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Con humor ácido, la dramedia ‘The Franchise’ mira al imperio en llamas de las franquicias de superhéroes
Esta sátira televisiva estrenada en HBO y MAX une a talentos inmensos como el ganador del Óscar Sam Mendes, los brillantes ‘showrunners’ Armando Iannucci y Jon Brown, y un reparto que transmite la demencia de una industria cinematográfica que los explota y explota con ellos (pero tratan de salvar). Hablamos con creadores y protagonistas.
Quizá lo recuerdan. No fue hace tanto. Las franquicias de superhéroes en el cine, lideradas por el tractor llamado Marvel, parecían indestructibles. Llenaban las salas con sus estrenos (si bien algo incómodo, no era tan malo, ¿o sí, Marty Scorsese?) y parecía que cada mes anunciaban una nueva fase de diez películas y series, ampliando el mapa de proyectos y su imperio eterno. El Imperio romano se debió sentir igual. Poderoso, intocable, interminable.
Ahora que sabemos que ambos ardieron, una mirada distinta es bienvenida. Porque se habla de las glorias, del billonario recaudo, pero se ignora el tragicómico lapso en el que todo se cayó a pedazos y las personas involucradas en esas producciones enfrentaron situaciones sui generis, en las que la ansiedad y los egos desatados son la norma. Esta serie cambia eso. The Franchise narra el imperio que se desmorona, y vale la pena ponerle cuidado por varios motivos: porque nadie lo ha hecho antes, no así, mirando desde los mandos medios que tratan de sobrevivir; y porque la concibieron personas altamente calificadas en hacer del humor ácido la amenaza persistente en su cine y en su televisión, su espada de Damocles.
En el germen de la producción de ocho capítulos, que recientemente estrenó su primer episodio en HBO y en MAX, y seguirá entregándose semanalmente, están dos cerebros poderosos en la industria audiovisual británica y un promisorio guionista y showrunner al que le llegó el momento de liderar. También un reparto que mezcla talentos británicos y norteamericanos.
Rebotándose ideas que no querían hacer, pero se les ocurrían, el director Sam Mendes (reconocido por proyectos como 1917 y American Beauty, por la cual ganó el Óscar a mejor dirección en 2001), y el guionista escocés Armando Iannucci (genio detrás de series como The Thick of It, Veep y, entre varias películas, la brillante The Death of Stalin), dieron con el tema de lo que sucede rodajes de franquicias enormes. Y cuando Mendes compartió anécdotas sobre la locura que fue dirigir Skyfall (2012), de James Bond, Iannucci reconoció una mina. “Eso es un show”, le dijo.
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De ahí partió The Franchise, pero evolucionó en manos de Jon Brown, un guionista que viene de ratificarse escribiendo para una serie premiada como Succession, que ya había colaborado con Iannucci en varios de sus éxitos y que aquí asume como cabeza. A él, estos gigantes le encargaron llevar el proyecto a buen puerto desde la escritura hasta su conclusión. Eso hizo admirablemente, porque es innegable que este show se pone mejor mientras más suyo se siente.
En un encuentro de medios con Mendes y Brown del que formamos parte, el ganador del Óscar asegura que Iannucci y él imaginaron una sátira, y eso es, pero en manos de Jon Brown esta serie “transmite algo del romance de hacer películas, un proceso al que siempre se entra con la esperanza de hacer algo maravilloso. Así que es más que sátira, hay algo de drama humano aquí. Eso sucedió en sus manos”. Mendes dirige el piloto (episodio inicial) de una serie que gana tracción mientras avanza y cierra en un gran pico (sin spoilers, anotamos que quedarse en sintonía paga).
Brown señala que esa comedia nace de personajes que sienten el romance de hacer películas en una era en la que ese romance ya no existe. Y aun así, en sus cabezas y corazones, lo impulsan a niveles peligrosos, y en su nombre comprometen sus vidas y sus relaciones interpersonales. La serie también habla de una generación de personas que entran a una industria justo cuando sus días gloriosos han terminado. En esa entrega, en ese “seguir un sueño a toda costa”, hay algo de heroísmo y de irresponsabilidad, considera.
Es el caso del Daniel, el personaje alrededor del cual todo gira por su posición, es un asistente de dirección (interpretado por Himesh Patel) que sigue creyendo que este tipo de cine tiene rescate “a pesar de que toda la evidencia está en contra. Y eso le pasa a muchísima gente en sus trabajos, en los que entregan su corazón y casi todo su tiempo”, expresa Brown sobre una realidad que periodistas, doctores, pilotos y otras profesiones conocen bien. “Hay algo muy familiar y trágico en esa situación”, expresa el guionista y showrunner de The Franchise. Su protagonista está divorciado, no ve a su hijo y eso da para conversaciones importantes. Todo lo hace en nombre de “salvar el cine” que ama.
Entre las inspiraciones de este género, el de las películas y series que abordan el rodaje de series o películas, Brown menciona algunas imperdibles como American Movie (1999), documental de Chris Smith; Lost in La Mancha (2002), “un verdadero clásico” de Terry Gilliam, y recomienda especialmente Lost Soul: The Doomed Journey of Richard Stanley’s Island of Dr. Moreau (2014). “Ver producciones y proyectos creativos caerse a pedazos es una de mis cosas favoritas, especialmente si no son míos”, expresa.
Les preguntamos sobre la química y la dinámica entre los tres creadores, porque no siempre es fácil crear con tanta brillantez reunida. Jon responde que admira profundamente a Sam y a Armando, y considera un regalo que le permitieran desarrollar la serie. Sobre el tono, aseguró: “Pensar en lo que podría salir de ellos dos juntos, que tiene sus estilos distintivos, te dicta un poco un tono que quizá no se ha visto antes. Además de la idea en sí, colaborar con ellos me llevó a una escritura particular. Todo el proceso exigió navegar entre dos polos y luego en darle vida a ese tono. Eso diría a mi manera abstracta”.
Mendes añade lo obvio, que él y Armando son personalidades muy fuertes. Lo hace para reforzar que, desde su determinación, Brown hizo propio este proyecto y le imprimió su espíritu. “Fue capaz de decirnos cuando creía que no estábamos en lo correcto. Y eso lo puede ostentar como una medalla de honor. Desde ahí, nuestro trabajo fue facilitar su visión”.
En el proceso de dirigir el piloto, Mendes recuerda que Jon salía de vez en cuando y le enviaba observaciones en un papel. “En principio, uno rechaza las notas, uno no quiere que le cambien el diálogo. Pero con él pasó distinto porque cada vez que leía sus notas me reía. Siempre eran mejores que lo que había. Es así de bueno. Y eso hace que el proyecto cante: sus diálogos, sus personajes, como se mueve la historia, sus detalles. Me gustó establecer el universo del show y el conjunto, pero el crédito de por qué fluye es de él”.
Muchas situaciones que parecen absurdas en la serie, sucedieron en la vida real. De hecho, Brown y Mendes aseguran que la realidad es aún más absurda, pero enfocarse en eso hubiera podido abrumar. “El escenario de los superhéroes ya es bastante zafado y nuestra misión era mantener el proyecto anclado, medir los niveles para que funcionara”, asegura Brown.
Mendes anota las posibilidades cómicas de la realidad de dirigir y actuar basándose en green screen y blue screen, que considera “actuar en un escenario falso, donde se esperan muchos efectos especiales. Cuando yo lo hice, cada día parecía una semana, porque en lo que hacemos dependes mucho de las reacciones a tu entorno, y cuando eso no está, y te basas en una imagen, se vuelve algo muy imaginado. Es una manera muy banal y frustrante de hacer películas”, decreta. Esto si bien se declara respetuoso del gusto de la gente por las películas de franquicia. De hecho, destaca The Dark Knight como la película que mejor capturó el sentir de Estados Unidos, luego del 9/11/2001, para asegurar que no por el género a una película se le puede descartar en su mérito.
Lo cierto es que en la serie se refleja todo este absurdo. Por ejemplo, en una escena en la que Eric, el director de la película (interpretado perfectamente por el alemán Daniel Brühl, quien formó parte del universo Marvel) trata de explicar todo lo que sucederá en una escena en torno a una especie de martillo neumático místico a sus actores y a su crew. Y, claro, esto da pie a conversaciones absurdas. “Y los actores no saben cómo medir su performance y eso los pone nerviosos, los saca de sí. Todo forma parte de ese mundo demente y fascinante. Y Jon transmite mucha de esta locura”, concluye Sam Mendes.
“Luces, cámara, ansiedad”
The Franchise se narra especialmente desde el mencionado Daniel (Himesh Patel), asistente de dirección, y se siguen muchas de sus interacciones con su asistente (Lolly Adefope), con el director y su asistente (Daniel Brühl y Jessica Hynes), con la productora de la película que llega a tratar de salvarla (Aya Cash, quien formó parte de The Boys como Stormfront y comanda las escenas en las que participa) y con los actores principales (Richard E. Grant, sarcásticamente amargo, y Billy Magnussen, altamente inseguro), que suelen rozar desde sus egos ampliados. También suma mucho al voltaje un personaje, Pat, un absoluto productor de la industria (en el que Darren Goldstein deja todo).
Los capítulos marcan el paso de la grabación y el caos del buque que se hunde llamado Tecto (así se llama el superhéroe que interpreta Magnussen), una producción estilo Marvel que lucha por subsistir ante el riesgo de que, en cualquier momento, los productores ejecutivos (que aquí se presentan como dioses sin rostro) la apaguen.
Estas entregas semanales se llaman como escenas específicas de la Tecto, y sirven de excusa narrativa para levantar el telón y hacer al público parte de la ridiculez. Los diálogos se ponen mejores y los temas relevantes aparecen. Desde el humor se denuncia la explotación en ciertas posiciones. El experto en efectos especiales, por ejemplo, debe armar nuevas presentaciones con cada cambio de rumbo que toma la producción. A ese pobre hombre ya no le queda cabeza, o vida.
En charla con Patel, Magnussen y Cash, en la que el rubio demostró ser un absoluto dínamo y la química entre ellos contagió el espacio, aseguraron que si bien hay un aire muy improvisado en las actuaciones, es un show muy bien escrito y se ciñeron mucho al material. Magnussen lo describe como un The Office en un set de grabación, lo cual abre la puerta a esa experiencia surrealista de filmar sobre una filmación, en la que la película “falsa” tiene sus propios guiones y dinámicas (se dio que en el set, al principio del rodaje, confundieron a Hamish con el verdadero asistente de dirección).
Les preguntamos a los tres si lidiaron alguna vez con circunstancias complejas como las que viven sus personajes (tristeza o angustia, de habitar un imperio en llamas, un proyecto que quizá no verá la luz). Todos aceptan haberlo vivido. Aya declara que, sorprendentemente, algunos salen a flote, sin que nadie imagine el caos que hubo detrás. Admite la actriz que hay películas que filmó que jamás verán la luz del día, algo “realmente triste”. Magnussen riposta con el caso opuesto, que también sucede: el proyecto en el que la pasaste genial, y cuando sale, te das cuenta de que es una “piece of crap”. ¿Cuál es esta?, queda en usted averiguarlo.
CODA
Narrativa o humanamente, nada se compara con la sensación de excitación, angustia, depresión y rebote que da integrar un proyecto a punto de desmoronarse. En ese momento, los dueños y/o quienes lo dirigen saben qué está pasando, conocen la puja, tienen claros los escenarios de desenlace, buenos, malos, terribles. Pero los otros no lo saben.
Quienes experimentan ese vértigo al límite del vómito son quienes soportan el proyecto, los mandos medios, los empleados, los que hacen que “la visión” funcione no tienen tan claro el desenlace ni su futuro inmediato. En este siglo XXI, sobre estas personas y equipos recae una presión cada vez más demente, que trata de responder al caos sin respuesta de un barco que se hunde.
La vida es curiosa, el arte la refleja. Porque más allá de la zozobra tan real que estos momentos representan (pueden significar el desempleo y/o dificultades económicas inesperadas), hay humor por minar en el imperio que se cae a pedazos. Es en esos tiempos de crisis que se revelan todas sus dinámicas absurdas, se cortan sus esquinas, la humanidad suele irse por la borda y la sátira parece ser la única manera sensata de procesarlo todo.