COVID-19

Los botellones y las consecuencias de perderle el miedo a la pandemia

Acaba de finalizar el estado de alarma. La situación mejora ya que, poco a poco, le vamos ganando la batalla al coronavirus. Pero el costo ha sido muy alto, sobre todo en vidas, en las relaciones sociales y en la economía, tanto personal como a gran escala. Las batallas, aún cuando se ganan, dejan profundas secuelas.

11 de mayo de 2021
Vacunación Estados Unidos
Imagen de referencia de jeringas y vacunas de Moderna | Foto: AP

Ahora se nos abre una nueva ventana a la esperanza. Deseosos de tomar aire fresco, el cese de las severas limitaciones impuestas por la pandemia nos genera la alegría de poder compartir buenos ratos con nuestros seres queridos, sin restricciones de espacio y de tiempo. Y, por fin, disfrutar de la montaña y de la playa a quienes nos pillaba lejos. Pero nuestro sentido común nos dice que no debemos bajar la guardia. Quizás estemos ganando alguna batalla, pero la guerra continúa.

Con el botellón perdemos los sesos

Si nos vamos de botellón a celebrarlo sin más, menospreciando al enemigo, sin ser prudentes y estar alerta, estamos siendo, cuando menos, unos necios. No se puede ganar la guerra mirando por encima del hombro a este cruel adversario.

No debemos quedarnos en que sólo protegiendo a las poblaciones de riesgo los demás somos invulnerables. Además, así también vamos a propiciar restricciones socio económicas que repercutirán gravemente sobre nosotros, los ahora causantes. Nuestro valor ha de mostrarse como una compensación al miedo, en un equilibrio que no nos haga perder el seso.

Al inicio de la pandemia el miedo, más que justificado, se apoderó de nosotros. El miedo es una reacción básica que nos alerta y protege. Aunque existen trastornos bien conocidos asociados al miedo (a volar, a las serpientes ¡e incluso a nosotros mismos!, por citar algunos), el miedo a la pandemia no es una de estas fobias que principalmente generan ansiedad y evitación. Si bien está claro que la depresión y la ansiedad, junto al miedo por una amenaza presente, han sido daños colaterales del coronavirus.

Neurobiología del miedo

Definir el miedo, esa emoción tan compleja, es de todo menos sencillo. Desde el punto de vista neurobiológico podríamos decir que se trata de una emoción de anticipación que se desencadena, a través de estímulos externos o internos, cuando percibimos una situación que pone en riesgo nuestra seguridad. O la seguridad de lo que nos importa.

Una estructura cerebral con forma de almendra llamada amígdala parece jugar un papel clave en la gestión del miedo. Lo sabemos porque cuando se daña no se ven afectadas ni la inteligencia, ni la memoria, ni el lenguaje ni la percepción. Pero sí se alteran seriamente el condicionamiento al miedo, el reconocimiento del miedo en las expresiones faciales y el comportamiento social mediado por emociones asociadas al miedo.

Es más, existe una alteración congénita rara, denominada enfermedad de Urbach-Wiethe, que cursa con daños importantes en la amígdala haciendo que quienes la padecen no experimenten miedo.

El “Juan sin miedo”

Y ahora nos preguntamos: ¿qué ocurre cuando perdemos el miedo? Pues que nos la jugamos. Y tentamos a la suerte, por muy preparados que nos creamos. Sirva como ejemplo el caso de Álex Honnold, el “hombre sin miedo”.

Álex es un escalador de grandes paredes, paredes de roca de casi mil metros. Intrépido, como otros muchos escaladores. Lo que le hace diferente y especial es que escala en la modalidad denominada “solo integral”, es decir, sin utilizar cuerda o equipo de protección alguno que impida que impacte contra el suelo en el caso de una posible caída. No dejen de ver el documental, ganador de un Óscar, “Free solo”. Pone los pelos de punta.

Si Álex es capaz de estas proezas es porque su circuito cerebral está alterado, tal y como reveló un estudio basado en las resonancias magnéticas funcionales de su cerebro. Aunque su amígdala se encuentra en el lugar y con la forma que le corresponde, no se activa cuando a Alex se le presentan imágenes que sí hacen que se active la amígdala de un escalador digamos que normal.

De su caso se deduce que como perdamos el miedo, a la pandemia o a lo que sea, vamos de cabeza, y nunca mejor dicho.

El exceso de empatía

La falta de amígdala puede dar lugar a comportamientos muy curiosos, como ocurre en el interesante caso de la mujer hiperempática. La amígdala se encuentra en una zona del cerebro denominada lóbulo temporal. Y una de las formas más comunes de epilepsia es la epilepsia del lóbulo temporal.

A esta mujer, que padecía severas crisis epilépticas, se le extirpó la amígdala (al no responder a ningún tipo de medicación). Como consecuencia, además de desaparecer las crisis epilépticas, inesperadamente desarrolló un comportamiento empático mucho mayor de lo normal, y mantenido durante años. Mientras el resto de sus facultades mentales eran de lo más normal.

Lo más fascinante es que esta mujer, además de ser muy empática emocionalmente, también lo era cognitivamente. O sea, tenía la habilidad de deducir los estados mentales de otras personas, como sus creencias e intenciones, sólo con mirar a los ojos.

Sin embargo, hemos de tener en cuenta que hay casos en los que la hiperempatía se convierten en un trastorno de la personalidad con implicaciones psicológicas graves. Y no solo por el exceso y desgaste de sufrimiento por los demás, sino porque también podría llevar a entender y justificar el maltrato de tu pareja y por qué hay mujeres que aman a psicópatas.

Como conclusión, y tal y colmo comentamos al principio, no debemos bajar la guardia ni perder el miedo a la pandemia, ya que el miedo nos mantiene alerta y nos defiende a nosotros y a los demás. Disfrutemos el fin del estado de alarma siendo capaces de transformar las chispitas de miedo en prudencia y buen quehacer.

Recordemos la frase que se atribuye a Alejandro Magno:

“De la realización de cada uno depende el destino de todos”.

Por: Francisco José Esteban Ruiz

Profesor Titular de Biología Celular, Universidad de Jaén

The Conversation

Noticias relacionadas