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GALARDÓN

¿El Nobel de Bob Dylan es una mala noticia para los libros?

El último Nobel de literatura no está libre de polémica. Lo que para unos es un justo reconocimiento, para otros es un error histórico. El premio deja entrever que la Academia Sueca está cambiando.

15 de octubre de 2016

Las opiniones de expertos y fanáticos se dividieron cuando se anunció el jueves en la mañana que Bob Dylan, el cantante y compositor estadounidense, había ganado el Premio Nobel de Literatura. Algunos alabaron la decisión y reconocieron el valor poético de sus canciones, mientras que otros se escandalizaron por lo que consideran una pifia histórica.
Los 18 expertos que cada año hacen la elección estimaron que Dylan merecía un puesto en el olimpo de los mejores escritores por “crear nuevas expresiones poéticas a través de la gran tradición norteamericana de la canción”. Incluso, previendo las críticas de quienes se niegan a reconocer sus letras como literatura, Sara Danius, secretaria del Comité del Premio Nobel, dijo que el cantante era un poeta en la tradición inglesa y lo comparó con Homero y Safo, que “escribían textos poéticos destinados a ser escuchados, a ser interpretados con instrumentos”.

Más allá de la polémica, la decisión no sorprendió. Bob Dylan venía sonando para el Nobel desde hacía varios años y sus letras ya habían recibido premios: en 2007 ganó el Premio Príncipe de Asturias de las Artes y en 2008 recibió una mención especial en el Pulitzer. No solo eso. Varias facultades de letras han estudiado sus canciones y académicos, como el inglés Christopher Ricks (de las universidades de Oxford y Boston), han analizado su obra.

Dylan es uno de los genios musicales de esta época y eso no se discute. Robert Allen Zimmerman, perteneciente a dos familias judías que habían llegado a Estados Unidos a comienzos del siglo XX, nació en 1941. Vivió sus primeros años en Duluth, un pueblo de Minnesota, y su juventud en Hibbing, donde participó en bandas que interpretaban los éxitos de Little Richard y Elvis Presley. Tras matricularse en la Universidad de Minnesota empezó a interesarse por el folk, un género musical tradicional en su país. Pero en 1960 abandonó la universidad y decidió viajar a Nueva York para conocer a su gran inspiración, el cantante Woody Guthrie, quien estaba enfermo y hospitalizado en un psiquiátrico.
Ese encuentro transformó su vida. Comenzó a tocar en clubes locales y se cambió el nombre por Bob Dylan, en homenaje al poeta galés Dylan Thomas. Publicó en 1962 su primer álbum (Bob Dylan) con éxito moderado. Luego Joan Báez, cantante y activista muy popular en esa época, comenzó a interpretar sus canciones y a invitarlo a sus conciertos. A partir de entonces su fama creció exponencialmente y se ha mantenido vigente hasta hoy, a pesar de que atravesó un bache durante la década de los ochenta.

A la fecha, sus cifras impresionan: en 54 años de carrera ha publicado 34 discos, ha compuesto más de 2.000 canciones y ha dado más de 2.500 conciertos en todo el mundo. De hecho, desde el 7 de junio de 1988 arrancó su Never Ending Tour, una gira que no para y que durará hasta que ya no pueda subir a los escenarios. Por eso no es raro que, además de los reconocimientos literarios, haya ganado 12 Premios Grammy, un Globo de Oro y hasta un premio Óscar (mejor canción para la película Wonder Boys en 2000).

“Este Nobel es un reconocimiento merecido a un poeta en todo el sentido de la palabra, que ha encontrado elementos para darle forma a su arte a través de la gran tradición norteamericana, con temas como amor, desamor, tragedias, dramas, religión y hasta profecías”, cuenta Jacobo Celnik, escritor experto en rock. Para él, álbumes como Blonde on Blonde o Highway 61 Revisted y canciones como Idiot Wind, Blowin’ in the Wind, A Hard Rains Gonna Fall, Ballad of a Thin Man o Visions of Johana muestran esa fuerza literaria reconocida por la Academia.

Sus letras tienen un gran poder narrativo y prueban que Dylan tiene la capacidad de experimentar con el lenguaje. Han interpretado sus canciones una y otra vez artistas como Guns N’ Roses (Knocking on Heavens Door), Jimi Hendrix (All Along the Watchtower), The Rolling Stones (Like a Rolling Stone), The Birds (Mr. Tambourine Man), Eric Clapton (Don’t Think Twice It’s All Right) o Duran Duran (Lay Lady Lay).

Aun así, no todos aceptan que sus composiciones den para un Premio Nobel. El escritor Héctor Abad Faciolince le dijo a SEMANA que más allá de la calidad de las mismas, el galardón es una mala noticia para el libro. “Si hablamos de letras de canciones, yo habría premiado antes a Leonard Cohen, a Serrat o a Tom Waits, que han envejecido bien. Hay poetas puros mucho mejores que él en casi todas las lenguas. Son dos cachetadas dobles: al libro, a los poetas, a los cuentistas y a los novelistas. La Academia les dice: jódanse”. Con él está de acuerdo la poeta y escritora Piedad Bonnett, quien dice que “habría que darle un espaldarazo a la poesía más esencial, como la del sirio Adonis (considerado favorito para el Premio Nobel), que tiene más grados de dificultad, pero al dárselo a un cantante pueden hacer pensar que todas las letras de las canciones son poesías. Y no es así”.

El debate de fondo es qué se puede considerar literatura. No es la primera vez que la Academia Sueca toma una decisión por este estilo y en los últimos años ha premiado a figuras alejadas del novelista o el poeta clásico, como ocurrió con Alice Munro (2013), narradora de relatos cortos, y con Svetlana Alexiévich (2015), una periodista bielorrusa especialista en reportajes.

Sobre el efecto que puede tener esta decisión en el mercado editorial, Gabriel Iriarte, director editorial en Colombia de Penguin Random House, dice que no es un golpe para los libros, pero que valdría la pena preguntarse si el premio para Dylan es justo: “Hay poesía en sus canciones, pero que amerite un Nobel es otra cosa. Sin duda, su elección es audaz e inédita”.

Por estas determinaciones, algunos creen que los académicos buscan estar a la altura de la modernidad y que la cultura popular también importa. Winston Manrique, periodista de El País de Madrid, piensa que esas decisiones amplían las fronteras de la creación literaria y reconocen manifestaciones normalmente periféricas: “Antes que la escritura estaba la tradición oral. Lo que pasa es que hemos encorsetado el mundo, hemos etiquetado la creación, y lo que en realidad importa es la calidad de los versos”.

Varios de los defensores del Nobel de Dylan dicen que este recoge una tradición antológica. Los poetas antiguos eran juglares y trovadores que andaban por la Europa medieval cantando sus poemas, una tradición que murió con la llegada de la imprenta y la lectura. De hecho, líneas de Dylan como “¿Cuantos caminos debe andar un hombre antes de lo que llamen un hombre? ¿Cuántos mares debe navegar una paloma blanca antes de acostarse a dormir en la arena? (…) La respuesta, amigo mío, está soplando el viento”, eran citadas como poesía por algunos expertos antes del anuncio del premio.

El Nobel llega como un broche de oro para una carrera llena de éxitos y reconocimientos. Y aunque muchos aún no comprenden cómo la letra de una canción puede ser literatura, los libros y la música han estado ligados a través de la historia. El propio Gabriel García Márquez, nobel en 1982, solía decir que Cien años de soledad era un vallenato de 400 páginas. El galardón de Dylan lleva un paso más allá esa relación, pues como dice Sandro Romero, escritor y director de teatro, “le enseña a esta tierra de iracundos que la música, la literatura, el teatro, el cine, la arquitectura o el malabarismo son la materia de un solo sueño común”.