Cine
‘Avatar: el camino del agua’: todo sobre el regreso de James Cameron, el rey de la secuela, a Pandora
Se estrena la segunda parte de la película más exitosa de la historia, ubicada en esta luna de colores y seres vibrantes, pero amenazada por la parte más depredadora de la humanidad. ¿Volverá el público a acompañar al gestor de éxitos masivos de taquillas y de logros visuales imposibles?
Un comentario se hizo recurrente en las notas de prensa y en las reacciones que dejó el estreno de Avatar: el camino del agua, la secuela de la película más taquillera de todos los tiempos, que amasó casi 3.000 millones de dólares desde su estreno en 2009: “Nunca se debe apostar en contra de James Cameron”.
En Londres se proyectó por primera vez la esperada continuación de ese relato de escala inmensa en el planeta imaginario de Pandora, que ostenta visuales transgresoras y una duración de tres horas y cuarto. Es evidente que la película maravilló a sus espectadores y críticos. Nadie se quejó de lo larga que es, de lo ambiciosa y retadora que se prueba en sus muchas líneas argumentales. En cambio, muchísimo se habla de lo espectacular que resulta la experiencia. Esta revista y el público colombiano sabrán pronto de qué lado pararse cuando la producción llegue al país la semana que viene (el jueves 15 de diciembre).
Pero un par de certezas se desprenden de conocer el recorrido del realizador y la escala y la obsesión con la que encara cada uno de sus proyectos: en primer lugar, no será tiempo perdido; en segundo lugar, valdrá la pena en la pantalla grande. Esta es una experiencia para el cine. Así la piensa, así la construye y, si se aprecian las experiencias que transportan, vale la pena hacerle caso.
Rey de la secuela
No se apuesta en contra de James Cameron, mucho menos si se trata de una secuela. No entregó Titanic 2 porque era imposible y ridículo, pero en T2 (Terminator 2) ofreció una asombrosa adición y evolución sobre lo que ya había construido en Terminator. La primera de estas cintas, estrenada en 1984, lo ratificó como un director para tener en cuenta; la segunda, como un vanguardista en empujar lo que visualmente se creía posible. Cameron puso su pie en la industria como parte del equipo de efectos especiales y jamás abandonó ese interés. En ese lugar sigue firme hoy y seguirá hasta que así lo decida.
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Antes de completar la secuela del robot futurista, originada en su imaginación, el nacido en 1954 demostró que las secuelas de otro realizador también le resultaban atractivas. Por eso, y para ratificarse en la industria, asumió la tarea kamikaze de rodar Aliens (1986), que expandía una película clásica instantánea de la ciencia ficción como Alien, estrenada por Ridley Scott en 1979. Por el peso de la expectativa tenía que fallar, especialmente ante la crítica, pero el canadiense salió airoso con su entrega. La presencia conciliadora y sensata de su protagonista, Sigourney Weaver, sumó mucho, pues limó asperezas entre el director y un equipo que lo odiaba por su intensidad.
El tremendo éxito de Aliens le dio alas para apuntar más y más alto en términos de ambición. Esto probó la película The Abyss, la más costosa de la historia hasta la fecha de su estreno (un mote que se hizo común en sus películas), en 1989. En esta proyectó por primera vez su fascinación por el océano y las aguas, logrando secuencias visuales que eran básicamente imposibles hasta que Cameron y su equipo (al que siempre le ha exigido el máximo y otro poquito) las sacó adelante.
Y luego de una reunión con Arnold Schwarzenegger (su terminator) para la explosiva y muy entretenida comedia de acción True Lies, Cameron asumió el mayor reto de su carrera: una película de 200 millones de dólares que a más de uno hizo pensar que su momento Ícaro había llegado. No fue el caso. Con la icónica Titanic (1997), Cameron fue al sol y regresó con las alas intactas, de la mano de Kate Winslet y Leonardo Di Caprio. Una vez más, dirigía la película más costosa de la historia, pero, en esta ocasión, se convirtió en la más exitosa de la historia.
La saga azul
Siempre años adelante, Cameron se sirvió de ese avasallador éxito para plantear su paso siguiente, que no podía ser más que vasto: una saga a su estilo, vanguardista, visualmente imposible y asombrosa, ubicada en una luna ficticia, cuna de conflicto entre los seres humanos extractores y una raza local, muy conectada con la naturaleza, que se pone en el camino de sus intereses. En esta, Cameron quería invertir su conciencia ambiental, su ambición narrativa, su sed de romper pisos visuales.
Pero el estudio no estaba convencido. En modo ahorro, la 20th Century Fox le reclamó por la extensión y las pretensiones de Avatar. Y, ante esas quejas, Cameron les recordó que gracias a Titanic habían construido el edificio de 500 millones de dólares en el que se reunían. “Haré esto como quiero”, sentenció. Al estudio hoy se le conoce como 20th Century Studios y forma parte del emporio Disney, al que la idea de cobijar una nueva saga no espanta en absoluto. Si algo ha sabido hacer es comprarlas y sacarles provecho (Marvel, Star Wars son dos ejemplos). A diferencia de las demás, esta tiene un estricto control creativo de su creador: James Cameron manda.
En los tiempos de esa primera entrega de Avatar, en 2009, parecía que el cine 3D cambiaría radicalmente el panorama. Esa revolución no fue. El cine sigue siendo el cine, más allá de gafas o sillas en movimiento, ofertas válidas, pero de nicho. Aun así, en esta película esa tecnología se justificó plenamente, la explotó al máximo y ofrece una experiencia memorable en el teatro (una hazaña que aspira a repetir). Los estereotipos narrativos no hicieron menos emocionante sumergir los sentidos en esa luna llamada Pandora, en su versión alucinante del árbol de la vida, sus lazos coloridos entre sus habitantes y su ecosistema, y sus bestias aéreas.
Porque es innegable, a la vez, que esa primera entrega de Avatar no es la mata de la originalidad, pero por algo inspiró a comunidades enteras a resistir, por algo llevó a millones de personas al teatro. Por algo una persona como la vicepresidenta Francia Márquez la cita entre las películas que la marcaron. Por algo recaudó poco más de 2.700 millones de dólares ante un costo de 237 millones. Su mensaje ambientalista y su experiencia calaron en la gente. Así, Cameron se superó a sí mismo, logrando de nuevo comandar la película más costosa de la historia y la más exitosa.
Cameron sabía que la historia tenía mucho más hilo de donde cortar, pero fracasó en su primer intento de redactar el capítulo siguiente. Con un poco de tiempo entendió que necesitaba proyectar la historia más allá y escribió entonces las cuatro partes posteriores. Según asegura prudentemente, realizarlas todas dependerá de si la gente las verá, si quiere seguir averiguando qué viene.
Lo seguro es que una nueva se estrena este jueves después de 13 años. A esta producción regresan muchos de los actores que hicieron de la primera algo valioso y se sumarán otros de peso, como Kate Winslet. Y, claro, ostentará texturas, colores y movimientos como no se han visto. Eso es lo que el canadiense hace. ¿Estará la trama a la altura de la tecnología? ¿Apuesta contra James Cameron?
Avatar ha consumido su vida fílmica, más allá de los documentales oceánicos que ha lanzado (y se pueden considerar parte de su inspiración). Esta nueva entrega ha sido discreta en revelar giros y tramas, pero se sabe que se centra en varias familias, en el agua (el océano de esta luna y las criaturas inimaginables que lo habitan) y en una nueva amenaza de la raza humana, que ahora pretende colonizar Pandora. Casi a la par de la humanidad, Avatar: el camino del agua retoma la historia más de una década después de la primera entrega. Su costo, 250 millones; su recaudo, por verse. Pero ante la duda vale volver al punto de inicio. El rey de la secuela sabe, ni más ni menos, cómo elevar exponencialmente una nueva obra desde lo ya construido, en especial si él creó la primera. En ese sentido, no será sorprendente cuando lo haga; sí será sorprendente el cómo.