In Memoriam
Antonio Caro y el arte de la verdad
El pionero del arte conceptual en Colombia murió el 29 de marzo de 2021. SEMANA lo recuerda con una pequeña retrospectiva de su obra.
Antonio Caro solía decir que el éxito de su carrera era cosa del azar y de su olfato periodístico innato. Él sabía leer la realidad del país. Entendía cómo la política y la economía determinaban la vida de los colombianos; era consciente de lo que la lucha por los derechos de las comunidades indígenas de Manuel Quintín Lame había significado para la historia de Colombia; y buscaba proteger la riqueza natural del país alertando sobre el creciente interés en la minería.
Su papel como artista consistía en poner en evidencia lo que estaba ahí. Y lo hacía de forma magistral. Combinaba su particular habilidad para explotar el potencial visual de las palabras con su conocimiento de los significados de los colores y su capacidad para transmitir mensajes sencillos y concisos, que repetía una y otra vez para asegurarse de que quedaran grabados en la memoria del espectador y pasaran a formar parte de la memoria colectiva de Colombia.
Con sus obras, Caro había captado tan bien esos procesos sociopolíticos y culturales que mueven a la sociedad que sus piezas adquirían un talante ligeramente distinto cada vez que las volvía a exhibir o realizar. “El trabajo de Antonio Caro circula por distintos canales para activar o movilizar sus enunciados según contextos específicos”, explicó el reconocido curador colombiano Jaime Cerón en 2007. Así, el artista hablaba más de reposicionamiento que de repetición.
En una entrevista con Canal Trece sobre su obra Homenaje a Manuel Quintín Lame, explicó que para componer sus piezas se valía de elementos que la mayoría de los colombianos conocen y son capaces de identificar con facilidad; un ejemplo de ello es su famosísima obra Colombia, en la que escribió el nombre del país con la tipografía de Coca-Cola. La razón para elegir ese lenguaje que cualquiera podía entender tenía que ver con el tipo de relación que le interesaba establecer con el espectador: “Yo nunca asumo que hay un espectador pasivo”, decía. “Mi intención siempre es: analice usted”.
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Y lo que Caro quería que analizara el público no era la magistral forma en que imitaba la tipografía de la gaseosa norteamericana ni la belleza simple de sus series de maíz; le interesaba que reflexionara sobre las verdades que él expresaba artísticamente. Ellas les daban fuerza a sus trabajos, y la forma y el color le agregaban contundencia. Por tanto, contando la historia de Homenaje a Manuel Quintín Lame afirmó que el poder de esa no obra no venía de él, sino del líder indígena: “Es el valor histórico de Manuel Quintín Lame lo que le da tanta fuerza. Es mi mejor obra, pero por él, no por mí”.
Según Caro, lo más maravilloso de las grandes producciones artísticas no son sus autores, sino la manera en que juegan con los elementos de la sociedad. Así pues, el bogotano prefería verse más como un malabarista que como un creador. Y los objetos que ponía en movimiento y sobre los que llamaba la atención eran aspectos del presente y el pasado del país. Quizá por eso sus obras desbordan el mundo del arte.