AL FIN, QUIEN INVENTO EL CINE?
Un siglo después la polémica sigue viva. A pesar de que los Lumiere fueron los primeros en hacerlo público, muchos opinan que el cine como tal ya había sido inventado.
HACE 100 AÑOS EL MUNDO estaba a punto de observar uno de los mayores acontecimientos científicos y artísticos del siglo pasado. Dos hermanos franceses, Auguste y Louis Lumiere, en compañía de su padre, estaban dando los últimos toques a un aparato capaz de grabar y reproducir en pantalla imágenes en movimiento. Su invento, llamado cinematógrafo, fue patentado el 13 de febrero de 1895 y estaría listo para ser avalado en público el 28 de diciembre del mismo año.
El suceso ocurrió en el salón Indien, del Gran Café, en el Boulevard de los Capuchinos, en París, donde los hermanos Lumiere proyectaron 10 películas de escenas de la vida cotidiana parisiense. La gran mayoría eran documentales breves, como la Llegada del tren a la estación, La comida del bebé y la Salida de la fábrica Lumiere. Pero entre ellas se encontraba también la que fue considerada no sólo la primera comedia de la historia del cine, sino quizás la primera película argumental: El regador regado, un cortísimo filme que narra la antigua broma de pisar una manguera para luego soltarla y hacer mojar a su operario.
La noticia le dio la vuelta al mundo en corto tiempo y para los historiadores quedó claro que el séptimo arte había nacido con los hermanos Lumiere y su cinematógrafo.
AÑOS ANTES
Pero los Lumiere estaban lejos de ser los únicos responsables del cine. Cien años después de la primera función cinematográfica la polémica sobre el verdadero pionero del cine todavía está viva. No tanto por restarle méritos a la paternidad de los Lumiere, sino por encontrar al inspirador primigenio del movimiento fotográfico.
Antes de los hermanos franceses, tanto en la misma Francia como en Inglaterra, Alemania, Bélgica y Estados Unidos, eran varios los científicos que estaban detrás del secreto del cine. La invención de la fotografía a principios del siglo XIX y los estudios realizados por el médico inglés Peter Mark Roget sobre la persistencia retiniana del ojo humano habían desarrollado el conocimiento para que el cine, objetivo esencial de estos descubrimientos, estuviera listo en las manos de varios pioneros en el ocaso de la centuria. Roget formuló el principio según el cual el ojo es capaz de retener una imagen por lo menos por una décima de segundo después de ser registrada. De esta manera, proyectar imagenes sucesivas a determinada velocidad permitió desarrollar cada vez mejor la ilusión de movimiento. La fotografía y la persistencia retiniana, principios cinematográficos, estaban ya determinados. Sólo faltaba alguien que los acoplara.
Bajo estos principios aparecieron en la primera mitad del siglo toda clase de juguetes y aparatos ópticos previos al cinematógrafo. El físico belga Joseph Plateau lanzó en 1932 el fenakisticopio, un disco ilustrado con diversas fases del movimiento al que se le daba vueltas. A través de una delgada ranura el espectador experimentaba en sus ojos la sensación de movimiento continuo. Similares al de Plateau aparecieron otros juguetes, como el zootropo y el fantascopio, basados en los mismos principios de ilusión óptica. Un francés, Etienne Jules Marey, inventó una escopeta fotográfica, destinada a estúdiar los movimientos del vuelo de las aves y los desplazamientos de otros animales.
En Estados Unidos, mientras tanto, un excéntrico millonario, ex gobernador de California, de nombre Leland Stanford, casó una apuesta para demostrar que un caballo levantaba las cuatro patas en alguno de los tiempos de su galope. La apuesta necesitaba de una comprobación científica. Y ésta no era otra que la fotografía sucesiva.
El mecanismo lo elaboró el fotógrafo inglés Eadweard Muybridge: colocó en la pista hípica 24 aparatos fotográficos que se obturaban al paso del caballo galopante. El resultado fue lo más parecido al cine hasta ese momento: 24 fotografías que descomponían el movimiento. Stanford logró demostrar su conjetura, pero hacía falta que esas fotografías fueran proyectadas a la velocidad requerida para crear el movimiento. Un zootropo era capaz de hacerlo, pero faltaba proyectarlo sobre una pantalla.
Precisamente eso fue lo que logró el francés Charles-Emile Reynaud en 1888 con su praxinoscopio, el cual no era otra cosa que un zootropo tradicional, al que añadió un juego de espejos. Por reflexión, Reynaud fue el primero en proyectar figuras en movimiento. Sus mimos lo llevaron a competir ante la historia como el padre del dibujo animado. Bastaba aplicar el mismo principio a la fotografía reai para que naciera el cine.
Para muchos nació antes de los Lumiere, y no en Francia sino en Estados Unidos. En 1878 Thomas Alva Edison había patentado la que hasta ese instante era la más maravillosa de sus invenciones: un aparato capaz de grabar y reproducir sonidos que bautizó con el nombre de fonógrafo. Edison quiso completarlo de tal forma que el sonido pudiera acompañarse de imágenes en movimiento. Para ello se valió de un colaborador, William Laurie Diekson, a quien eneargó un aparato que fusionara los dos principios. Dickson no pudo sincronizarlos. Pero, en cambio, había inventado, pocos años antes de los Lumiere, un aparato dentro del cual el espectador podía observar imágenes circenses y otras piruetas en movimiento a través de una mira individual. El invento fue bautizado kinetoscopio (cinetoscopio) y patentado por Edison en 1891. Aparatos similares fueron fabricados por científicos como el inglés William Friese Greene y el alemán Max Skladanowski antes de que los Lumiere presentaran su invento al público.
Además, Edison había sido el primero en montar un estudio de filmación, la famosa casa Black María, dentro de la cual se preparaban las cintas que irían a proyectarse en el kinetoscopio. También fue uno de los pioneros en la utilización del formato de 35 milímetros y la película perforada para facilitar su arrastre. Incluso alcanzó a comercializar su invento con un éxito abrumador tanto en Estados Unidos como en Europa.
Pero todo esto le duró menos de un año. Los hermanos Lumiere, inspirados en el kinetoscopio y en otros aparatos similares, habían logrado por fin dar en el clavo del negocio sin darse cuenta. En primer lugar, el cinematógrafo Lumiere era capaz de filmar y reproducir; mientras el kinetoscopio de Edison era de provecho individual, pesaba más de 500 kilos y era accionado con baterías, el cinematógrafo se movía por manivela, pesaba 10 kilos y era prácticamente portátil. La gran diferencia, sin embargo, fue su destinación. Los Lumiere fueron los primeros en considerar el cine como un espectáculo de masas.
Tal vez por eso es que a ellos se les concede la paternidad cinematográfica: no tanto por su invento, ya desarrollado en otros países con algunas diferencias y atrasos tecnológicos pero conservando el mismo principio, sino por haber sido los primeros en montar el espectáculo y ser también los primeros en cobrar por él. El éxito del cinematógrafo fue tan abrumador que en menos de dos años el kinetoscopio de Edison prácticamente había desaparecido.
Curiosamente, los Lumiere no tuvieron la visión comercial para explotar su invento. Dedicados más al estudio de los movimientos de la naturaleza y, por ende, a la elaboración de documentales simples, los hermanos franceses no contemplaron la posibilidad de explotarlo como espectáculo a largo plazo.
El verdadero iniciador del cine de ficción, el primer narrador de historias por medio del genial invento estaba por aparecer. Había hecho parte de los 35 asistentes a la inauguración del cinematógrafo Lumiere, era mago de profesión y se llamaba George Melies. Faltaba muy poco para que este ilusionista, con olfato de comandante de circo, se convirtiera en uno de los más geniales cineastas de su época y en el primero en insinuar el alcance revolucionario que el cinematógrafo iba a provocar en el mundo entero en menos de una década.