Entrevista
“Con ‘Hijas del agua’ queremos que la mirada de Colombia se centre en las comunidades ancestrales y en su sabiduría”: Ana González
El pasado 25 de febrero se inauguró en el Museo Nacional la exposición “Hijas del Agua” que, con el trabajo conjunto del fotógrafo Ruvén Afanador y la artista Ana González, habla de la riqueza natural de Colombia y de la sabiduría de las comunidades ancestrales.
¿Cómo ha sido su exploración de la naturaleza a través de su arte?
La naturaleza entró en mi obra cuando comencé a viajar por Colombia, y a ver lugares como Chocó, Vaupés y Chiribiquete en los que la fauna y la vegetación hacen presencia en todo su esplendor. Fui a estos sitios porque estaba trabajando con comunidades desplazadas y quise ir a los lugares de donde ellos se iban. Me impactó ver que entre más rica la tierra, mayor la pobreza y la violencia.
Viajar por el país también me permitió ver los enormes parches de deforestación, el impacto de la minería y la ganadería ilegal, la contaminación de los ríos... Ver eso hizo que mi obra diera un vuelco, y me enfoque en el desplazamiento de la naturaleza.
Para Humboldt los fenómenos de naturales son codependientes, y si uno tira de un hilo en alguna parte, el impacto necesariamente se siente en otros lugares. En series como Mutuum trabajo con la idea de equilibrio y de mutualismo, esos organismos que llevan millones de años conviviendo en armonía. La orquídea Góngora y la abeja Euglossa son un ejemplo.
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Cuéntenos sobre su proceso creativo y cómo investiga los temas de sus obras.
Busco información en todas partes. Leo filosofía, por ejemplo las obras Gilles Delueze y Félix Guattari, que tienen textos hermosos sobre las orquídeas y el equilibrio de la naturaleza. También leo Humboldt, libros científicos y mucha poesía.
Trato de no dejarme llevar tanto por la razón. En mis viajes por Colombia aprendí que todos tenemos un lado femenino que está medio dormido, esa parte intuitiva, creativa. Para crear mi obra trato de basarme en el instinto, en yo como mujer y heredera de muchas mujeres que nos han ido dejando su legado.
En las culturas indígenas, para las que nuestro lado femenino es de suma importancia, el hablado se hereda por las mujeres y los oficios también.
¿Cómo describiría esa intuición femenina?
Es más estar en el sitio y no tanto actuar. Las cosas van llegando. Es estar en silencio, meditando, contemplando y escuchando el mundo alrededor. Es una posición de respecto, y de oír el universo pero también la voz interior.
Usted ya había viajado por Colombia, pero ¿cómo fue distinto hacer el recorrido con Ruvén Afanador? ¿Qué aprendió de él?
Por ejemplo, a llevar mi trabajo artístico al límite, a sacarlo de lugares tranquilos e impulsarlo al límite donde raya con lo caótico. Cuando uno empieza a hacer obra tiene que retarse porque sino se queda en lugares cómodos. Él lleva al límite la fotografía, el claroscuro, la sensualidad...
Trabajar con Ruvén también me hizo ver la sensualidad desde otro punto de vista. No tiene que ver con el género ni con los parámetros de belleza de la sociedad. Es una sensualidad que viene con poder ver las cosas desde arriba y saber a dónde se quiere llegar con la obra.
Con Hijas del agua nosotros queremos que las miradas de Colombia y del mundo se fijen en las comunidades ancestrales y en su sabiduría. Ellos son nuestros ancestros, nuestro origen y deberíamos empezar a conocerlo y a valorarlo.
¿Podría decirse que Afanador buscaba capturar el alma de las personas que retrataba y que con las intervenciones que usted hacía a las fotografías, buscaba reflejar la cosmología de estas comunidades?
Sí, cada fotografía de Ruvén está envuelta en una ceremonia. Él se conectaba con la naturaleza o con las personas que tenía frente al lente de la cámara, y buscaba ver y retratar su corazón. Yo, mientras tanto, me quedaba observado en silencio o hablaba con las mujeres y las miraba hacer sus oficios.
Yo entré a las comunidades por el mundo de lo femenino y de los oficios. Las oía hablar y las observaba trabajar, y luego me llevaba ese material a mi taller. Ahí seguía investigando y luego decantaba toda la información en la obra. Las investigaciones solía hacerlas al regresar porque no quería llegar contaminada y con ideas preconcebidas de las comunidades.
El resultado de la colaboración con Ruvén es muy bonito porque él captura el corazón de las personas y luego yo trato de darle contenido, contexto o una nueva perspectiva. Son capas de miradas.
De lo que aprendió conviviendo y hablando con las comunidades, ¿qué destacaría?
Su relación con la naturaleza. Ellos son naturaleza. Bajo su mirada, todos somos río, todos somos montaña, todos somos agua. Le tienen un enorme respeto a la Tierra y le piden permiso para pescar, para cazar o para talar un árbol.
Tienen rituales para pedirle perdón y siembran cuarzos para que nazcan ríos. Son cosmologías con una gran belleza estética, se ve simplemente en la manera como se visten. El atuendo de los kogui, por ejemplo, es de una sobriedad y una belleza impresionante.
¿De dónde viene el título Hijas del agua?
Se lo propuse a Ruvén porque quería exaltar ese lado femenino que todos tenemos. Además, porque para las comunidades que visitamos ellas son hijas del agua, de los páramos, de la lluvia, del río Amazonas.
¿Alguna recomendación para quienes vayan a visitar la exposición?
Esta es una exhibición para ver con el corazón; hay que sentirla. Es el resultado de cuatro años de trabajo en los que se llegaron a muchos aciertos pero también se cometieron muchos errores. Al final de la exposición hay una mesa en la que se ve el proceso de llegar a las láminas finales. No fue fácil.
Antes de terminar me gustaría resaltar dos cosas: Hijas del agua es el resultado de un proyecto conjunto en el que trabajó el Grupo Bolívar, Davivienda, Amazon Conservation, el gobierno, María Clemencia de Santos, Wade Davis, William Osipna... Se trabajó de manera horizontal -como hacen las comunidades-, y siempre con la conciencia de que esto era un trabajo que se le dejaba al país y al mundo, y que se estaba pudiendo hacer porque se abrió una ventana de paz que nos permitió llegar a sitios a los que antes no se podía ir. Hoy tampoco se puede.
También quisiera añadir, que el dinero recaudado por la venta de las obras se está invirtiendo en la construcción de malocas para las comunidades. Ya construimos una para los kogui y estamos comenzando a trabar en la segunda.
Las comunidades nos pidieron ese apoyo, y es una petición muy especial porque para ellos ese es el lugar donde se transmite y se construye el conocimiento.
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