URBANISMO

Diez años después de la muerte de Salmona, ¿qué pasa con la arquitectura colombiana?

Uno de los grandes legados de Rogelio Salmona es el mayor interés arquitectónico hacia las obras públicas. Bogotá no es la única protagonista.

7 de octubre de 2017
La construcción de la Biblioteca Virgilio Barco, diseñada por Rogelio Salmona, empezó en 1999 y culminó en 2001. Foto: Fundación Rogelio Salmona

Este mes se cumplen diez años de la muerte de Rogelio Salmona (1929-2007), tal vez el arquitecto más significativo que ha tenido Colombia, por su capacidad de pensar en una arquitectura en armonía con el espacio público y al servicio de sus ciudadanos.

El creador de las torres del parque, un símbolo de Bogotá, también dejó su sello en obras públicas como el Archivo General de la Nación, la Biblioteca Virgilio Barco o el eje ambiental. En especial, este proyecto de recuperación del espacio público en el centro de la ciudad fue posible luego de que el arquitecto se acercó al entonces alcalde Enrique Peñalosa para convencerlo de hacer esta obra.

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Estas construcciones muestran que Salmona pensó gran parte de sus trabajos desde una visión más incluyente y democrática para la sociedad. Así lo confirma Silvia Arango, arquitecta, crítica y teórica, quien recuerda que Salmona decía: “Cuando uno hace un proyecto, su cliente no es solamente la persona que construye el edificio, sino toda la ciudadanía”.

La huella de pensar la arquitectura desde una mirada pública sigue vigente una década después de su muerte. Pero este fenómeno, dice el arquitecto Daniel Bonilla, “se dio por una condición política y una sensibilización con el problema social que ha hecho que los políticos hayan sacado normas para que la arquitectura sea de mayor calidad”. Con la creación de la Ley 80 de 1993, se promovieron concursos que convocan a arquitectos para hacer proyectos del Estado en las ciudades, algo que, según Bonilla, no existe en otro país en América Latina.

Los concursos públicos impulsados por las Alcaldías de Bogotá y Medellín, entre otras ciudades, han promovido varias obras ciudadanas. Y se trata de trabajos forjados por varias generaciones de arquitectos, de orígenes diferentes, con valores y visiones de la profesión muy variadas. Cada uno tiene una interpretación del espacio y de la identidad cultural.

Con la globalización hay más referentes internacionales y, según Juan Pablo Aschner, profesor de la Universidad de los Andes, desde 2000 se diversificaron las prácticas arquitectónicas y surgieron otras formas de entender la ciudad. Así, la arquitectura colombiana se ha vuelto más universal, como dice Felipe González, quien cuenta que hoy en día “estamos haciendo arquitectura en Bogotá y en Medellín más para el mundo”. También influye que los profesionales se están formando en otros países y esto les da una visión más amplia.

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Otros coinciden en que estas últimas dos décadas se han caracterizado por una actitud de integrar el edificio y el espacio público y construir obras con un impacto social. Tal es el caso de Simón Hosie, quien hizo la reconstrucción de El Salado, en los Montes de María, con el proyecto Biblioteca Pública la Casa del Pueblo. También Lorenzo Castro y Ana Elvira Vélez, quienes hicieron el proyecto del Jardín Botánico de Medellín, o la generación de Juan Pablo Ortiz, Daniel Bonilla, Giancarlo Mazzanti y Felipe González, quienes han trabajado en proyectos de educación y tienen una actitud más abierta hacia la ciudad. Así lo cree González, quien asegura que “ese borde entre lo público y lo privado se diluye cada vez más”.

Por ejemplo, Silvia Arango recalca que hay una excelente obra pública en Medellín, el Colegio Santo Domingo, ubicado en el barrio Santo Domingo de la comuna 1, una de las zonas más deprimidas y violentas de esa ciudad. Detrás está el colectivo de arquitectos Obranegra.

Otro ejemplo de proyectos de impacto social en Medellín apareció con las Unidades de Vida Articulada (UVA), del arquitecto caleño Mario Fernando Camargo Gómez, quien adecuó los tanques de agua y los transformó en espacios públicos para fortalecer el encuentro ciudadano.

Aunque hay una variada muestra de prácticas y visiones en la arquitectura, esa diversidad también impone modas que pueden envejecer rápidamente. Bermúdez es muy crítico frente a esto y dice que “la arquitectura que vemos ahora busca una imagen por el hecho de ser imagen, en la que prima lo que se ve sobre el contenido”.

Otros aseguran que en Colombia predomina lo comercial. Para Arango hay un sector que produce metros cuadrados para vender y asegura que “hay una cantidad de modas fugaces, de edificios que se arrugan o tienen terminados metálicos y duran dos o tres años”. Para ella no son más que malas imitaciones de arquitecturas internacionales.

Esta tendencia parece ine-vitable y además se imponen tiempos y condiciones de entrega cada vez más cortos. Es así que la calidad de los proyectos seguramente no se va a equiparar a la genialidad de Salmona.

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Pero sí es valioso que en Colombia, en esta última década, se haya forjado una arquitectura que construye ciudad y el interés de sus profesionales hacia lo público es cada vez mayor. Además existen diversas aproximaciones a la construcción con el uso de materiales muy distintos y formas más globales. Esta variedad constituye un buen síntoma para la arquitectura del país frente a otros de América Latina.

La arquitectura colombiana está en otra dimensión y su énfasis de lo público resulta de varios esfuerzos de los dirigentes y sobre todo de arquitectos como Salmona, que impusieron su legado en una nueva generación de profesionales. En palabras de Bonilla, que el arquitecto esté involucrado con la obra pública, y que la obra pública tenga mérito y excelencia, quiere decir que está mejorando la calidad de vida de los ciudadanos.