PANTALLAS
‘Barrabrava’ en Prime Video: el reflejo de una barra es el reflejo de las dinámicas de una sociedad desigual
La excelente serie de Prime Video mira por dentro de una barra brava y de todas las ramificaciones que implican su accionar, a nivel familiar, grupal, social y hasta político. Fascinante, cruda, investigada y creíble, es televisión de primer nivel.
Los argentinos, no hay duda, le llevan a Colombia unos cuántos kilómetros en lo que a fútbol respecta. Porque más allá del inolvidable 5 a 0 de 1993, ostentan tres estrellas de campeonato mundial bordadas en su escudo y unos cuántos triunfos más, entre oros olímpicos y títulos mundiales juveniles. Esos logros históricos, paradójicamente, pavimentaron la ruta y alimentaron parcialmente un fenómeno que se ha vuelto exponencial en su faceta de negocio y en sus tentáculos sociales: el barrismo. Porque si bien nace del fútbol de clubes, hace presencia y se exporta como modelo poderoso en los mundiales de fútbol.
Más allá de que nace y se justifica en la pasión que mueve el popular deporte, el barrismo organizado perdió hace décadas la inocencia, si es que alguna vez la tuvo. Sí, apoya al equipo, alienta, se hace sentir dentro y fuera de la cancha (a veces en paz, muchas veces violentamente), pero actúa principalmente motivado por el poder y dinero que vienen de controlar algunas de las múltiples actividades económicas circundantes a un club profesional. Incluso, ya hace un buen tiempo, en Argentina su alcance se extiende a eventos políticos, donde se les “contrata” para gestionar asuntos como la seguridad, para llenar el espacio que se requiere llenar (alguna plaza o convención), o para cortar las calles que se necesite cortar para que una manifestación salga en las noticias (y sea efectiva).
Desarrollado en el sur, pero con pie en el continente entero, el barrismo revela mucho sobre las sociedades desiguales en la región
“En fútbol, Argentina está arriba”, decía el Diego en el 93, y razón tiene, así la historia lo haya traicionado el día que pronunció la frase, pero esta aplica en lo bueno y en lo oscuro. Y luego del fuerte pulso entre una barra de verdes tintes y la Alcaldía de la segunda ciudad de Colombia, es claro que esa oscuridad aquí también tiene nicho y nido. Ese modelo que del grupo que apoya a un club hace un músculo de acción con intereses específicos existe. Sus réplicas son notables a lo largo y ancho del continente desde hace tiempo.
Y es por eso que la serie Barrabrava de Prime Video, que se estrenó hace pocas semanas, se hace tan fascinante en su retrato y extiende su interés más allá de las fronteras desde las que narra. Producida por argentinos y uruguayos, filmada en ambos países, sus realizadores se aseguraron de que, más allá de las “caras de televisión” de sus dos protagonistas (Matías Mayer y Gastón Pauls), el ambiente y el reparto reflejaran fielmente la complejidad del fenómeno y de narrarlos desde sus diferentes puntas. Y desde la iconografía tan argentina, que deposita su fe en la figura del Gauchito Gil y en una que otra virgen, se alcanza un nivel de inmersión valioso desde el punto de vista del espectador.
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La serie de ocho capítulos, de Jesús Braceras (también hizo Monzón, en Netflix), ubica a sus espectadores en la interna del Club Atlético Libertad del Puerto, en la oficina de sus directivos, pero, sobre todo, en los lugares de encuentro de la barra, en las casas donde viven, en los locales y plazas en las que se encuentran, en los callejones y calles destapadas. La trama se centra en dos personajes, Polaco y su hermano, y a sus familias se presenta de cerca. Se les conoce, fragmentadas desde una paternidad ausente, con una matrona que trata de mantener a flote el hogar desde el amor y el sacrificio, y dos machos alfa adultos en medio de una dinámica de poder y control que deriva, sí o sí, en violencia.
Los dos son sobrinos del jefe de la barra del club, conocido como “Tío”, interpretado magistralmente por Gustavo Garzón, quien demuestra desde sus pocos, pero contundentes, diálogos el racional de los líderes de estos grupos y deja una postal macabra para el recuerdo. Protegidos en principio por ese familiar y líder que los hace importantes en la barra y en el barrio, los dos personajes enfrentan un cambio de paradigma cuando ese poder es disputado y queda en entredicho. Y desde ese punto la situación los lleva al límite de la supervivencia y de las lealtades.
La serie se hace imperdible e intrigante porque revela cómo se mueven las ruedas de la presión que ejercen, y cómo se entremezclan y chocan los intereses de estos grupos con los de los dirigentes del club, los jugadores, los seguidores y la sociedad misma. Y vale anotar que todo este panorama reflejado no nace de la ficción, surge de consultorías profundas e investigadas, como las que ofreció el periodista Gustavo Grabia, quien lleva décadas siguiendo el paso a estos grupos y a sus maneras de actuar y embeberse en clubes, barrios, movimientos políticos y más.
Sin embargo, para sumar a su profundidad, porque no todo es drama, acción, traición y pelea, la serie toca las dinámicas familiares en estos barrios poco favorecidos. Las familias de Polaco y su hermano reflejan mucho también sobre el tema de la paternidad, sobre lo que significa en el marco de estos escenarios complicados, en familias no tradicionales y en las tradicionales inmersas en esa vida de pujas e inestabilidad.
En el caso de Polaco, la historia le presenta, en paralelo al maremágnum en la barra, el reto de hacerse responsable de una hija adolescente, y resulta ser una línea vital para la historia que la equilibra de muchas maneras, ratificándose trágica por momentos y capaz de una redención por otros. En el caso de su hermano, es quizá una curva opuesta, en la que una familia de a poco se desintegra. Y desde esas perspectivas, pero también las de otros personajes secundarios, se mira a estos barristas como seres humanos, que buscan sobrevivir en esa jungla que los crio. En este, su destino de lucha constante y puja de poder en las tribunas y en las calles, parece marcarlos de por vida.
Por último, vale recalcar roles notables. Entre ellos, el que dejan Miguel Ángel Rodríguez en el rol de Oveja, un hombre fuerte con más códigos que la mayoría de políticos, y Neo Pistea en el rol de Huevo, un joven sin futuro que se rehúsa a dejarse ir y se inspira poderosamente en la Braveheart de Mel Gibson. También resulta muy interesante el ángulo de un personaje como Manucho, una antigua gloria del club que se retiró hace poco tiempo, que la dirigencia muestra al principio como un títere, y que se demuestra capaz de jugar el ajedrez del poder a varias bandas.
En su factura visual y en su honestidad narrativa, la serie recuerda a una serie como El marginal (disponible en Netflix, cuya primera temporada es innegablemente potente) y lo hace porque no escatima en lo genuino de la escena, ni en sus guiones, ni en su lenguaje, ni en sus locaciones, ni en sus personajes. La escena quedó abierta, quizá habrá más temporadas, y si las hay, tendrán que responder al nivel que dejó esta, que solo presenta leves inconsistencias al principio y luego absorbe sin dejar mucho lugar al respiro.
Curiosamente, los hermanos del sur (así como los de Brasil) viven una curva política y democrática distinta a la colombiana. Una que, si bien con muchas diferencias entre ellas que en esos países se ha reconocido el legado nefasto de las dictaduras militares, se puede dar cuenta de una tendencia pendular, que gira entre derechas e izquierdas. Y, en medio de ese panorama, los triunfos deportivos (y quizá alguna música) parecen lo único que logran cohesionar a pueblos polarizados en torno a algo positivo, en el papel, pero mucho más complejo en la realidad. Y gire hacia donde el péndulo, los barras seguirán ahí.