COVID-19
Por qué los antivacunas ponen en riesgo la inmunización contra la covid-19 en Estados Unidos
Cuando se publique este artículo, en todo el mundo y de forma muy desigual, se habrán administrado más de mil millones de dosis de la vacuna de la covid-19.
Todo ello, en menos de seis meses. Por desgracia, la desinformación y los ataques dirigidos a los científicos están lastrando los avances. Detener la propagación del coronavirus exige no solo la aplicación masiva y global de vacunas, sino también de una potente contraofensiva contra los movimientos antivacunas.
En diciembre de 2020, la pequeña gran historia de la lucha contra la covid-19 comenzó a experimentar aquello que dijo Lenin —«hay décadas en las que no pasa nada y semanas en las que pasan décadas»— cuando se supo que, en cuanto tuvieron noticia de que podrían comercializarse algunas vacunas, varios países habían comprado por adelantado más de 10 000 millones de dosis.
El 14 de diciembre, una enfermera de un hospital de Nueva York recibió la primera vacuna que se administraba en Estados Unidos. Desde entonces, con un 51 % de personas vacunadas a 30 de mayo, Estados Unidos está en el grupo de cabeza de los países que, por diferentes razones, han administrado mayor número de vacunas. Por su parte, España, con un 38,4 %, está en la media de los países de la UE.
El esfuerzo de todas las naciones se dirige ahora a alcanzar la inmunidad de grupo, lo que significa vacunar entre el 60 % y el 90 % de una población determinada. A pesar del ritmo de vacunación, ese objetivo, que según el barómetro del CIS de abril parece relativamente fácil de conseguir en España, se enfrenta en Estados Unidos con el negacionismo antivacunas de importantes sectores de la población, mucho más numerosos allí que en Europa.
En el año 2019, después de un brote de sarampión en Europa (50 000 casos en 2018), la Organización Mundial de la Salud reconoció la reticencia a las vacunas como una de las principales amenazas para la salud mundial antes de la pandemia. La trama antivacunas se disparó en 1998, cuando un estudio publicado en The Lancet vinculó falsamente las vacunas al autismo. El artículo fue retirado por falta de rigor científico, pero el daño estaba hecho.
Los antivacunas y Joe Biden
La inmunidad de grupo es precisamente lo que está en riesgo en Estados Unidos. Aunque la utopía de Biden aspira a que siete de cada diez estadounidenses estén vacunados para el 4 de julio, día de la fiesta nacional, el país se enfrenta con la distopía de los negacionistas de la vacuna, y de ahí que el desafío de la Casa Blanca no esté tanto en la logística o en la distribución, sino en las acciones para convencer a los menos entusiasmados con la idea del pinchazo.
Si a mediados de abril se administraban en Estados Unidos tres millones de dosis diarias, a 31 de mayo ese número estaba por debajo de los dos millones. A estas alturas, cuando faltan menos de un mes para la fiesta nacional, el ritmo de la campaña de vacunación cayó un 43 % en la última quincena de mayo.
Como ocurre con muchos asuntos que dividen a la sociedad estadounidense, el mapa de estados que manejan buenas cifras de vacunación y el de los que están por debajo de la media nacional se superpone casi a la perfección con el reparto electoral entre demócratas y republicanos, respectivamente. Mientras que en Vermont y Massachusetts el porcentaje de vacunados supera el 60 %, en el sur, en estados como Alabama, Louisiana y Mississippi, la cantidad de personas vacunadas no supera el 35 %.
Estados Unidos alberga los grupos antivacunas más grandes y mejor organizados del mundo. En Preventing the Next Pandemic: Vaccine Diplomacy in a Time of Anti-Science, Peter Hotez, director del Centro para el Desarrollo de Vacunas del Hospital Infantil de Texas, un médico que fue enviado por Barack Obama a los países musulmanes para impulsar la “diplomacia de las vacunas”, explica el auge del movimiento antivacunas en Estados Unidos. Este se convirtió en falsa “libertad sanitaria” a través del Tea Party, la rama radical del partido republicano, que incorporó a sus filas a terraplanistas y negacionistas antivacunas.
Hay tres factores sinérgicos de la trama antivacunas. El primero es el uso de las redes sociales, donde, según el londinense Center for Countering Digital Hate (CCDH), doce movimientos antivacunas tienen cincuenta y ocho millones de seguidores. Anuncios pagados en Facebook, dirigidos a madres jóvenes para convertirlas en activistas, muestran niños presuntamente enfermos debido a las vacunas. Y hay negocio de por medio: el CCDH ha calculado que las redes sociales se embolsan mil millones de dólares al año en publicidad y otros ingresos procedentes de esta “industria” de la falsedad.
En segundo lugar, el movimiento antivacunas tiene un brazo político. Los tuits de Donald Trump son buen ejemplo de ello. El 40 % de los miembros del partido republicano se oponen a vacunarse contra la covid-19. Muchos grupos de extrema derecha que difundieron información falsa sobre las elecciones presidenciales estadounidenses del año pasado están haciendo lo mismo con las vacunas.
Pero también está Rusia. Las organizaciones de inteligencia rusas atacan a las vacunas occidentales. Una campaña sugiere que podrían convertir a las personas en monos. El motivo es simple, intentan desacreditar las vacunas occidentales contra la covid-19 para promover las suyas.
El tercer factor que impulsa el éxito de los movimientos antivacunas es el agresivo proselitismo dirigido a grupos susceptibles como los emigrantes, los judíos ortodoxos y las minorías, incluyendo los afroamericanos. En sus comunicaciones comparan las vacunas con el holocausto o con experimentos antiéticos, como el estudio Tuskegee, realizados con personas de color.
Los negacionistas y la ONU
No es fácil convencer a los negacionistas. Hay tres grupos dentro del movimiento antivacunas: quienes dudan, quienes se resisten y quienes rechazan la vacunación.
Mientras que los que dudan o se resisten pueden aceptar ser informados y cambiar su opinión, los integrantes del tercer grupo se niegan a considerar información sobre la vacuna, defienden premisas falsas de conspiraciones sin base y prefieren prácticas médicas alternativas. No se vacunarán. Será imposible convencerles de lo contrario.
Para ellos, la información científica carece de valor frente a la que aportan teorías conspiranoicas basadas en una oculta fuente de conocimiento. Los seguidores del grupo radical QAnon, que patrocina a los antivacunas en Estados Unidos, dicen tomar la metafórica “píldora roja” de la película Matrix que les permite ver la realidad que ocultan los dueños del Estado reprogramando la mente de los ciudadanos para ser tratados como “conejillos de indias” de unas misteriosas elites manipuladoras. Esa píldora, un símbolo entre los populistas, fue la que tomaron quienes asaltaron el Parlamento estadounidense, siguiendo el ejemplo de Elon Musk e Ivanka Trump.
El lenguaje de los antivacunas y mensajes como el de la “píldora roja” sugieren un comportamiento sectario que explicaría por qué algunos antivacunas rechazan verdades obvias. Mientras los líderes sacan beneficio vendiendo pseudomedicamentos, libros o consiguiendo un puesto político, los adeptos podrían fallecer a manos de un virus derrotado hace años (sarampión) o de un coronavirus para el que existen vacunas eficaces.
Coordinadas por la ONU, naciones de todo el mundo han creado grupos de expertos que han abordado amenazas globales complejas como el terrorismo, la seguridad cibernética y el armamento nuclear. Ahora, cuando la anticiencia se está acercando a niveles similares de peligro, ha llegado el momento de que un grupo de trabajo interinstitucional de alto nivel de la ONU evalúe el impacto total de la agresión contra las vacunas y proponga medidas duras y equilibradas, porque cada vez es más evidente que avanzar en la inmunización global requiere una contraofensiva también global.
Por:
Manuel Peinado Lorca
Catedrático de Universidad. Departamento de Ciencias de la Vida e Investigador del Instituto Franklin de Estudios Norteamericanos., Universidad de Alcalá
Luis Monje
Biólogo. Profesor de fotografía científica, Universidad de Alcalá