Arte
A un año de su muerte, conmemorar al maestro Fernando Botero es seguir descubriendo matices de su obra
La misión que el artista irrepetible encomendó en vida a sus hijos fue la de hacer exposiciones y más exposiciones, y a ella atienden creando la Fundación Fernando Botero. Gracias a su temprana gestión, dos muestras impresionantes celebran la obra inédita de Botero en la capital italiana. SEMANA habló con Lina y Fernando sobre duelo, arte y legado .
Para una figura de la dimensión de Fernando Botero, que en Colombia revolucionó el mundo del arte (haciéndose global desde su disciplina, su pasión y su estilo voluminoso), así como el concepto de filantropía, la conmemoración de su partida exige eventos a su altura. Nacido en 1932, fallecido en 2023, el pintor y escultor antioqueño dejó más de 60 años de una trayectoria que borró fronteras, con las raíces claras en el arte universal y en el lugar que lo vio nacer, donde, según comparte su hijo Fernando, podía sentir éxtasis viendo el mundo pasar en una plaza: Antioquia.
Sin embargo, es en Roma, Italia, donde este año de su partida se sentirá con mayor fuerza, precisamente por la presencia notable de su obra. Porque a una exhibición de ocho esculturas monumentales del maestro que desde julio engalana (aún más) el centro histórico de esa ciudad, ahora se suma la Grande Mostra, realizada por el grupo Arthemisia y curada por Lina Botero, su hija, y Cristina Carrillo de Albornoz. La exhibición abre sus puertas en el Palazzo Bonaparte este martes 17.
La muestra, que no es una retrospectiva, pero sí ofrece tesoros imperdibles e inéditos, ostenta 120 obras, dibujos entre óleos, acuarelas, sanguinas, carboncillos, dibujo a lápiz, tinta china, pastel, esculturas en bronce y mármol. Desde Roma, Lina explica que “el enfoque es el de resaltar las múltiples técnicas con las que trabajó Fernando Botero a través de su vida”. Y es que, según comparte, “ningún artista de su generación tuvo ese dominio de las que él llamaba las técnicas nobles. Mi papá quería dominar las técnicas nobles que a través de la historia del arte fueron consideradas importantes, y lo logró”.
Así pues, como nunca antes en sus exhibiciones, hay una sala entera dedicada a pasteles, otra a dibujos de pequeño formato, otra a dibujos de gran formato y otra con óleos en diversos temas. Sobre estas últimas, su hijo Fernando Botero Zea cuenta que, en sus últimos años, en los que trabajaba más que nunca en una carrera contra el tiempo y contra el párkinson rígido que padecía, “por sus limitaciones de salud, el maestro no podía hacer obras importantes en tamaño y se concentró en hacer obras en un formato más limitado. Son obras más pequeñas pero con una calidad sublime”. La muestra también apela a elementos interactivos: abre con un video de diez minutos sobre Botero y ofrece también una sala de experiencia inmersiva.
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Más allá de estas novedades, la hija del maestro y curadora exalta dos obras de especial valor en la muestra: una versión de la infanta de Las meninas, de Velásquez, que jamás había sacado de su estudio, pero siempre tuvo ahí colgada, como un recuerdo de cuando siguió los pasos del maestro español, y otra, Homenaje a Mantegna, la pintura con la que ganó el Salón de Artistas en 1958. Polémica para su tiempo, defendida por Marta Traba, la obra apareció de nuevo, luego de décadas de paradero incierto, gracias a una casa de subastas. Cuenta Lina que en la parte posterior tiene escrito “4.000″ (pesos, seguramente) el valor por el cual se vendió antes de desaparecer hasta hace pocos meses, cuando luego de una búsqueda infructuosa, Christie’s le anunció a Lina del hallazgo en manos de un estadounidense.
Además del trabajo que implicó esta ‘toma de Roma’, pues la muestra fue concebida en un lapso casi absurdo de cuatro meses y se sumó al calvario de realizar la muestra de las esculturas monumentales, Lina confiesa que siempre los enseñaron a trabajar, que eso no es lo duro, pero sí pesa la carga emocional. “Es duro, pero nada quisiera yo más que mi papá nos estuviera mirando en donde esté y se sienta orgulloso de lo que estamos haciendo en su honor”, cuenta, mientras fluyen las memorias de ambos. En la capital italiana lo acompañó en su última gran muestra, en el Complesso Vittoriano. “Recuerdo estar a su lado, haber tratado de reemplazar el vacío de Sofía (recién operada esos días del cáncer que se la llevó años más tarde). Compartimos cada instante, cada minuto y fue emocionante y fantástico”.
Sobre la responsabilidad de seguir adelante con el legado del maestro, Fernando, quien con sus hermanos lidera la Fundación Fernando Botero, confiesa que ha sido un año de muchas emociones, “de una tristeza fuerte por perder a un padre, pero también de una satisfacción enorme por ver cómo se registró su partida en la gran prensa mundial, que lo destacó como una figura de primer orden en el firmamento del arte global”.
Dicha fundación, muy cercana a constituirse, ya está cumpliendo su objetivo de defender, preservar, promover el legado del maestro. Y sobre ese reto, Fernando respondió: “Mi papá era un hombre muy inteligente y claro. Y nos dijo: ‘Lo que hay que hacer el día que no esté es exposiciones, exposiciones y exposiciones’. Más claro imposible. Tenía definido que el legado de un artista se manifiesta en las exposiciones”. Y en ese campo han trabajado con las grandes satisfacciones que representan estas exhibiciones y las venideras.
La punta del Iceberg
Despedir a los padres implica en muchos casos enfrentar el ritual de catalogar lo que dejó y decidir qué hacer con lo encontrado. En el caso del maestro Botero, sus hijos han vivido un proceso de descubrimiento, del cual, hasta ahora, el público podrá ver algo en la forma de esas obras que no había presentado (por su voluntad o temas como la pandemia, que también se cruzó en esos años finales). Entre lo que han descubierto, hay muchos de sus rollos (de pinturas terminadas, abandonadas o simplemente en pausa indeterminada). “Él tenía un sistema de trabajo –explica Lina–. Hacía una primera mancha de pintura sobre la tela, como significando la creación, el dibujo, la mancha de pintura la plasmaba en la tela, y esa era la parte más importante, la conceptualización de la obra. Y después, con frecuencia, la enrollaba y la metía en una esquina. Y solamente la volvía a sacar unos meses más tarde, cuando estaba menos involucrado emocionalmente, para mirarla con ojos más fríos”.
Además de estos asombros en tela, quedó mucho de lo que escribió. Al respecto, Fernando explica que han encontrado muchísimas cartas, diarios y anotaciones que él hacía, “y creo que vamos a poner todo eso en manos de alguna institución, como el Museo de Antioquia, u otra, para que los académicos, historiadores, curadores, tengan acceso a ese material y puedan contar a lo largo del tiempo, dimensiones desconocidas y muy ricas de mi padre”.
Así pues, en el fin de semana que marca su primer año de partida (cae este domingio), emociona saber lo mucho del universo de Fernando Botero que se vive desde esta semana en Roma, y saber de lo mucho que aún tiene por dar.
Días finales
“En la última etapa de vida de mi papá, sufrió de un párkinson rígido. No temblaba, afortunadamente, pero sus músculos se iban volviendo rígidos. Pero él podía sentarse en una mesa y hacer acuarela como si no tuviera absolutamente ningún problema físico. Hizo acuarelas de una belleza increíble”, comparte Lina sobre algunos de las obras del maestro en esa última etapa de su vida, que en esta muestra verán la luz. Y, a manera de lección para todos, sobre el poder del arte y de la pasión inagotable por el mismo, relata: “Todos los días iba a trabajar, religiosamente, y yo lo acompañaba. Él se sentaba en su mesa, yo le traía un té, y se ponía a trabar en absoluto silencio. Yo digitalizaba en ese momento su inventario. Pasábamos cuatro o cinco horas en absoluto silencio. Yo no lo sentía ni siquiera respirar, y me volteaba a mirar, y ahí estaba, trabajando. Y en esas horas no sentía cansancio, era impresionante. En su estudio, él se rejuvenecía. Cuando salía, sentía achaques físicos, pero mientras trabajaba era una persona joven”.
Fernando, hijo, cuenta que ante esa consciencia de la falta de tiempo, el maestro trató de acelerar el paso, trató de hacer más. Y eso, asume uno, haría un hombre enamorado y apasionado por lo que hacía sintiendo aún la capacidad de hacerlo.
Y entonces nos despide con una anécdota diciente sobre lo intereses filantrópicos de su padre. Porque, como explica, además de seguir su deseo de exponer el arte y llevarlo a la gente del mundo, también siguen su línea en esos importantes términos. “Me impresionó mucho que, cuando leímos su testamento, que era muy breve, empezaba diciendo ‘Pido a mis hijos que no olviden a los niños pobres de Colombia y el hambre que experimentan’. Me marcó que se hubiera preocupado hasta el último instante de su vida por el tema del altruismo y la filantropía. Es algo extraordinario, un gran ejemplo para seguir”.