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‘Aftersun’ llega a Netflix: en vacaciones no se escapa de los tormentos, solo se les trata de apagar
Narrada desde el prisma de un padre y su única hija en su descanso juntos, marcada por actuaciones brillantes, la ópera prima de la escocesa Charlotte Wells conjuga una admirable contemplación del amor, la memoria, el descubrimiento y la depresión.
La que pasan la pequeña Sophie y su padre Calum en Turquía no es una vacación terrible, de hecho, es casi lo contrario. Es ambas cosas, dependiendo del momento y la perspectiva desde dónde se le mire. Es una vacación que sí refleja algo: hay cosas de las cuales no es fácil huir, a las que no se les escapa corriendo. Y aún así, se trata…
Una película minimalista solo en apariencia, Aftersun es engañosamente sencilla. Sus grandes ecos son emocionales, su impacto es hermosamente profundo, sensible y duramente melancólico. En este paseo de padre e hija vemos varias capas reveladas, las de nuestras propias memorias, las de nuestros propios momentos de esparcimiento diluidos en la realidad.
En ella, la directora primeriza Charlotte Wells le pide a su audiencia unir algunos puntos emocionales. Están atrapados en el simple relato de esta vacación inspirada (en parte, no totalmente) por una que ella misma vivió de niña, con su padre, en los años noventa. Escocesa, Wells exige sutilmente ir más lejos que la superficie. Y lo logra gracias a cómo teje su historia y a las actuaciones que la soportan, de mérito individual y de química indudable entre los dos, que refleja un lazo complejo, que es de sangre, que es familiar y que es más que eso.
“Por qué es así de extraño, Papá, a veces”, se pregunta la pequeña Sophie (Frankie Corio) sobre su padre Calum (Paul Mescal), al que ve de lejos, haciendo movimientos de taichí. La mayoría del tiempo él está pendiente de ella, y el tiempo que pasan juntos no es uno que la aburra porque la pasan bien (le ha enseñado a jugar billar pool con destreza en el pasado, se nota), pero con el paso de los días va sintiendo el frágil balance que viene con él, que lo acompaña y que lucha por mantener a raya.
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Sin saberlo, ella va sintiendo que algo de esa fragilidad también comparte. Pero se deja ser la niña juguetona, que pregunta, curiosa por lo que hacen jóvenes más grandes que ella, con ganas de ser un poquito más grande para hacer parte de eso. Y Sophie no teme cantar ante más personas una canción que le gusta, así sea desafinada (Losing My Religion de R.E.M.), así su padre, en esa noche de actitud rancia, haya preferido dejarla sola en el ritual que solían hacer juntos.
En ciertos momentos la mirada de Calum se pierde en un lugar profundo que no le puede explicar a la pequeña, apenas se lo puede explicar a sí mismo, a duras penas lo sobrevive… Él acude a sus ejercicios de respiración, a uno que otro cigarrillo cuando ella ya se ha dormido.
Y todo, casi todo, queda inmortalizado a través de una cámara de video 8. La textura de ese registro en video noventero hace parte de este relato.
El padre trata de controlar aquello que lo abruma y la niña, entre las grietas del sol y del buen momento, recibe un poco del voltaje de un adulto que carga con el peso de su existencia. Sophie es despierta, inteligente; también es un ser que a corta edad, con claridad metafórica describe el vacío, el cansancio asociado a la depresión. Avizorando su pasado y su futuro. Compartiendo algo sin saberlo. Y al escucharlo, su padre no puede evitar reaccionar, “vinimos a pasarla bien”, dice, tratando de convencerse también.
Cuando las vacaciones terminan, Sophie regresa a casa en Edimburgo, donde vive con su madre, donde no vive su padre. Calum le explicó por qué durante el viaje: allá jamás se sintió en casa. No la vemos después de despedirse de él, juguetona y con mucho cariño, antes de abordar el vuelo. Y él la graba. Ahora, a ella la volvemos a ver ya adulta. Viviendo cosas que antes no entendía, sintiendo vacíos que ahora puede comprender mejor, sin que eso haga la existencia más fácil.
La película, que recientemente aterrizó en Netflix Colombia, ha enamorado a la crítica en donde se ha estrenado y resonará en la temporada de premios (Paul Mescal fue nominado al Óscar). No sobra darle una mirada a esta experiencia que desde unas vacaciones plantea una radiografía generacional existencial.
Los noventas marcan, impregnan; y si la música de Blur arranca festiva y luego se distorsiona un poco es porque este recuerdo que parecía solo alegre adquiere otras lecturas con el tiempo, mirándola desde el futuro. Sophie es adulta también, Sophie mira atrás. Conecta. Recuerda al hombre que le trataba de enseñar a protegerse, también el que, pasado de cervezas, la deja cantando sola en el karaoke y luego critica su canto.
Inolvidable, dulce y sagaz, la pequeña procesa desde su lente adulta ese recuerdo de esos días en el hotel de tres estrellas en Turquía. El recuerdo desde un prisma más informado, la lectura de pequeños momentos. Y una versión de Under Pressure de Queen y David Bowie que cala muy hondo. El tiempo y una particularmente intensa pista de baile revelan que ella y su padre tratan de capotear los mismos tormentos.
* disponible en Netflix.