Reflexión
Contra la mediocridad, elogio de la belleza
Planteando una serie de preguntas como ¿sabremos discernir entre lo que empobrece el mundo y aquello que lo enriquece? o ¿por qué no admirar la belleza de lo cotidiano en lugar de lo grotesco?, el filósofo Antonio Fernandez lleva al lector a reflexionar sobre la vida.
Seré muy breve. Para tratar sobre la mediocridad en un principio escribí varias versiones digamos canónicas, plagadas de referencias a autoridades en la materia, como los filósofos José Ingenieros y José Ortega y Gasset. Además de un cierto perfume elitista, el panorama que presentaba era sin duda bastante deprimente. Lo borré todo.
Así pues, en lugar de la clásica definición de mediocridad formularé unas cuantas preguntas.
Primera cuestión: la atención
¿A qué le dedican ustedes su atención? ¿Han pensado en el empleo que hacen de su tiempo? ¿En qué lo ocupan? ¿Eligen ustedes o se sienten víctimas de quienes seducen su atención?, ¿de quienes nos distraen continuamente?
¿Por qué no dirigir nuestra atención a lo que merezca la pena? En ese caso, ¿sabemos qué es valioso y qué no? ¿Qué es o no mediocre? ¿Qué es o no excelente? ¿Por qué no tomarse un tiempo y escapar al reino de la distracción permanente? ¿Por qué no vivir en los ritmos lentos y pausados de Erik Satie?
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Segunda cuestión: el dilema
¿Por qué regalar nuestro tiempo a quienes no nos ofrecerán más que vulgaridad?, ¿a quienes tratan de moldear nuestro pensamiento y comportamiento con sus retóricas simplistas?, ¿a esos memes y demás jerigonzas virales que no hacen más que embrutecernos?, ¿a esas grotescas soflamas de odio que polarizan y radicalizan nuestra sociedad?
¿Por qué abrir los oídos a charlatanes hábiles en el arte de medrar de la política espectáculo?, ¿a esos comunicadores propagandistas, lisonjeros y serviles que, bajo la pretendida objetividad o el relativismo absoluto que asegura que todo depende del punto de vista, intentan formatear nuestras mentes?
¿No es mejor escuchar a Bob Dylan que el raquítico parloteo de la política reducida a teatro de apariencias?
Tercera cuestión: La belleza
¿Por qué no admirar la belleza de lo cotidiano en lugar de lo grotesco? ¿Por qué no escuchar música que nos enriquezca en lugar de ruidos que nos envilezcan? ¿Por qué no sentir a George Harrison y su canción Be here now? ¿Por qué no desterrar lo mediocre para aprender a admirar todo lo bello que existe aquí y ahora? ¿Por qué dejarnos engañar con tantas retóricas farfulleras y fascistoides cuando hay tanta belleza a nuestro alrededor?
Cuarta cuestión: “Estar junto a quien amo”
¿No han pensado en que hay todo un mundo de libros al alcance de quien quiera ilustrarse con el pensamiento de las mentes más excelsas? ¿Por qué dedicar tiempo a fruslerías mediáticas y demás frivolidades?, ¿a esas series que eternizan artificialmente sus giros dramáticos porque su negocio reside en encadenar permanentemente nuestra atención?, ¿a los llamados streamers que devalúan el lenguaje y se sirven de los lugares comunes y clichés para hipnotizarnos?
¿Por qué no dejarse llevar por la palabra convertida en poesía, en algo fértil? ¿Por qué no rodearse de lo que uno ama? ¿Por qué no alejarse del espejismo de las dañinas trivialidades y leer a Luis Cernuda?
“La poesía para mí es estar junto a quien amo. Bien sé que esto es una limitación. Pero limitación por limitación ésa es después de todo la más aceptable. Lo demás son palabras que sólo valen en tanto expresan aquello que yo no pensaba o no quería decir”.
Quinta cuestión: la revolución silenciosa
¿Por qué no poner en marcha una revolución silenciosa y fría? ¿Por qué no apartarse del flujo incesante de las redes que nos vuelven cautivos? ¿Por qué no hacer que el smartphone deje de ser el centro de nuestras vidas y sólo sea un satélite periférico? ¿Por qué no preferir el silencio? ¿Por qué no aprender a escuchar en lugar de tanta barahúnda y tanto hablar por hablar?
¿Por qué no liberar tiempo, nuestro bien más preciado, para dedicarlo a lo que nos haga vivir mejor y con más sentido? ¿Por qué no hacer oídos sordos al embuste y las viles invectivas? ¿Por qué no concentrarse en los más ínfimos detalles de una simple conversación, de un rostro? ¿Por qué no mirar de vez en cuando lo que nos rodea como si fuese un paisaje artístico? ¿Por qué no fascinarse con la melancolía que supo plasmar la pintora Constance Marie Charpentier?
Última cuestión: el cielo y el infierno
¿Daremos su lugar a lo que merece en verdad la pena? ¿Sabremos discernir entre lo que empobrece el mundo y aquello que lo enriquece?, ¿entre los mediocres que se precian de ser excelentes y quienes lo son verdaderamente?
¿Por qué no leer a Italo Calvino y sus Ciudades invisibles en lugar de dejar que otros usurpen nuestra atención con sus nimiedades y parafernalias? ¿Por qué no hacer nuestra la tarea fundamental que proponía Calvino?
“Buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio”.
Epílogo
Cada cual, si así lo desea, se refugia en sus santuarios, alejados todo lo posible de supercherías y vulgaridades. Y habrá tantos santuarios y tan variados como gentes ávidas de una vida digna depurada del germen de la mediocridad.
Después de haber escrito a vuelapluma tantas y tantas preguntas, me retiro a escuchar apaciblemente otra canción de George Harrison, La luz que ha iluminado el mundo. Estar junto a lo que amo es poesía, lo opuesto a la mediocridad, y será la única definición que puedan ustedes leer aquí.
*Antonio Fernández Vicente es profesor de teoría de la comunicación de la Universidad de Castilla-La Mancha.
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