CINE
‘Con el viento’: el debate interno entre la autosuficiencia y la destrucción
En esta película suiza, un generador de energía eólica instalado en una granja autosuficiente recuerda la disyuntiva existencial que vive actualmente la humanidad.
Título original: Le vent tourne
País: Suiza, Francia
Directora: Bettina Oberli
Guion: Antoine Jaccoud, Bettina Oberli, Thomas Ritter, Céline Sciamma
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Actores: Mélanie Thierry, Pierre Deladonchamps, Anastasia Shevtsova, Nuno Lopes
Duración: 88 min
Calificación: 3 estrellas
Esta película comienza con una cita de la escritora inglesa Rebecca West, que aparece partida como un poema pero que en realidad hace parte de su voluminoso libro sobre Yugoslavia, Cordero negro, halcón gris, de 1941. La cita, aterradora y certera, localiza una dualidad profunda en las inclinaciones humanas, en las que resuena tanto el llamado de lo duradero –las casas que construimos y que protegen lo que viene después– como el de la destrucción y la catástrofe –que busca dejar de la casa solo “sus cimientos ennegrecidos”–.
Como cualquiera que lea noticias habrá notado, esta dualidad se manifiesta de maneras especialmente complejas en este presente lleno de avances técnicos, que han traído tanto métodos extractivos de petróleo que envenenan el agua como paneles solares; tanto posibilidades de interconexión con gente al otro lado del planeta como soledades inimaginables.
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El filme suizo de Bettina Oberli se enfrenta a este dilema con una imagen poderosa: una turbina de viento solitaria, en medio de pinos y pastos, que una pareja que intenta vivir autosuficientemente en una granja hace instalar en su propiedad.
En un comienzo, antes de la instalación del aparato, da la sensación de que las aspiraciones de autonomía están funcionando y se ve a Pauline (Mélanie Thierry) y a Alex (Pierre Deladonchamps) haciendo sus labores campestres con cuidado y dedicación. Hay vacas, cerditos multicolores, gallinas y, eventualmente, también aparece Galina (Anastasia Shevtsova), una adolescente de Chernóbil a quien Pauline recibe durante algunas semanas.
Pero luego llega el equipo a instalar la turbina de viento y, con él, el ingeniero Samuel (Nuno Lopes), que vive con unas convicciones vitales diametralmente opuestas a las de la pareja: en vez de estarse quieto, echando raíces, se la pasa viajando de un trabajo al otro en distintos puntos del planeta; lo suyo no es la permanencia, sino el lucro defendido con argumentos tranquilos y sensatos.
La disyuntiva se aborda a través de los ojos de Pauline que, a pesar de su vida aislada, añora algo de lo que trae el ingeniero: ese mundo amplio, con otros idiomas y costumbres, que se insinúa en él.
“Quieres participar en la gran destrucción”, le señala Alex, aunque este es el lunar de la película: no hay nada grande acá, y el poderío y la atracción de la destrucción, ese impulso vital del que habla West, no es más que una mención que no se transmite en imágenes; no se siente acá la fuerza o la gracia de su llamado.
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La disyuntiva se aborda a través de los ojos de Pauline que, a pesar de su vida aislada, añora algo de lo que trae el ingeniero: ese mundo amplio, con otros idiomas y costumbres, que se insinúa en él.
Con momentos en los que el paisaje parece vibrar con una angustia similar a la de los personajes, la cinta termina por reducir estas profundas disyuntivas a una cuestión amorosa y merma parte de su fuerza vital. Aun así, es un intento valioso por aproximarse, como hacen muchos filmes estrenados recientemente –y reseñadas en estas páginas–, al dilema existencial imposible que vive actualmente la humanidad entre su comodidad y el futuro del planeta.
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