A R T E S    <NOBR>P L A S T I C A S</NOBR>

¿Arte primitivo?

El Museo Nacional presenta una muestra de arte precolombino peruano.

Fernando Gomez
15 de enero de 2001

El grueso de tomos de la Historia del Arte, por lo general, apenas le dedican una o dos páginas a lo que denominan “arte primitivo”. Y arte primitivo son las culturas de Mesopotamia, Africa y, por supuesto, América. Y los adjetivos con los que se califican esas esculturas precolombinas rayan en lo exótico y lo extraño. Y se quedan en eso. La explicación es bastante simple: los indígenas, las “culturas primitivas”, combinaban la estética y la vida cotidiana, cada una de sus piezas guarda un simbolismo religioso, histórico y cotidiano. Y... en este punto hay un error. A veces, el visitante de una exposición, magnífica como la que está en el Museo Nacional, se queda buscando todas esas simbologías. Se queda con la mirada del arqueólogo y el título de la muestra, Ofrendas funerarias y arte erótico del Perú antiguo, y con datos como “el maíz era considerado regalo de los dioses” o “estas esculturas datan del siglo...”. Claro, eso no tiene nada de malo. En el catálogo todo se explica de maravilla. El origen de la exposición: el Museo Rafael Larco Herrera; las culturas de donde provienen todas las piezas: Chavín de Huantar, Mochica, Chimú, Huari, Nazca, Paracas, Chancay, Lamabayeque. El asentamiento geográfico de cada una de ellas. En fin. De lo que no se habla mucho es de la belleza escultórica de cada pieza. Henry Moore lo entendió y significó una ruptura en el arte del siglo XX. Y esa es una mirada que no se puede dejar de lado.

El guión de la exposición parte con algunas representaciones fitomorfas de estas culturas. Y hay una que otra memorable como el remate en forma de cactus de un bastón. O esa vasija con la forma de una mazorca. O aquella que, a partir de la forma de una papa, representa a una madre dándole pecho al hijo. Esa pieza, que no es la más espectacular, entrega un sentido escultórico fuera de lo común, ¿a quién se le ocurre encontrar algo de sensualidad en un tubérculo tan feo? La pieza aprovecha las yemas de la papa y las convierte en cabezas.

Las representaciones zoomorfas, en las que aparecen venados, jaguares, llamas, sapos, cangrejos y una que otra representación de caza. Uno de los ejemplos más espectaculares es una ‘vasija semiglobular ornitomorfa (águila y raya) con asa estribo y vertedera’. La genialidad del artista se encuentra en la mirada atenta del águila y en la dirección de su pico sobre su aparente presa. Sin embargo, el mejor momento de la exposición llega con las representaciones humanas. Hay piezas de sacrificios humanos en las que un hombre vestido con prendas ceremoniales y una máscara con la apariencia de algún felino clava un cuchillo en el cuello de otro. La pieza no es demasiado grande pero tiene todos los elementos dramáticos de cualquier pintura del Renacimiento sobre el sacrificio que iba a realizar Abraham en nombre de Dios —matar a su hijo—, sólo que aquí, en esta pieza, no hay ningún ángel deteniendo al hombre del cuchillo. Aquí el cuchillo alcanza a tocar el cuello de la víctima que tiene la mirada dirigida a un lugar lejano, lejos de la cara de su asesino, tiene la boca abierta, como lanzando un grito tan desesperado, como el del hijo de Saturno, cuando su padre le da una dentellada de caníbal en la feroz pintura de Rubens. Y hay más. Como una vasija que representa a un hombre ciego. El rostro del hombre, tremendamente naturalista, está inclinado hacia adelante. Sólo hay un par de líneas pequeñas en sus párpados y una sonrisa indefensa. No sabe de qué se ríe.

Finalmente, las piezas más llamativas de toda la muestra: las piezas eróticas que, una por una, parecen las ilustraciones del Kamasutra peruano. Hay una que otra posición sorprendente, o al menos provocativa, como la de la pareja de esqueletos en la que el hombre calavera estimula los genitales de su pareja. Otras graciosas, como la vasija que tiene como agarradera un falo descomunal. Total. Con esta exposición, el Museo Nacional cierra un gran año.