Kurt Cobain murió a los 27 años, la misma edad en que otras leyendas de la música acabaron sus vidas de forma trágica.

MÚSICA

Los 25 años de Nevermind: el disco que marcó los noventa

El segundo álbum de Nirvana fue un hito musical que transformó el mercado y se convirtió en un símbolo para los jóvenes de la década, conocidos como la generación X.

17 de septiembre de 2016

Kurt Cobain, el vocalista y guitarrista de Nirvana, apareció muerto en el garaje de su casa de Seattle el 8 de abril de 1994. Se había pegado un tiro con una escopeta tres días atrás, luego de escapar de un hospital en el que se recuperaba de una sobredosis de heroína. Su muerte conmocionó al mundo y lo volvió una leyenda. Y miles de jóvenes, que habían hecho del grupo un símbolo de su generación, quedaron huérfanos.

Los miembros de Nirvana (Cobain, Krist Novoselic y Dave Grohl) no querían la fama, pero la habían conseguido gracias a su música: un rock lleno de letras crudas y melancólicas, guitarras distorsionadas y melodías pegajosas. Era el grunge, un estilo que otras bandas ya habían utilizado, pero que ellos popularizaron en todo el mundo con Nevermind, su segundo álbum, que esta semana cumple 25 años.

Ese género musical había nacido en Seattle, una ciudad de menos de 700.000 habitantes ubicada al noroccidente de los Estados Unidos. Allí, a mediados de los ochenta, los jóvenes locales tomaron elementos del punk y del heavy metal para crear un estilo nuevo, diferente de lo que se estaba oyendo en el resto del mundo. Muchos decían que era música ‘sucia’ y ‘de garaje’ y de ahí se popularizó el termino grunge. “Ellos no buscaban un cambio político y social, como muchos de los músicos de antes. Más bien nacieron como una forma de rebeldía ante la industria de la música. Lo que hicieron fue ir en contravía de lo establecido en ese momento”, cuenta el periodista musical Chucky García.

El experimento había tenido un éxito relativo. Varias bandas, incluida Nirvana, grabaron discos, salieron de la escena local y llegaron a otras ciudades de Estados Unidos. Pero Nevermind, lanzado el 24 de septiembre de 1991, llevó el grunge a otro nivel. El álbum fue todo un fenómeno: desbancó a Dangerous de Michael Jackson del número uno de Billboard, vendió en ocho años 10 millones de copias (cuando la disquera esperaba lograr 50.000) y el sencillo Smells Like Teen Spirit se convirtió instantáneamente en un clásico del rock.

Los críticos alabaron las letras –algunas más oscuras que otras– y el estilo, que mezclaba el sonido característico del grunge con melodías que lo acercaban a un público mayor. Las emisoras hicieron eco de canciones como Come as You Are, In Bloom y Lithium, y MTV comenzó a programar los videos de la banda.

Incluso la portada –un bebé de tres meses sumergido en una piscina mientras intenta atrapar un billete enganchado a un anzuelo– llegó a ser una de las imágenes más icónicas de la historia de la música y uno de los emblemas de la década de los noventa. Tanto que Spencer Elden, el protagonista de la imagen (quien ya tiene 26 años), hoy es toda una celebridad a la que buscan constantemente los medios de comunicación.

Un mensaje para la nueva generación

Desde ese momento, además, el panorama musical cambió. El rock alternativo entró de lleno en la escena y aparecieron otras bandas, como Pearl Jam, Soundgarden y Alice in Chains. Sus canciones melancólicas, las pintas con ropa raída y desaliñada, y el estilo descomplicado, completamente opuesto al pop que había dominado la industria durante la década de los ochenta, llamaron la atención de los jóvenes. Nirvana se volvió el símbolo de una generación y, según García, eso fue gracias a que Nevermind logró reflejar cómo se sentía una gran cantidad de personas. “La banda conectó con su época y con el joven promedio de ese entonces, que estaba buscando alternativas diferentes a las que encontraban en el mercado”.

Esos jóvenes, pertenecientes a lo que muchos sociólogos conocen como la generación X –nacidos desde mediados de los años sesenta hasta finales de los setenta–, habían crecido durante una época menos convulsa que la de sus padres, los famosos baby boomers de la posguerra. Estos, que soñaron con un mundo mejor, protagonizaron la paz y el amor de los hippies, el convulsionado Mayo del 68 y la guerra de Vietnam, en una época de conciertos al aire libre para millones de personas, como el legendario Woodstock.

Los X, por el contrario, nacieron en pleno auge del consumismo y los expertos los consideraban los niños de la sociedad de bienestar, dominados por una actitud más apática que la de sus padres ante la vida. Douglas Coupland en su libro Generación X: la revolución dormida los describió como una gente inconforme, hastiada y con tendencia hacia la depresión. No querían cambiar el mundo, sino que el mundo los dejara en paz. Por eso, al suicidarse Cobain se confirmó como una leyenda para todos ellos. La carta encontrada junto a su cadáver se convirtió en un manifiesto de sus preocupaciones: “Soy una criatura voluble y lunática. Se me ha acabado la pasión y recuerden que es mejor quemarse que apagarse lentamente”.

Para Sergio Roncallo, profesor de comunicación de la Universidad de La Sabana, los jóvenes de esa generación también quedaron marcados luego de ser testigos de cómo cambiaba abruptamente el mundo que conocían. “En los noventa cayó el muro de Berlín, terminó el mundo bipolar (entre comunismo y capitalismo) y triunfó el neoliberalismo en la gran mayoría de países. Fue como un despertar. Es una generación que empezó a preguntarse quiénes eran y hacia dónde iban, lo que los hace menos ingenuos que las anteriores”.

Por eso, esas bandas fueron todo un descubrimiento para ellos, que vieron sus sentimientos y su estilo de vida reflejados sobre los escenarios, que para entonces estaban plagados de figuras que no los representaban. “Más allá de lo musical, Nirvana y Pearl Jam nos ofrecieron algo que nadie había ofrecido hasta entonces: una actitud sencilla ante la vida. No buscaban protagonismo, no querían ser superestrellas, no había cantantes maquillados ni muchos arreglos. Solo se dedicaban a tocar canciones melancólicas, con un sonido puro y fuerte”, cuenta Luis Felipe Jiménez, un baterista colombiano aficionado y fanático del grunge.

Ante la popularidad de Nirvana, comenzaron a aparecer otros referentes culturales que engancharon a esa generación de desencantados. Películas como Vida de solteros de Cameron Crowe (1992), que habla sobre la movida juvenil en Seattle por la época en la que nació el grunge, o La dura realidad, la comedia romántica dirigida por Ben Stiller (1994), mostraron el estilo de vida y los cuestionamientos que rodeaban a muchos de ellos. Algo que también lograron libros como Trainspotting de Irvine Welsh (1993) –que a finales de la década fue adaptado en una exitosa película–, Fiebre en las gradas de Nick Hornby (1992) o American Psycho de Breat Easton Ellis (1991). Incluso el álbum Ten de Pearl Jam, que salió al mercado un mes antes que Nevermind, entra en el grupo.

Las cosas han cambiado 25 años después. Esos jóvenes inseguros, rebeldes y apáticos ahora son adultos que rondan o pasan de los 40 años y que, según un estudio que la Universidad de Michigan hizo en 2011, están satisfechos en sus empleos, tienen vidas personales exitosas y redes sociales extensas. Pero para todos ellos el legado de Nevermind sigue siendo inmenso. Porque varios álbumes pueden vender millones de copias en todo el mundo, pero solo unos pocos pasan a la historia como referentes de una época.