CINE
La luz del fin del mundo: positivismo y calidez en las peores circunstancias
Esta película melancólica y apocalíptica retrata la cotidianidad de un padre y su hija en un futuro próximo en el que una epidemia ha acabado con casi todas las mujeres. Calificación: Muy buena
En una época nada me gustaba más que una película del fin del mundo; así fuera regular o mala. El mundo podía acabarse con estallidos o con sollozos —como esas últimas líneas célebres del poema de T. S. Eliot—, no importaba; de todas formas ahí estaba yo, emocionado, de pensar en un fin no individual sino generalizado, como una gran comunión a la que está invitada una generación selecta de humanos. Daba tristeza pero también era un honor.
Luego vinieron asuntos del mundo real que hacían pensar en eso —bombas, guerras, atentados— y la proliferación de películas de superhéroes que terminaban tan vistosamente en eso. Y la combinación de ambas cosas, de lo apocalíptico real y lo catastrófico espectacular, enfriaron mi entusiasmo.
Ahora, las películas apocalípticas que sigo amando son como esta, que ofrecen finales sintonizados más con sollozos que con estallidos. Es algo muy conmovedor lo que el director y actor Casey Affleck logra acá, en buena parte porque pone el énfasis no tanto en la destrucción sino en la profunda melancolía de pensar en un pasado en el que aún las cosas estaban normales y en el reto de las incertidumbres de un presente que no se sabe cómo evolucionará.
Al comienzo no es claro que estemos ante un fin del mundo. Están un padre y su hija de 11 años hablando acostados mientras la cámara los captura cenitalmente. Es una conversación fluida, semi improvisada y larga sobre un zorro astuto que quedó por fuera del Arca de Noé, y lo que se siente ahí es algo nada común: dos sensibilidades sintonizadas en la invención de una historia. El hombre dice algo (Affleck, muy bien) y la niña (Anna Pniowsky, excelente) interpela, complementa y pregunta, y los dos se miran con atención, calibrando las reacciones del otro antes de continuar.
Pero en lo que hablan queda delineada básicamente la dinámica de estos dos personajes: el intento de él por ser positivo, alegre y por hacer reír, y la melancolía de ella, que se aliviana por momentos para eventualmente regresar.
En esa conversación sobre el Arca ya queda claro que en ese mundo una extraña enfermedad ha acabado con la gran mayoría de las mujeres. Y que estos dos andan mudándose todo el tiempo, tratando de que nadie los vea y evitando a los extraños que podrían tornarse violentos ante la presencia de una niña.
Es también una película que despliega sutilmente algunos problemas esenciales de la paternidad, la necesidad de proteger a los más pequeños, de prepararlos para un mundo distinto al que habitaron los padres y, al mismo tiempo, de darles suficiente autonomía y confianza en sí mismos como para que sobrevivan cuando no tengan a alguien ahí para guiarlos.
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Los paisajes nevados en los que transcurre y la relación de padre e hija hacen la película profundamente melancólica, aún en los momentos tensionantes que sirven para resaltar, por contraste, lo que este fin del mundo tiene de luminoso, tierno y hasta esperanzador.
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