CINE
Un viaje al cielo, una travesía hacia el interior
Esta película egipcia con actores naturales usa esquemas dramáticos del cine independiente gringo para retratar el viaje en burro de una pareja de marginales.
Título original: Yomeddine
País: Egipto
Año: 2018
Director: A. B. Shawky
Guion: A. B. Shawky
Actores: Rady Gamal y Ahmed Abdelhafiz
Duración: 97 min
Calificación: 2 estrellas
En una entrevista con la revista Filmmaker, el director de esta película, A. B. Shawky, decía que su objetivo era hacer algo en lo que “la gente sea aceptada, no importa su color de piel, género u orientación sexual”. Y concluía: “Quiero que la gente logre mirar a alguien y ver lo que llevan dentro de sus corazones”.
Cuando uno lee cosas así, no puede más que maravillarse sobre la distancia entre las intenciones y los resultados, las aspiraciones y las realidades; sobre cómo, si todos lograran lo que se proponen, estaríamos rebosantes de obras maestras, inolvidables y, además, de una nobleza superlativa.
Pero, perdonarán el spoiler, acá uno no ve tanto el corazón de nadie. Lo que sí ve, con insistencia, es el rostro dramáticamente deforme de su protagonista, Beshay (Rady Gamal). Shawky conoció a Gamal hace una década, haciendo un corto documental sobre un leprocomio en su Egipto natal, y, para su primer largometraje y tras estudiar en NYU, decidió volver a él.
Los problemas para cualquiera que asuma esa tarea de revelar los corazones –tan loable como difícil para un arte ligado a lo visible– resultan ser, cuando menos, dobles. Primero, cómo hacerlo. Claramente, no basta con pedirles el favor a unos actores de que lo muestren y ya. Y el segundo es qué dice eso que se encontrará ahí sobre la vida, las relaciones humanas y la existencia en el universo.
Sobre lo primero, Un viaje al cielo adopta el esquema de la película de carretera que el cine independiente estadounidense ha usado hasta el cansancio. Estructura lo que sucede en un viaje que comienza cuando Beshay, tras la muerte de su esposa, se entera de que es posible localizar a sus padres, que lo abandonaron en el asilo cuando era niño, y parte a buscarlos en una carreta tirada por un burro.
De nuevo, siguiendo los esquemas del cine independiente gringo, lo acompaña Obama (Ahmed Abdelhafiz), un niño huérfano que se cuela y a quien no se sabe por qué no hace devolver.
En el viaje hay encuentros con varios grupos de personas que incluyen fanáticos religiosos (“corran del leproso como correrían de un león”, dice un par citando al Corán), un grupo de otros marginados liderados por un mendigo sin piernas, burócratas que no sirven para nada y gente que no ve más allá de sus apariencias y los evitan, temiendo contagiarse de lepra.
Beshay tiene un rostro y una figura impresionantes, pero la película, al imponerle todo este guion esquemático, no lo deja ser. Los actores naturales, en especial unos tan marginados como él, se benefician de una aproximación delicada y un sentido de la empatía excepcionales; y cuando no sucede, se siente uno ante una manipulación burda, una instrumentalización básica de la miseria ajena, que es lo que sucede acá.
Y sobre lo segundo, sobre el qué dice, resulta que todo este andamiaje retórico de tolerancia y mirar el interior desemboca en una defensa del statu quo, que no solo es absurda, sino indignante. Pero, quizás, esos son los riesgos de examinar los corazones de la gente: a veces lo que hay ahí no coincide con lo que ellos creen tener.
CARTELERA
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