El Museo de Arte Moderno de Bogotá cumple 55 años en medio de problemas económicos. Acaba de relanzar una campaña de membrecías.

MEMORIA

¿Cómo se mantiene un museo?

El letrero de “Se arrienda” sobre la fachada del Museo de Arte Moderno de Bogotá puso sobre la mesa la difícil situación de muchos museos de Colombia, que a diario buscan recursos para mantenerse.

10 de febrero de 2018

Los bogotanos que pasaban por el centro de la ciudad el pasado 5 de febrero se llevaron una sorpresa cuando vieron varios avisos de “Se arrienda” sobre la fachada del Museo de Arte Moderno de Bogotá (MamBo). Muchos, indignados ante la posibilidad de que la institución estuviera en riesgo, subieron fotos y comentarios críticos a las redes sociales. Los rumores llegaron a las emisoras y, en pocas horas, el país ya debatía si se trataba de una acción artística o de una medida real que, en plata blanca, significaba la posible desaparición de una de las entidades culturales más reconocidas del país.

Luego se supo que se trataba de una campaña (o un ejercicio, como lo llamaron) para mostrar la magnitud de la difícil situación financiera del museo e invitar a las personas y a las empresas a sumarse al programa de membrecías y patrocinios. Pero en el ambiente quedó una gran preocupación. No es un secreto que el MamBo, fundado en 1962 por la crítica de arte Marta Traba, lleva un tiempo en una difícil situación. Claudia Hakim, quien lo dirige desde abril de 2016, repite, siempre que puede, que la plata no alcanza. “El museo no es viable –le dijo hace un año a SEMANA–. Yo podría cerrarlo en este momento, pero me la estoy jugando con mi tiempo, con mi salud, a punta de trasnochadas y de angustia por sacarlo adelante”.

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Es cierto que el Ministerio de Cultura y la Alcaldía de Bogotá entregan unos recursos cada año, pero sirven para financiar exposiciones y proyectos artísticos. Por cuenta de la institución corren los servicios, el pago del personal y el mantenimiento del edificio sede del museo desde 1985, creación del arquitecto Rogelio Salmona. Y aunque desde el año pasado el MamBo remodeló su sede, montó una tienda propia, arrendó el espacio para un restaurante y renovó su programa de exposiciones para acercarse a un nuevo público, todavía llegan meses en los que no tienen para pagar la nómina. Calculan que al año necesitan 1.500 millones de pesos. “Lo que yo recibo en taquilla, más la tienda que pusimos de artesanías, más lo que paga el restaurante me da el 30 por ciento de lo que necesita el museo para mantenerse mensualmente. Me faltaría el 70 por ciento”, explica Hakim.

Y la situación del MamBo se repite en muchos museos colombianos que cada cierto tiempo viven crisis económicas. De hecho, según las cifras del Programa de Fortalecimiento de Museos (PFM) del Ministerio de Cultura, más de la mitad no lograron el punto de equilibrio en 2016. Es decir, no son financieramente sostenibles. “Lo más complicado es el manejo de la caja, el flujo de recursos, es difícil sostener los edificios o hacer renovación tecnológica. La taquilla y el parqueadero nunca alcanzan”, explica María del Rosario Escobar, directora del Museo de Antioquia. 

Hay que entender, sin embargo, que no todos funcionan igual. Según las cifras del PFM, el 53 por ciento de los museos colombianos son privados (aunque sin ánimo de lucro), el 42 por ciento son públicos y el 5 por ciento, mixtos. Las entidades del Estado (Ministerio de Cultura, Gobernaciones, Alcaldías o universidades públicas) financian la mayor parte de la operación de los museos públicos, aunque estos también suelen buscar apoyo financiero en las empresas privadas y donaciones. Es el caso del Museo Nacional, el más antiguo del país, que recibe el 68 por ciento de sus recursos del ministerio y que tiene el apoyo de la Asociación de Amigos del Museo Nacional, una entidad privada sin ánimo de lucro que canaliza el 32 por ciento restante, a través de aportes de compañías, alquileres de espacios y venta de otros servicios.

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En el caso de los museos privados el tema es más complicado. La mayoría –a diferencia de unos pocos patrocinados completamente por empresas – debe gestionar donaciones, patrocinios y sobrevivir con lo que da la taquilla o la tienda. Es el caso del MamBo, el Museo de Arte Moderno de Medellín (MamM), el Museo de Antioquia, La Tertulia y muchos otros. Estos también reciben recursos públicos cuando participan de las convocatorias de las Secretarías de Cultura, las Alcaldías o el ministerio (que entrega recursos a las organizaciones culturales que presentan proyectos a través del Programa Nacional de Concertación), pero deben destinarlos a programas específicos y no sirven para pagar el día a día de la operación. 

La clave, como cuenta Juliana Restrepo, directora de Idartes y, quien estuvo cinco años a la cabeza del MamM, es la creatividad: “Los museos tienen que desarrollar programas y servicios innovadores, y presentarse ante la ciudad no como entidades pasivas, sino como actores con las puertas abiertas, que ofrezcan talleres, visitas guiadas y todo tipo de espacios”.

Algunos han logrado hacer las cosas bien. El museo La Tertulia, de Cali, por ejemplo, tuvo una crisis económica en 2009 que lo llevó a cerrar sus puertas, pues no tenía para pagar los servicios ni las obligaciones. Pero durante los últimos años no solo logró estabilizar un poco sus cifras, sino que aumentó el número de visitantes (la cantidad creció un 103 por ciento entre 2010 y 2017). La clave, además de una renovación de sus programas y de la estrategia para comunicarse con la gente, fue lograr el apoyo de la Alcaldía, las entidades privadas y las embajadas.

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El Museo de Arte Moderno de Medellín, por su parte, ha logrado que el 45 por ciento de sus ingresos provengan del sector privado. Y aunque las donaciones de las empresas han disminuido –pues varias de ellas prefieren focalizar las inversiones en áreas relacionadas con su negocio–, tienen un programa de patrocinios que ha logrado atraer a varias. Además, les ofrecen otro tipo de servicios como talleres de arte para sus empleados o regalos con el logo del museo o la imagen de alguna de sus obras para sus clientes.

La entidad amplió sus instalaciones hace dos años y hoy tiene espacios como una sala de cine y una tienda propia que también genera recursos. Y, como hacen varios de los museos incluyendo el MamBo, también alquilan algunos espacios y ofrecen membrecías para personas que, con una mensualidad o anualidad, pueden acceder a algunas exposiciones y servicios del museo gratuitamente. Otros, como el Museo de Arte Moderno de Barranquilla (MAMB) –que es gratuito–, optan por organizar ferias o subastas para financiar sus gastos cotidianos.

En el fondo, sin embargo, muchos creen que la mayoría de las dificultades tienen que ver con el papel que la sociedad colombiana le da a la cultura, y en especial al arte. “Muchos en el sector privado consideran que las artes plásticas son la cereza del pastel –dice María Belén Sáez, directora de Divulgación Cultural de la Universidad Nacional y del Museo de Arte de la misma entidad–. Y eso es debido a que el propio gobierno no le presta ninguna importancia. Eso se contagia en la sociedad”. De hecho, el presupuesto para cultura disminuyó este año y eso influye en la plata que le llega a todo el sector.

Solo hay que ver lo que pasa en Nueva York, una ciudad en la que el arte y la cultura ocupan un lugar preponderante. Allí las grandes familias, las empresas y algunos millonarios consideran un honor donar su plata a museos como el MoMA, y la sociedad los reconoce por eso. Lo más importante es entender que el éxito de un museo no solo depende de quien lo dirige, sino de toda la sociedad: los ciudadanos, las empresas, el gobierno y los medios de comunicación. Al fin y al cabo, su labor los beneficia a todos.