BOGOTÁ
Un nostálgico adiós al mítico café San Moritz
El lugar donde Gaitán preparó sus audiencias, de Greiff escribió algunos versos y media ciudad paró por un tinto o a conversar, está a punto de cerrar por riesgo de ruina. Bajo llave quedarán las memorias de la Bogotá del siglo XX.
Más de 80 años de historia le pasaron factura al Café San Moritz, un hito del centro de la capital. Sobrevivió al fuego del Bogotazo pero hoy está en riesgo de ruina -decretado por el Distrito- y a punto de cerrar sus antiguas puertas. Bajo llave quedarán entonces las memorias de toda una ciudad que se escribieron en sus mesas. Las de Gaitán, que preparaba allí sus litigios, las del mismo León de Greiff, que escribió versos en el lugar, y las de miles de personas que lo convirtieron en uno de los sitios de tradición de la ciudad.
Su historia es tan vital en el recuento de lo que fue Bogotá durante el siglo XX que el desgastado edificio, ubicado en la calle 16 con carrera 8, entre las librerías tradicionales, fue decretado como patrimonio de la capital. Un estatus revocado ahora a causa de sus problemas estructurales. Aunque Hilda Vásquez, una de las copropietarias del San Moritz asegura que el lugar puede ser recuperado, es consciente de que en cualquier momento tendrá que cerrar. Ya solo espera a que ese triste instante se concrete.
Pero quedará en el recuerdo de millones. Eso es seguro. Su trasegar comenzó en 1937, en una casa amarilla y roja de arquitectura republicana construida en 1890 y declarada bien de interés cultural de la ciudad. Guillermo Wills, esposo de Helena Gutiérrez, prima del expresidente Eduardo Santos, fundó este legendario negocio con tres reliquias como símbolo: una cafetera italiana marca Faema, que hoy todavía funciona en el local; una registradora National que dejó de servir porque solo le caben valores de hasta tres dígitos, y el radio RCA Victor que emitió los primeros tangos y boleros que allí se oyeron.
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Las tradicionales sillas de cuero rojo permanecen y una de ellas es sagrada: la usaba Jorge Eliécer Gaitán cuando se sentaba a tomar café y a preparar sus audiencias en una máquina de escribir Remington portátil. Los clientes valoran además, como un tesoro, las fotografías de la Bogotá que ya no existe, de tranvías, monumentos impolutos y edificios coloniales porque les recuerdan cuando la capital era una ciudad de cafés.
El San Moritz se hizo célebre porque allí se reunían los políticos a discutir sobre las candidaturas de Gaitán y de Gabriel Turbay, donde se armaban gabinetes ministeriales, se fumaba, se tomaba cerveza y se jugaba billar. Quedaba a pasos del Gun Club y era, como el resto de cafés de la época, un bastión de la masculinidad: no admitía la presencia de mujeres, ni siquiera como trabajadoras, por lo que aún conserva intactos y a la vista los orinales situados a escasos tres metros de la barra.
Milagrosamente sobrevivió al Bogotazo, cuando, además de Gaitán y muchos bogotanos, murieron varios cafés tradicionales. A raíz de lo ocurrido, hablar de política se convirtió en un peligro mortal y así la censura a los sitios públicos de encuentro, las campañas de higiene y la renovación urbana fueron acabando con los santuarios donde se arreglaba permanentemente al país.
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Y aunque se mantuvo en pie tras el episodio más violento de nuestra historia, el San Moritz no pudo sobreponerse al desgaste de su estructura y a los desencuentros entre los dueños de la edificación y los propietarios del negocio. Por eso, en cualquiera de estos días, cuando uno de sus viejos clientes pase por el mítico San Moritz a la hora acostumbrada, sentirá nostalgia al encontrar sus puertas cerradas de forma definitiva.