CINE

Clash

A partir de un grupo de personas atrapadas en una furgoneta para llevar presos, esta tensionante película egipcia retrata los enfrentamientos entre islamistas y simpatizantes del Ejército en 2013. ***

Manuel Kalmanovitz G.
5 de agosto de 2017

Título original: Eshtebak

Año: 2016

País: Egipto

Director: Mohamed Diab

Guion: Mohamed Diab y Khaled Diab

Actores: Nelly Karim, Hani Adel, El Sebaii Mohamed

Duración: 97 min

Lo más impresionante de este filme ingenioso, tensionante y de bajo presupuesto es la dinámica de la destrucción: cuando comienza y coge impulso arrasa con todo lo que se le atraviese. Parece tratarse de una ola como las del mar, una energía y un movimiento que se transmite de persona en persona, dejando una estela de desazón y cansancio, de cosas rotas y miradas perdidas.

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Tiene lugar en Egipto en 2013 y unos letreros al comienzo explican brevemente el contexto: en 2011 termina una presidencia de 30 años; en 2012 es elegido en las urnas el candidato de la Hermandad Musulmana, un partido islamista; en 2013 se dan unas manifestaciones enormes contra el presidente y el Ejército eventualmente lo tumba del cargo. Tras la caída, vienen choques callejeros entre quienes apoyaban al presidente, quienes apoyaban al Ejército y el Ejército mismo.

La acción en la película tiene lugar en uno de esos días de enfrentamientos y se limita al interior de una furgoneta metálica usada para llevar prisioneros. Es un recinto con cinco ventanas a cada lado y una en cada extremo, e inicialmente –cuando meten a empujones a un par de periodistas– parece espaciosa y tranquila. Pero, con el desorden en las calles, el vehículo comienza a llenarse. Primero un grupo de manifestantes en contra de la Hermandad que explican en vano a los militares que los apoyan. Más adelante meten a empellones a un grupo de manifestantes a favor del partido islamista.

El choque en el interior del vehículo es inevitable, pero la película, inteligentemente, va más allá para mostrar cómo este pequeño universo de personas (que incluye a una mujer y a dos adolescentes) hacen parte y sufren del caos que los rodea. Ahí, el camión se vuelve intermitentemente prisión y refugio y buena parte de la fuerza de Clash está en subrayar ese carácter doble y contradictorio del vehículo.

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El director, Mohamed Diab, maneja diestramente las tensiones en el interior entre estos dos grupos con creencias antagónicas, cada uno considerando al otro un traidor, y la cámara, restringida a esas cuatro paredes, transmite opresivamente el encierro, tambaleándose entre la gente ahí atrapada que discute y se amenaza, o asomándose por las ventanas para ver las manifestaciones que los rodean y que amenazan con desbordarse e incluir al vehículo en su caos.

En medio de la conmoción, las personas se reducen a rostros y formas con unas personalidades mínimas, como si la violencia misma las aplanara, mostrando que, sin importar el bando al que se pertenezca, hay una humanidad básica que se comparte y que se limita a la aspiración más fundamental de sobrevivir, de seguir con vida mientras sea posible.

Es una idea esencial que a menudo, ensordecidos por enfrentamientos ideológicos, tendemos a olvidar. Pero aún así, al final de la película, extenuado por el encierro y tensionado por la violencia desbocada, extrañé enterarme de algo más sobre estos enfrentamientos ideológicos fuertes y aparentemente insalvables que dieron origen a la violencia adentro y afuera de esta cárcel motorizada.

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