Homenaje

Daniel Barenboim: músico versátil y pacifista declarado

“Está claro que la Orquesta del Diván de Oriente y Occidente no puede conseguir la paz. Pero sí puede crear las condiciones para una comprensión sin la cual no es posible siquiera hablar de paz”: Daniel Barenboim. Por Emilio Sanmiguel.

Emilio Sanmiguel
29 de octubre de 2022
Barenboim encabeza la Staatskapelle de Berlín en una actuación en el Carnegie Hall de Nueva York.
Barenboim encabeza la Staatskapelle de Berlín en una actuación en el Carnegie Hall de Nueva York. | Foto: getty images

Muy pocos músicos de nuestro tiempo merecen el título de maestro como Daniel Barenboim. Porque a lo largo de su fructífera vida, artística y personal, ha demostrado con creces poseer el dominio de su oficio, la capacidad de transmitir, hasta donde eso es posible, su experiencia y conocimiento a sus discípulos y trascender con su arte para que este aporte un grano de arena en la construcción de un mundo mejor.

El hombre de las cuatro nacionalidades, argentino de nacimiento, israelí por decisión familiar, español por convicción y palestino honorario, es en realidad un ciudadano del mundo y, para no darle vueltas al asunto, un absoluto genio.

Daniel Barenboim a lo largo de su fructífera vida, artística y personal, ha demostrado con creces poseer el dominio de su oficio. | Foto: getty images

Niño prodigio y adulto digital

Nacido en Buenos Aires el 15 de noviembre de 1942, en el seno de una familia de ancestro ruso, parecía predestinado. A los cinco años, su madre, Aída Schuster, fue su primera profesora de piano. Cuando todo indicó, objetivamente, que se trataba de un caso de precocidad, típica del niño prodigio, su padre, Enrique, también pianista, tomó las riendas de su formación. Este había sido discípulo del legendario Vicente Scaramuzza, de cuya cátedra de piano salieron algunos de los más grandes pianistas de todos los tiempos, como Bruno Leonardo Gelber y Martha Argerich. Él fue su único maestro de piano.

Barenboim era apenas un niño cuando la familia, en 1952, emigró a Israel. Para ese momento ya había iniciado su vida como concertista en su país. En 1954 fue a estudiar al Mozarteum de Salzburgo, en donde trabajó, entre otras disciplinas, la dirección de orquesta con Igor Markevitch.

Barenboim fue uno de esos raros casos en que el niño prodigio deviene en músico excepcional. Es obvio que debió preocuparse para que su formación no se limitara el exclusivo mundo de la música y seguramente trabajó con más denuedo que la mayoría de sus colegas.

Prueba de ello es que tenía apenas 19 años cuando visitó Medellín para medírsele a uno de los retos más exigentes que puede enfrentar un pianista: las 32 sonatas de Beethoven, el Nuevo Testamento del piano; Bernardo Hoyos recordaba con emoción esa hazaña y hace apenas unas semanas, a raíz del anuncio de Barenboim de abandonar los escenarios por razones de salud, Martha Elena Bravo, que también presenció esa proeza, manifestó: “En el año 61, muy joven, lo vi y oí aquí en Medellín en las 32 sonatas de Beethoven, fue emocionante. Momentos sublimes que la vida nos brinda. Hombre grande, ha hecho de su carrera artística un compromiso social”.

A los 13 años, en 1956, tocando Mozart.
A los 13 años, en 1956, tocando Mozart. | Foto: getty images

Un músico comprometido

Martha Elena Bravo ha ido directamente a la nuez de este asunto. Que un músico, a los 80 años, por razones de salud, se vea forzado a abandonar la escena, es apenas natural. La inmensa mayoría de sus colegas han tenido que hacerlo un poco después de los 60. Barenboim pudo prolongar su carrera, de pianista y director de orquesta, mucho más allá de lo usual. Si su retiro ha conmocionado al mundo es porque se trata de un personaje de convicciones excepcionales. Un artista que, para decirlo sin rodeos, no limitó ni sus esfuerzos ni su arte al cerrado espacio del escenario musical. Que de por sí ya habría sido mucho.

Fue a lo largo de su carrera de 75 años, en el buen sentido de la palabra, un político y, si se quiere, hasta un provocador.

Su vida ha sido una cadena de toma de posiciones que se remonta a cuando enfrentó, con valentía y con respeto, al sector más conservadurista de la música para poner en tela de juicio la búsqueda, casi arqueológica, de la interpretación del repertorio, como se hacía en el pasado, que a su juicio, entrañaba peligros: “Esa ideología ha conseguido venderse como algo progresista. Por eso tiene tanto éxito. Cómo puede ser progresista algo que afirma ‘miremos hacia atrás’”.

Como director de ópera fue abanderado de las puestas en escena audaces, siempre y cuando no fueran en contravía de la música: “Me cuesta digerir esos experimentos de dirección en el Finale de Così fan tutte de Mozart. La música es muy sencilla, muy natural, en un radiante Do mayor, pero los directores de escena se devanan los sesos pensando en cómo demonios pueden cargarse este final”.

Con su primera esposa, la violonchelista británica más grande del siglo, Jacqueline du Pré.
Con su primera esposa, la violonchelista británica más grande del siglo, Jacqueline du Pré. | Foto: getty images

Otra batalla, que le dio la vuelta al mundo, la dio por la música de Wagner. De quien, desde luego, desaprobaba sus posiciones antisemitas y ruindad personal, pero, objetivo como era, reconocía la condición de genio del autor del Tristán y su influencia posterior, por eso no escatimó esfuerzos para poner su talento al servicio de su música, lo que le llevó a enfrentar a la fracción más ortodoxa de sus compatriotas en Israel, donde sus intentos por dirigir su música fueron sistemáticamente boicoteados. En alguna de sus actuaciones allí, para interpretar, como bis, una pieza de Wagner, invitó a abandonar la sala a quienes se sintieran agredidos.

Ahora bien, la gran batalla de su vida, como ser político, la dio al asumir una posición al frente del conflicto de Israel y Palestina. Convencido de que los palestinos estaban en su derecho histórico, por demás, creó la llamada Orquesta del Diván, conformada por instrumentistas de las dos naciones. “Israel tiene derecho de existir, el pueblo palestino tiene también derecho a un Estado soberano y legítimo”.

Con esa orquesta recorrió el mundo entero llevando un mensaje de convivencia en la paz por medio de la música.

Daniel Barenboim en su juventud.
Daniel Barenboim en su juventud. | Foto: getty images

Con la Orquesta del Diván hizo su segunda visita a Colombia, que ocurrió en el Teatro Mayor el 12 de agosto de 2010. Esa noche, dirigió dos sinfonías de Beethoven, la Heroica y la Pastoral. Dos visitas con casi medio siglo de diferencia. Para la primera, apenas empezaba a despuntar su celebridad; en la segunda, ya era una leyenda de la cultura. Ambas con Beethoven, el compositor de los derechos humanos, el luchador por la armonía entre los seres humanos, el mismo que dio la lucha para que el músico fuera un artista respetado y respetable.

Como si hubiera intuido que Colombia necesita mucho Beethoven y mucho Mozart.