Industria musical
Crónica de la apertura del BIME Bogotá 2024: de charlas reveladoras, voces autorizadas y showcases asombrosos
Vivimos ‘de pe a pa’ la jornada inicial de este particular encuentro en torno a la música, a su industria y a las conexiones y reflexiones que debe generar para crecer de manera saludable. El balance en esta experiencia es ampliamente positivo, con interesantísimas charlas, paneles que dejaron datos asombrosos y conciertos memorables.
“Un día feliz es un día en el que sale algo creativo, una pintura, una canción, una letra...”, dijo, entre muchísimas cosas interesantes, el cantante Enrique Bunbury, asiduo visitante a nuestro país, en el que ha compartido muchísima de la música que ha hecho en solitario, como no lo hizo con sus coequiperos de Héroes del Silencio en su momento de gloria y posterior despedida.
Vale aclarar, en su defensa, y es muy pertinente hacerlo en el marco de este BIME, que en esos años noventa y los 2000 se vivía una época muy distinta para la industria musical y de conciertos en Colombia, apenas incipiente en lo que a grandes espectáculos se refiere. Esta realmente nació, en la gran dimensión que hoy habita con sorprendente cotidianidad, con el concierto de Metallica en 1999, que justo cumplió el 2 de mayo sus 25 años. Porque, si algo, el concierto de Guns N’ Roses frenó todo proceso unos años por cuenta del mucho caos que generó. En esos tiempos, hacer conciertos aquí era un acto de fe. Hoy, es la norma.
En esa charla inicial, el cantante zaragozano habló de su reciente crisis de salud. Reveló que, luego de muchas angustias fuertes que lo obligaron a cancelar su gran gira de 35 años de recorrido, hubo una feliz resolución. Al descubrir en el humo de los conciertos el gatillo de sus males, y eliminarlo, se recuperó. Por eso sigue componiendo, cantando, girando (en diciembre de 2023 pasó por el Movistar Arena de Bogotá) y plantea un nuevo trabajo discográfico, del que ya tiene que escoger entre las varias canciones que tiene.
La experimentada periodista Leila Cobo lo llevó por varios temas. Por eso Bunbury abordó su más reciente trabajo, “Greta Garbo”, del proceso de componerlo, junto con un amigo que atravesaba una crisis de salud mental. En el disco, como lo vivió la famosa actriz, el cantante se planteó también una vida sin más reflectores encima, como la que estuvo cerca de vivir.
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Enrique compartió detalles del libro que publicó recientemente, La carta, que nació de correspondencia con sus seguidores (y del que firmó cientos de ejemplares en la tarde). La carta, vale anotar, también se llama una increíble canción de Héroes del Silencio, la icónica banda con la que Enrique estalló a nivel iberoamericano (y que, contó, escribía sus letras como banda). Y esto nos lleva a su pasado...
Al respecto de ese pasado grupal e individual que le dejan tantos años de hacer música, Enrique se ratificó como un artista que no mira atrás. Le huye a la nostalgia. Y esto no solo implica que lo que más le interesa es lo que viene en el futuro (eso que día a día, de lunes a viernes, con disciplina de oficina, crea de a pocos); también implica que, cuando suena una canción de él en la radio, no la puede escuchar. Piensa en los errores, en los desafines, en las notas que hubiera debido cambiar, en las letras que hubiera querido escribir. Y, ¿quién se quiere someter a tal tortura?
Por último, vale destacar cuando mencionó que su formación fue autodidacta. Cuando fue donde una profesora de canto, esta le dijo que era mejor no enseñarle porque dejaría de cantar como él cantaba. En últimas, por esa razón, su academia fue cantar en su voz, como la forjó (luego de pasar por etapas en la guitarra y la batería), con pasión y disciplina. Porque Enrique, dijo, conoció a gente más talentosa que él que no trabajó lo suficiente.
Y, ante una pregunta, compartió “la clave del éxito”: una mezcla de algo que se puede llamar talento; una dosis de suerte, un factor de rodearse muy bien y un firme empeño. Por último, mencionó, y no fue menor, que dicha clave del “éxito” depende poderosamente de cómo se defina esa palabra...
La charla valiosa, la frase que retumba...
Vino luego el momento de librarse a las varias charlas, paneles, talleres, puntos de encuentro. Y como sucede en los festivales musicales, las tantas opciones interesantes disponibles van arrojando a cada asistente a la inercia de su propio interés.
Fue interesante sentir que en cada una de las charlas (que las hay, varias al tiempo) queda, como mínimo, una lección de peso (pero usualmente muchas más). En ese sentido, se hace muy valioso estar ahí y escucharlas, pero también el hecho de poder consultarlas en la plataforma del BIME hasta dos semanas luego de la culminación del mismo. Porque uno no se puede clonar, porque hay muchas cosas interesantes sucediendo a la vez, y porque realmente se prueban interesantes.
Saltamos de un panel sobre Venues que no son venues a otro abordando los retos y las identidades de los festivales, públicos y privados; presenciamos luego conversaciones sobre distribución digital y la necesaria presencia de los artistas en ese entorno; tratamos de asistir a un panel sobre cómo llegó el punk de Ataque 77 a toda Latinoamérica, pero el cuarto se quedó chico, prueba de la buena salud del evento, y hecho que habrá que tener en cuenta.
Como feliz opción, de rebote, llegamos a la conversación más concurrida de la tarde, que aún daba espacio para seguirla de pie. Esta hizo una radiografía del fenómeno de los conciertos de estadio, y dejó muchísimos datos interesantes aportados por todos sus participantes, incluso de su cumpleañero moderador (Jorge Ríos, CEO de TuBoleta), especialmente de Diomar García.
No es que sus demás colegas de panel no hubieran aportado datos tremendos y dejado lecciones. Lo hicieron. Mafe Sánchez, del Grupo Aval, pintó una radiografía de la tremenda dimensión del fenómeno y de lo mucho que han conseguido desde su grupo con esta apuesta (incluso haciendo más cercano a la gente un grupo que genera resistencia en muchos). Su colega de Ocesa, Jorge Cambronero, advirtió que en medio de tanta bonanza sostenida hay que considerar el peligro de la saturación de espectáculos, así como los precios, cada vez más altos, que el público ya protesta. Iván Alarcón, de Vibras Lab, que viene de romper moldes con la gira de Karol G, subrayó la importancia de rodearse con gente que sueñe tan alto como ustedes. Si de alguien se creen esas palabras, es de él, que es prueba de ellas.
Pero, volviendo a Diomar García, actor clave de la escena de los grandes espectáculos en el país, dejó frases contundentes. Una de ellas, que en las ciudades, en las administraciones distritales, los conciertos ya están a la par del fútbol en términos de prioridad. Las gramillas de fútbol ya contaban esa historia, pero escucharlo de su voz es grabarlo en piedra. Por otro lado, García estableció algo que parece obvio, pero no lo es, que hacer estos eventos requiere mucha escuela previa en escenarios más chicos y medianos. Primero la primaria. Y luego soltó una interesante confesión. Que partiendo del hecho que los artistas ahora tienen contacto directo con sus fans, hicieron una prueba de hacer conciertos sin prensa. Sin radio, específicamente, el medio de mayor reach en este país. El empresario añadió que sabe que la prensa es parte importante del ecosistema, pero que valía la pena hacer el test. El espectáculo se llenó.
Menos charla, más música
Luego de tantas palabras (valiosas eso sí), en la noche vino la vitrina para el tema del que todo el resto se desprende: la música. Escogimos ir a los showcases que tuvieron lugar en el bar Patrona. Si hubiéramos querido movernos, solo unas pocas cuadras nos hubieran separado de los otros escenarios, y esa posibilidad, ese circuito, es bastante destacable.
La noche empezó con una muy contundente presentación de La Pambelé. La orquesta bogotana, liderada por Camilo Toro, Miguel RoRebolledo y Lorena Contento, dejó en claro porqué su sonido y su espíritu actualizan la salsa potente de los sesenta y setenta desde el contexto de esta ciudad y este momento. Sus canciones nuevas sonaron particularmente potentes. Se nota que ese nuevo LP pegará fuerte.
Le siguió en escena el cantante vasco Gorka Urbizu con su banda, que cantando en euskera nos recordó que la música sentida y ejecutada con corazón no tiene que “entenderse” necesariamente desde las palabras para apreciarse. Si algo, sirvió para sumirse en esa propuesta inmersiva, algo más introspectiva. Fascinante resultó el tema de ver a un baterista y también a otra baterista, que en general, pero no en lo particular, hacían lo mismo. Él, una base más estable; ella, sumando un tom y su voz en momentos clave. Las canciones de Urbizu, de su nuevo trabajo discográfico Hasiera Bat, transmitieron la energía de un alma experimentada en desnudarse a través de la música y de una banda que viaja con él, siente con él.
Vino luego el momento de Niña Lobo. La banda uruguaya trajo su versión compacta, con Chane Pérez en los teclados y Camila Rodríguez en la guitarra y la voz. Comparado con los ensambles previos, la falta de la banda completa se sintió, y tuvieron que luchar contra el sonido (no solo ellas, pero ellas lo sufrieron alguito más). Y, aun así, estas dos talentosas mujeres conjuraron su atmósfera. Chane acompaña y amplía el plano con sus sintetizadores, pero entrega el escenario a la fuerza natural que es Rodríguez, con sus seis cuerdas y su voz al frente, diciéndonos muchas cosas desde el corazón. Una, que, quizá, es mejor no enamorarse. Ojalá las podamos ver en formación completa en Bogotá, de nuevo.
En el escenario vino luego el que, para nosotros, fue la presentación de la noche, de Queralt Lahoz. La cantante catalana entregó una experiencia supersónica, desde un piso ofrecido por sus dos grandes acompañantes, desde la excelente batería y desde la talentosa programación digital y uso de los drum pads. Pero claro, cohesionándolo todo, su impresionante voz en clave de flamenco, su presencia en escena, entre despreocupada, retadora, juguetona y desatada en el sentimiento. Su manera de mezclar géneros es intrigante y fluida, porque hay incursiones rítmicas y verbales varias que van del boleto a hip hop. Así, crea una atmósfera fascinante que se quiere volver a habitar.
Por último, Austin TV, desde el anonimato de sus máscaras, desde sus teclados esenciales, su bajo al frente, su baterista rotundo y sus guitarras, les subió a los decibeles y ofreció muchísima energía en su pospunk con visos de Mars Volta y sello propio. Abogaron por ser libres con la emoción, a no acallarla, y a apoyar lo que nace desde ahí. Cerraron con onda necesaria una excelente noche musical.
Después de empezar a las 9:30 de la mañana, escuchando a don Enrique, la jornada terminó a la una de la mañana, con el registro de estas ondas variadas de la música iberoamericana que vibra hoy.
Y ese fue tan solo el principio...
Así como varios de los artistas de la noche dedicaron sus interpretaciones a Steve Albini, pionero productor musical de la escena alternativa de los bajos ochenta y noventa, que falleció ayer, esta crónica va dedicada a María Fernanda Lizcano, una persona increíble que tuve la suerte de conocer.
La conocí en su fugaz paso por esta casa editorial, donde ya dejaba clara la firmeza de sus pasos. Mafe se despidió demasiado pronto de esta tierra, pero, en su lucha contra el cáncer, encontró la fuerza para intensificar su luz. Con o sin un cuerpo en contra, se propuso vivir todo lo que pudo. Además, y no es poco, decidió compartir su camino con otros, que apenas comenzaban a conocer la oscuridad de pensamientos que viene con enfermedades tan agresivas, para que no todo se viera tan oscuro.
Fuiste un talento periodístico y profesional solo menos enorme que tu corazón, descansa en paz. Te honraremos en vida.