LIBROS
El capricho de Nixon que torció el destino de Colombia
Semana.com publica el capítulo dedicado a la guerra contra las drogas de 'Alguien tiene que llevar la contraria', el libro de ensayos del ministro de Salud, Alejandro Gaviria.
Desde mucho antes de asumir el ministerio de Salud, Alejandro Gaviria ha desempeñado un papel como académico e intelectual. El también ex decano de Economía de la Universidades de Los Andes acaba de publicar Alguien tiene que llevar la contraria, un libro compuesto de 12 ensayos fruto de sus reflexiones e inquietudes.
Semana.com publica el dedicado a la guerra contra las drogas, en el que Gaviria recuerda que en 1971 Richard Nixon inició la persecución contra la marihuana, la heroína y el LSD, pero dejó por fuera la cocaína con el argumento de que no generaba crimen y muerte. El autor muestra cómo, con esa decisión, “comenzó a torcerse el destino de nuestro país”: Colombia terminó convertida en la principal exportadora de cocaína del mundo, con su respectiva secuela de crimen y muerte.
COLOMBIA Y LA GUERRA CONTRA LAS DROGAS
En junio de 1971, hace ya 45 años, el presidente de Estados Unidos Richard M. Nixon declaró la “guerra contra las drogas”. En un famoso discurso, Nixon reiteró el compromiso de su país con la prohibición del consumo de drogas psicoactivas y anunció un paquete de ayuda militar a los países productores y exportadores. “El consumo de drogas ha adquirido las dimensiones de una emergencia nacional […] El peligro no pasará con el fin de la guerra de Vietnam. Existía antes de Vietnam y existirá después”, dijo de manera enfática.
Entonces nadie previó las consecuencias devastadoras de una decisión política motivada por factores coyunturales, casi caprichosos, por el aumento del consumo de drogas entre los soldados y veteranos de la guerra de Vietnam y por la antipatía del presidente Richard Nixon hacia los jóvenes que se oponían a su cruzada anticomunista, muchos de ellos consumidores habituales de marihuana y otras sustancias psicoactivas. Los motivos del presidente Nixon están perdidos en la historia, entre los archivos de su mandato. Las consecuencias de la guerra contra las drogas, por el contrario, son evidentes: aparecen registradas todos los días en los medios de comunicación del mundo. La guerra contra las drogas tuvo una motivación coyuntural, pero ha tenido efectos permanentes, de largo plazo.
En particular, la guerra contra las drogas desencadenó una serie de eventos que años después llevaron a la consolidación de Colombia como el principal exportador de cocaína a Estados Unidos. En 1971 comenzó a escribirse la historia contemporánea de Colombia. O, mejor, a torcerse el destino de nuestro país. Paradójicamente, la guerra contra las drogas produjo un aumento considerable en el consumo de cocaína en Estados Unidos. Nixon concentró sus esfuerzos represivos en la marihuana. Las primeras medidas consistieron en aumentar las multas y las penas por el consumo de marihuana, LSD y heroína, pero no por el de cocaína. En 1975, un documento oficial de la Casa Blanca afirmaba que la cocaína tenía una prioridad baja: “No tiene consecuencias serias tales como el crimen, la hospitalización o la muerte”.
El consumo de cocaína fue tolerado abiertamente por el gobierno de Nixon y por la sociedad estadounidense. A comienzos de los años setenta, la cocaína era percibida como una droga domesticada para consumidores glamurosos: hombres de negocios, actores de Hollywood, estrellas de rock; para lo que hoy llamaríamos (cabe el anacronismo) la clase creativa. La demanda creció en medio de la aceptación gubernamental y social. Los consumidores tenían poco que temer. No había castigo ni estigma. Todo lo contrario: la cocaína era percibida como el champaña de las drogas. Las fiestas en Manhattan comenzaban con martinis y terminaban con “a hit of coke”.
Al tiempo que crecía la demanda de cocaína, la oferta de marihuana, heroína y otras sustancias psicoactivas disminuía sustancialmente, como resultado de las medidas represivas puestas en marcha por el gobierno de Estados Unidos. Durante los años setenta, miles de hectáreas de marihuana fueron fumigadas en México, y varias redes internacionales de distribución de heroína, entre ellas la famosa “French Connection”, fueron desmanteladas. La marihuana, la heroína y el LSD comenzaron a escasear en las calles de Estados Unidos, y la caída en la oferta le abrió espacio al surgimiento de la cocaína.
El ascenso de la cocaína y la correspondiente caída de otras sustancias psicoactivas pueden estudiarse cuantitativamente. El siguiente gráfico muestra la frecuencia de aparición de las palabras “cocaine”, “LSD” y “marijuana” en cientos de miles de libros en inglés.
Frecuencia de aparición de las palabras “cocaine”, “LSD” y “marijuana”
Hasta comienzos de los años setenta la palabra “cocaine” apenas figuraba en el mundo de la palabra escrita (un indicador de su baja importancia social y cultural). Una década más tarde, a comienzos de los años ochenta, las tendencias eran otras, y la frecuencia de la palabra “cocaine” ya superaba ampliamente a la de las palabras “LSD” y “marijuana” (un indicador de su creciente importancia relativa). A la luz de este indicador, imperfecto pero sugerente, la cocaína desplazó a otras sustancias psicoactivas a mediados de los años ochenta del siglo anterior. Paradójicamente, la declaración de la guerra contra las drogas parece haber disparado el auge de la cocaína. Conectando las causas primeras con las últimas, podría decirse que Nixon popularizó la cocaína.
Al principio, la creciente demanda de cocaína fue atendida por traficantes sin mucha experiencia que aprovechaban la ausencia de controles en los aeropuertos de origen y destino. Los traficantes compraban la materia prima a los cultivadores, la procesaban localmente y la exportaban a través de mensajeros espontáneos, reclutados entre viajeros de clase media. Los chilenos dominaron primero el negocio, pero su preeminencia llegó a un final abrupto con el golpe de Estado de septiembre de 1973. Diecinueve narcotraficantes chilenos fueron extraditados por el nuevo gobierno militar entre octubre y diciembre de ese año. Bastó una insinuación de las autoridades de Estados Unidos de que los traficantes podrían financiar a los grupos de izquierda que habían entrado en la clandestinidad para que la dictadura aprobara la extradición. La guerra contra las drogas y la lucha anticomunista tuvieron inicialmente muchos vasos comunicantes.
Los traficantes colombianos no dominaron de inmediato el mercado de exportación de cocaína. Los cubanos radicados en Estados Unidos, los argentinos y los italianos, entre otros, participaron activamente en el tráfico después de la desaparición de los chilenos. En mayo de 1974, en uno de sus primeros informes sobre el tráfico de cocaína, el diario colombiano El Tiempo reportó que varios estadounidenses, argentinos, chilenos, italianos y venezolanos habían sido detenidos en el aeropuerto El Dorado de Bogotá cuando intentaban embarcarse con cocaína hacia Estados Unidos. Usualmente llegaban a Colombia a quedarse por unos días, compraban la droga en Leticia o en alguna ciudad fronteriza y salían cargados hacia Estados Unidos o Europa. Los traficantes colombianos eran un grupo entre muchos otros. “En el mapa mundial del tráfico de drogas, Colombia es uno de los tres o cuatro países más importantes”, informó El Tiempo por la misma época.
En pocos años, por razones que todavía no han sido plenamente estudiadas, los traficantes colombianos se convirtieron en los principales exportadores de cocaína al mercado de Estados Unidos. Algunos estudiosos citan razones geográficas, otros mencionan causas sociológicas como el supuesto gusto de los colombianos por la ilegalidad. Pero el determinismo geográfico o cultural no es del todo convincente. La primacía colombiana bien pudo obedecer a acontecimientos fortuitos, a accidentes históricos que se perpetuaron por razones económicas o por cuenta de la ventaja competitiva que surge del aprendizaje y la especialización.
La naturaleza azarosa, contingente de la primacía colombiana, hace más trágica la historia de los efectos adversos del narcotráfico sobre la vida política, social y económica del país. El narcotráfico disparó la violencia. La tasa de homicidios pasó de menos de 30 por cien mil habitantes en 1978 a más de 70 en 1990. Otros fenómenos criminales, entre ellos la extorsión, el tráfico de armas y el robo de vehículos, también florecieron como resultado de la consolidación del crimen organizado y el consecuente debilitamiento de la justicia. El narcotráfico produjo, en suma, un crecimiento acelerado del crimen violento, primero en algunos departamentos y más tarde en todo el país.
Pero el narcotráfico también afectó las instituciones: primero infiltró los partidos tradicionales, después emprendió una guerra abierta contra el Estado y los medios de comunicación, más tarde financió la expansión de los grupos guerrilleros, y luego pagó por el crecimiento de los grupos paramilitares y, recientemente, por el surgimiento de las llamadas bandas criminales. Durante los últimos treinta años, los mayores desafíos a las instituciones colombianas han provenido directamente de grupos de narcotraficantes o han sido financiados con dinero del narcotráfico.
El narcotráfico corrompió muy pronto la justicia, la política y muchas actividades públicas y privadas. En marzo de 1978, en medio de las elecciones presidenciales, un reportero del New York Times escribió un extenso informe en el que señalaba, entre otras cosas, que “los narcotraficantes han surgido no sólo como una nueva clase económica, sino también como una poderosa fuerza política, con enlaces corruptos en todos los niveles de gobierno. Los dineros ilícitos afectaron las elecciones del Congreso, en las cuales muchos votos fueron comprados a diez dólares por unidad, particularmente en la costa atlántica”. Más de treinta años después, el poder corruptor del narcotráfico sigue vigente.
Pero las consecuencias no pararon allí. Las relaciones internacionales del país se “narcotizaron”, pasaron a estar completamente dominadas por el tema de la droga. Colombia comenzó a ser percibida solo como un país productor y exportador de cocaína. Cada exportación, cada movimiento de capitales y cada viaje al exterior eran considerados sospechosos. La exportación de cocaína no solo transformó la realidad interna: también distorsionó la percepción del país en el mundo.
En síntesis, el narcotráfico transformó profundamente la sociedad colombiana. En palabras de la historiadora Mary Roldán, “rompió la tradición, transformó las costumbres sociales, reestructuró la moral, el pensamiento y las expectativas”. Las consecuencias todavía son visibles, hacen parte de la realidad económica, social e institucional de Colombia. Las causas incluyen una sucesión de acontecimientos complejos, imprevisibles, que comenzaron hace más de cuatro décadas con la declaratoria de Nixon de la guerra contra las drogas.
Colombia ha sufrido más que ningún otro país las consecuencias de la guerra contra las drogas. Casi cincuenta años después, puede decirse, sin salvedades, con la certeza que dan décadas de padecimientos, que Colombia fue la principal víctima de esa guerra absurda que aún no termina.
Para saber más
Este artículo hace parte de un libro publicado en 2011 por la Universidad de los Andes: Política antidrogas en Colombia: Logros, fracasos y extravíos, que examina las consecuencias económicas, sociales y políticas del narcotráfico en general y de las políticas represivas en particular.
En su libro Andean Cocaine: The Making of a Global Drug, el historiador norteamericano Paul Gootenberg cuenta la historia económica de la cocaína desde el siglo XIX hasta la consolidación de Colombia como el principal exportador. A finales del siglo XIX Estados Unidos importaba entre 600 y 1.000 toneladas métricas de hoja de coca desde Perú. La hoja se transformaba primero en “pasta básica” en el país de origen, y después en cocaína en los países de destino: Estados Unidos, Alemania y Suiza. La técnica para transformar la hoja en pasta, inventada por un científico peruano en el siglo XIX, es, en esencia, la misma que usan actualmente los campesinos colombianos. El mercado global de la cocaína entró en un rápido declive a partir de 1910, fue proscrito en los años cuarenta del siglo pasado y revivió (ya de manera ilegal) en los años setenta, instigado en parte por la guerra contra las drogas de Richard Nixon.
Las verdaderas razones de la guerra contra las drogas, las motivaciones reales del presidente Nixon y su gabinete, fueron reveladas recientemente por el periodista Dan Baum en un artículo publicado en la revista Harper’s: “Legalize It All”. Baum entrevistó a John Ehrlichman, por entonces asesor de política doméstica de Nixon. Su respuesta fue tan sincera como chocante:
¿Quiere saber de qué se trató realmente [la guerra contra las drogas]? [...] La campaña de Nixon en 1968 y la Casa Blanca de Nixon después de la elección tenían dos enemigos: la gente de izquierda que se oponía a la guerra de Vietnam y la gente negra. ¿Entiende lo que le estoy diciendo? Sabíamos que no podíamos prohibir la oposición a la guerra, tampoco podíamos prohibir ser negro, pero si lográbamos que el público asociara a los hippies con la marihuana y a los negros con la heroína, y luego criminalizábamos ambas sustancias fuertemente, podíamos golpear a ambos grupos. Podíamos arrestar a sus líderes, allanar sus casas, intervenir sus reuniones y estigmatizarlos noche tras noche en los noticieros vespertinos. ¿Sabíamos que estábamos mintiendo acerca de las drogas? Claro que sí.
Hay que reconocer que los tiempos han cambiado. En abril de 2016, en medio de una asamblea general de Naciones Unidas sobre el problema mundial de las drogas (así se le llama en los ámbitos diplomáticos), el cirujano en jefe de Estados Unidos, Vivek Murthy, dijo sin rodeos, sin salvedades, sin vacilaciones, que “la guerra contra las drogas era también una guerra contra la gente”. Esa misma semana había sido publicado el artículo de Baum.
El historiador colombiano Eduardo Sáenz Rovner ha estudiado los orígenes del tráfico de cocaína en Colombia, Chile y Estados Unidos. En su artículo “Los colombianos y las redes del narcotráfico en Nueva York durante los años setenta” cuenta que la exportación de cocaína desde Colombia hacia Estados Unidos involucró, al menos en sus inicios, una gran multiplicidad de actores que participaron de muchas formas en un negocio ilegal de entrada libre. En sus palabras, “el supermercado de drogas psicotrópicas provenientes de Colombia abundaba en métodos, individuos y organizaciones, que, de una forma u otra, hacían llegar su contrabando a la ciudad de Nueva York” y a otras ciudades. La consolidación del mercado y la formación de grandes carteles vinieron después, pero los inicios fueron un momento de heterogeneidad: mucha gente participó de muchas maneras en el emergente mercado global de la cocaína.
En un artículo publicado hace más de quince años, “Increasing Returns and the Evolution of Violent Crime: the Case of Colombia”, estudié y expuse en detalle la conexión entre la consolidación de Colombia como el principal exportador de cocaína y la posterior explosión del crimen violento. El narcotráfico congestionó la justicia, les allanó el camino a otras industrias criminales, multiplicó el crimen, trastocó los valores y fortaleció las guerrillas, y por esas vías convirtió a Colombia en uno de los países más violentos del mundo. Solo hasta mediados de la década pasada Colombia empezó a sacudirse ese legado violento que comenzó inadvertidamente con una declaración de guerra velada en contra de los opositores del presidente Nixon.