación virtual. El consumo de pornografía puede promover cambios en los roles de pareja, y eso también conlleva generalmente una mayor violencia en las relaciones sexuales. Esa violencia puede traducirse también en una menor protección de la pareja y en una mayor exposición a ETS y embarazo. Además, el confinamiento y la limitación de la libertad pueden tener cierto “efecto rebote” y acabar generando prácticas de riesgo que en situaciones normales no realizamos.
Otro aspecto a considerar es que durante el confinamiento la mayoría de puntos de salud joven, que ofrecen asesoramiento y métodos de protección y barrera, estuvieron cerrados. Eso pudo promover las prácticas de riesgo, especialmente en colectivos más vulnerables. Un estudio realizado en jóvenes de 16 a 20 años mostró que cerca del 50 % de los chicos y un 35 % de las chicas consideraba que su vida sexual había empeorado en este período. Y todos ellos refieren tener un menor control de su actividad sexual durante el confinamiento.
El hecho de que durante el confinamiento no se redujeran las conductas de riesgo confirma que el control de la propagación de las enfermedades de transmisión sexual no es fácil. Ponerle freno requiere un abordaje que implique a los jóvenes y la posibilidad de realizar actividades de cribado continuo para intentar frenar las cadenas de transmisión.
Por: Oriol Yuguero
Médico de urgencias e investigador del IRBLLEIDA en el área de Urgencias y Emergencias. Profesor Asociado UOC y ULL, Universitat de Lleida
Artículo publicado originalmente en The Conversation