¿CALLEJON SIN SALIDA?
Después de 20 años, el Festival de Música Religiosa de Popayán no cuenta aún con un respaldo financiero y permanente.
El hecho de que en Colombia, país de modas y de entusiasmos pasajeros, un evento cultural llegue a los veinte años de actividades ininterrumpidas, no deja de ser un caso insólito de tesón y de quijotismo...
En esta Semana Santa, después de superar toda suerte de escollos, llega al vigésimo aniversario de su fundación el festival de música religiosa de Popayán. Iniciado en 1964, por Edmundo Mosquera-actual presidente de la junta organizadoray por Alvaro Thomas, el festival nació como marco adecuado al desempeño de los coros de las universidades de Nariño, del Cauca y del Valle. Curiosamente, la génesis del certamen payanés presenta una gran similitud con la creación del primer festival musical propiamente dicho, que fue organizado en 1724 por Thomas Bisse, canciller de Hereford, con la finalidad de que las agrupaciones corales de las ciudades inglesas de Gloucester, de Worcester y del propio Hereford, tuvieran una especie de torneo anual.
La idea de dar forma a un festival de música religiosa en Popayán surgió, en gran parte,de la necesidad de revitalizar las celebraciones de la Semana Santa, que empezaban a perder atractivo a pesar de su tradicional riqueza y de sus incuestionables valores estéticos y religiosos. Con el correr de los años, el festival ha mantenido su vocación coral, pero se ha enriquecido musicalmente porque se ha incluido en sus programas música orquestal, así como música de cámara; además, ha sido un importantísimo escenario para las agrupaciones y para los solistas nacionales y, no pocas veces, ha permitido la actuación en el país de figuras de prestigio internacional.
En veinte años de vida ha habido días gloriosos y momentos dolorosos.
Los "gloriosos" siempre han tenido que ver con los conciertos que se han llevado a cabo en el Teatro Valencia, en las Arcadas de la Herrería o en las iglesias del Carmen y de la Encarnación; en cambio, los "dolorosos" han estado estrechamente relacionados con la cuestión financiera, verdadero pandemonium para los organizadores, pues cuando se escucha la última nota de un festival, la verdad es que se ignora si será el último, ante la dificultad de conseguir una financiación no sólo adecuada sino permanente.
Por lo general, es difícil contar con el apoyo de la empresa privada, la cual, o no se interesa en este tipo de actividades, o no encuentra en las estructuras tributarias del país el suficiente estímulo para sustentar económicamente programas culturales de interés público.
El aporte del gobierno suele ser magro y la mayoría de las veces no llega a tiempo. Algunas entidades, como el Banco Cafetero, el Banco de la República y el Banco Popular, que han colaborado monetariamente con los festivales, aportan una mínima parte de las altísimas inversiones que demanda su realización; además, las sumas destinadas al certamen se han mantenido inmodificadas desde hace mucho tiempo, mientras los costos aumentan desproporcionadamente de una a otra edición.
Colcultura ha sido un soporte fundamental a través de auxilios en dinero y del envío de la Orquesta Sinfónica y de otros grupos que dependen del instituto. Sin embargo, hacia el futuro, resulta muy difícil vaticinar lo que ocurrirá con esta vinculación ante el problema presupuestal, de sobra conocido, que afronta la institución oficial.
Tal vez, se hace necesario que dentro de los presupuestos culturales se incluyan partidas destinadas específicamente al festival de Popayán, para garantizar la participación sistemática y obligatoria de las diferentes estructuras musicales del Instituto de Cultura.
En cuanto a la Corporación Nacional de Turismo, la historia es verdaderamente grave, pues mientras la institución financia hoteles, paradores y otras iniciativas privadas, seguramente muy necesarias, en 1982 le destinó al festival de música la increible suma de $ 200.000, tal vez por puro compromiso. Para el máximo organismo turístico de Colombia, un evento como el de Popayán debería ser una actividad de importancia prioritaria, ya que los atractivos de un país deben ser algo más que arquitectura colonial y paisaje.
No deja de sorprender que otros festivales similares y que surgieron casi al mismo tiempo, como son el de Cuenca en España y el de Tarbes en Francia, son hoy día eventos de fama mundial, gracias al apoyo oficial con que los han respaldado los respectivos gobiernos, y gracias a la difusión que de ellos han hecho en el extranjero, los organismos pertinentes de los dos paises.
Se nos ocurre pensar que por tratarse de un evento único en su género, en el país y en la región andina, la fiesta musical payanesa pudiera llegar a convertirse en un verdadero foco de atracción para el turismo nacional y para el de los países vecinos. Claro está que un programa de cierta magnitud al respecto, no es función de una junta organizadora que, año tras año, lucha por la supervivencia, sino de la conjunción de fuerzas oficiales que se encarguen de darle una adecuada difusión a nivel nacional e internacional. El Festival Cervantino de Guanajuato, por ejemplo, ha logrado vender en poco tiempo la imagen de un México que produce algo más que mariachis y corridos.
Ante los problemas que ha afrontado y que aún padece el festival, cabe preguntarse cuál será su futuro. Tal vez el apoyo decidido de las instituciones nacionales, departamentales y municipales, garantice la permanencia de una actividad que es un valioso patrimonio vivo de la nación y que, por colombiana, demuestra que la identidad cultural no es únicamente la resultante del folclor; o tal vez el estado permanente de zozobra continúe rigiendo los destinos del evento.
En este último caso, más tarde o más temprano, el certamen está condenado irremisiblemente a desaparecer.
Quizás la actitud del gobierno actual hacia la cultura, arroja un rayo de esperanza...
En 1949, Igor Markevitch, director de orquesta recientemente fallecido, señalaba su preocupación por la proliferación de festivales en Europa y por el riesgo que corrían de perder su vocación. Treinta y cuatro años después, paradójicamente, en Colombia atravesamos por una situación mucho más dramática: ¿El festival de música de Popayán, una de las manifestaciones culturales más nobles del país, logrará sobrevivir? -
Fernando Toledo -