LIBROS
David Fayad Sanz, autor de ‘Día Río’, un fotolibro como ninguno: “A este país le hace falta ver”
Dotado de una alta sensibilidad artística, el trabajo les pone rostros a las comunidades más olvidadas de Colombia, a los ríos que las unen, y a varias situaciones insólitas y reales que marcan este brutal, diverso y maravilloso territorio.
Día Río se ve y se lee, pero también se manipula y se siente en el tacto. El particular fotolibro nació de los muchos viajes que su autor, David Fayad Sanz, hizo en los últimos seis años de labor profesional, y en los que jamás consideró publicar nada. Ese hecho explica, en parte, por qué este guarda una propiedad tan franca: nació, no se le programó.
En estos trayectos, siempre acompañado de su cámara, Fayad Sanz visitó pueblos negros, indígenas y campesinos, a veces en son de instructor de radio, a veces en son de investigador o de productor de video. Durante sus varias estadías, no solo estableció un enlace profesional, también la confianza y el respeto para conocer a muchos de sus interlocutores que le permitió retratarlos. Y eso le ofrece al lector en este trabajo, una expresión artística de la proximidad que él logró y algo del contexto que adquirió en esos territorios. No es un tema menor, la cercanía. En gran parte, estas comunidades se sienten históricamente explotadas y no le abren sus vidas a cualquiera.
En su momento, a muchos de esos registros fotográficos Fayad Sanz los acompañó de escritos con detalles de las personas retratadas, y algunos de estos, escritos de su puño y letra, integran Día Río. Esa es una de las tantas aristas de un libro que se conjuga desde las fotografías, los textos cortos y puntuales, las Polaroids acompañadas de texto, las imágenes intervenidas, los mapas dibujados, y el respeto por el corazón de los pueblos visitados.
El libro es un feliz accidente de la pandemia. El parón y la insistencia del editor de Raya Editorial, Santiago Escobar-Jaramillo, fueron determinantes. Fue Escobar-Jaramillo quien lo instó a compartir los muchos registros hechos en esos viajes pasados (los buenos, los borrosos, los mal enfocados, todos), para de ahí elegir, encadenarlos y producir algo tan hermoso como valioso. Y eso entregan, un libro que le habla al país sobre sus venas olvidadas, los pueblos que estas unen, y los absurdos y paradojas que los habitan.
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Sobre los lazos de cuero que unen los cuadernillos, no es arriesgado decir que una editorial grande difícilmente hubiera accedido a un detalle así por costos y practicidad (y por tratarse de un autor nuevo). Pero la personalización genuina y artística tiene lugar en la independencia y, así no se haga por dinero, “vale la pena”, según el autor, que asegura ya haber cubierto los costos de producción. Además de impulsar una hechura creadora, Escobar-Jaramillo cumplió un rol esencial en Día río, pues supo ver en los registros de Fayad Sanz algo digno de un libro lleno de sensibilidad personal y de urgencia comunitaria. Además propuso el nombre. Otro detalle no menor corre por cuenta el prólogo del artista Pedro Ruiz, quien desde sus palabras sugiere una clave espiritual para vivir esta experiencia. SEMANA habló con el autor sobre un fotolibro como ninguno.
SEMANA: Ya les envió este libro a muchas de las personas y de las comunidades que lo inspiraron. Cuéntenos de la reacción que tuvieron...
DAVID FAYAD: Esa era mi mayor expectativa, porque representar a alguien es difícil, sobre todo si se trata de comunidades que muchas veces son cerradas en contar quiénes son o cómo son, porque han sido maltratadas y representadas de formas no tan profesionales o respetuosas. En muchos casos, con grupos indígenas, sienten que su imagen ha sido explotada para sacarle beneficio. Yo tenía un poquito de susto, pero la reacción ha sido muy amena. Se sintieron bien, les gustó, me llamaron, le dieron el teléfono a varios pelados que salieron, y estos también hicieron videollamadas y me echaron cuentos. Yo les mandé varios ejemplares porque siento que es una manera en la que ellos pueden contar en lo que consisten sus proyectos de conservación de otra manera, más allá del lenguaje técnico... contarlo bonito, viéndolo. A este país le hace falta ver. Esa reacción me dio mucha tranquilidad frente al trabajo.
SEMANA: No habla desde un lado periodista, historiador, artista o fotógrafo, pero integra esas facetas y otras más. Háblenos de los textos en este registro de ríos, rostros y vidas.
D.F.: Sabemos lo que pasa en este país desde las cifras y desde las generalidades, sabemos que las comunidades indígenas han sido excluidas. En el discurso lo tenemos muy claro, pero conectarlo con el rostro de una persona a la que le está pasando no es común. Es un país con muchas dificultades de acceso, entonces, las historias están ahí y no las vemos, y si usted no se acerca con rostros, usted no las siente. Mi idea era, a partir de esos relatos, de esos rostros, de esas situaciones, reflejar cosas que pasan en el país en términos generales. Sí, hay reflexiones históricas, pero no basadas en hechos puntuales, no se especifica que “la colonización campesina ocurrió en tal año, tal sitio, y se hizo de esta manera”. La reflexión general se da sobre cómo se dio esta colonización, cómo se estimuló a las comunidades (en principio) a tumbar bosque, y luego cómo sembraron algunos coca, pues era la única alternativa. También se reflexiona sobre cómo esa hoja, ‘negativa’ para una comunidad por el estigma que hay ligado a que de ella se produce cocaína, es algo sagrado para la comunidad indígena. Es ver cómo en un país se superponen muchas realidades frente a un mismo objeto.
SEMANA: El libro revela muchas situaciones absurdas de este país, también un reflejo de un país después de un proceso de paz...
D.F.: Cosas muy insólitas. Uno sabe que el país es inaccesible, pero no lo entiende hasta que tiene que subirse en una mula y darle 14 horas para ir de un sitio a otro y llegar con el culo roto. Y no se entiende cómo hay guerrilla con sistemas satelitales, y la gente pensará “¿por qué no los bombardean?”, hasta que vea por sí misma que es absolutamente inaccesible, que esa es la realidad del país. Y el hecho de que se mantengan esas culturas no significa que la gente se mantenga aislada. Debería haber acceso a la educación, a la salud, a muchas cosas que no han llegado. En recorridos de horas y horas, me preguntaba si algo le pasa a alguien acá, ¿qué hacen? Me decían: “Entre cuatro hacemos una camilla improvisada con una sábana, nos vamos seis, cuatro llevando a la persona y nos vamos turnando de a dos”, porque se demoran por lo menos dos días sacando a una persona enferma. Y nos decían que había sido zona minada, que había que tener cuidado… Toda la mierda. Y uno asume esos riesgos. Y uno lo asume por un ratico, pero hay gente que vive en ese riesgo, y esa es otra vuelta. Uno va de turista.
SEMANA: Se dio este libro casi que orgánicamente, producto de usted llevando su cámara a los muchos lugares a los que su trabajo lo llevó. No hubiera sido igual hacer el libro proponiéndoselo antes. ¿Cómo fue esa relación de la gente y su cámara? Son fotos que transmiten cercanía, confianza, y eso toma tiempo...
D.F.: Cuando uno empieza a hacer fotografía, tiene la idea de que la fotografía son instantes únicos que pasan y que hay que capturarlos o si no eso se pierde. Eso pasó, en fotografía de guerra y en ciertos hechos, pero creo que cuando se trata de fotografía documental no se trata de esos momentos, se trata de la cercanía que uno establece con las personas.
Si yo hubiera hecho el libro pensando primero en tomar las fotos, con esa idea preconcebida, creo que me habría perdido la oportunidad de escucharlos y de entenderlos primero. Entonces, en gran parte yo creo que la vida también fluye como los ríos que están en ese libro. De alguna manera se fue encauzando todo a medida que yo iba recorriendo y conociendo a la gente. Y los pude conocer porque hacía radio, con ellos, hacíamos entrevistas y compartía su cotidianidad. Como son lugares alejados, me quedaba en sus casas. La cámara fue un mediador pero cuando ya había una confianza establecida. Al Amazonas viajé cuatro años seguidos, o cinco, y en esos años, esa gente la veía en cada uno de mis viajes, había una relación construida en tiempo . Creo que sin eso no habría sido posible esto. El libro hubiera sido otro, quizás menos artístico en cierto sentido, tendiendo hacia el reporterismo gráfico, pero no creo que hubiera despertado en mí tantas sensibilidades y reflexiones. Y jugaron más sentidos más allá de la vista, el oído, el tacto y eso se despierta ahí.
SEMANA: La palabra sensibilidad sí que aplica, y es interesante que desde esa perspectiva se le ponga rostros a estos pueblos ignorados, abusados. Cuéntenos de ese trabajo de edición de ese archivo fotográfico y de todo el material que derivó en ‘Día Río’.
D.F.: Yo tomaba fotos, y lo hacía de manera muy intuitiva al principio. Yo había pasado por la universidad, estudiando periodismo, y tuve un profesor de fotografía pero fue algo muy circunstancial, pero desde ahí me gustó. Y fui trabajando, y la vida además me dio la oportunidad de conocer fotógrafos en el camino que me dieron claves y me enseñaron cosas. Entre esos Santiago, (Escobar-Jaramillo), Federíco Ríos también, con quien hice un par de proyectos. Andar con gente que sabe más que uno es maravilloso, uno siempre debe estar con gente que tiene algo para enseñarle. Y en esos camino uno iba tomando cosas, pero yo veía que mi estilo no iba como por ninguno de esos dos lados, ni tan artístico como el de Santiago ni tampoco estaba para hacer la fotografía documental que hace Federico, pero recogía cosas de ahí.
Y un día me conseguí impresora Polaroid, porque me parecía tremendamente jodido que cuando iba a los territorios, usted le tomaba fotos a la gente y no podía dárselas. La gente quería verla, la veía en pantalla pero se quedaba con las ganas. Y compré esa impresora, y escribía cosas, a veces, de lo que pasaba, de lo que me acordaba. En uno de esos viajes hice una foto y la puse en el territorio, y empecé a jugar con eso cuando la imprimí, y después todo el mundo quería fotos. Entonces me senté, en Yurumanguí, al lado del río, y la gente pasaba y yo le tomaba una foto y se la regalaba impresa. Así empecé a armar cosas con ellos, y todo el mundo quedaba contento.
Empecé ahí a armar estos diarios visuales también. Los armaba y escribía, después los pulía en Bogotá, y o rehacía algunos. Y cuando empecé a tener todo esto, Santiago empezó a decirme “Venga, armémoslo”. A mí me costaba pensar que tenía material para hacer un libro, jamás me lo imaginé así. Primero hice unos textos, se los mandé, y él me insistió en que era un fotolibro, y me tocó borrar todo. Esperé a que él me mandara la selección de fotos, y sobre eso volver a escribir todo. Mi esposa Natalia me ayudó, y me di cuenta también de que faltaban muchas cosas que realmente no podía completar. Así que dije, completemos esto, y no será con un mapa de Google Maps, entonces pintémoslo. Y pese a mis fracasos artísticos me senté a pintar en la pandemia y a sacarlos. Calcando, de todo, mi hijo me ayudó, hicimos fondos... Y ahí me di cuenta de que podía integrar muchas más cosas, que no era solo fotografía, también era texto y dibujo, y se volvió casi un proyecto de familia, maravilloso, divertido, autofinanciado. Y ahí empezamos a montarlo, con Santiago y su capacidad de ver cosas que a mí me impresiona...
SEMANA: ¿Se refiere a ese ojo para escoger entre lo que usted había fotografiado?
D.F.: Sí. Yo empecé mandándole las fotos que yo creía que eran buenas, y él respondió “hmmmm, ¿no hay más?”. Y lo había, pero yo que le iba a mandar toda esta porquería. “Mándeme, mándeme”, decía, y le mandé entonces todo el archivo. Casi me pega, me preguntó porque no había enviado todo eso antes. Y uno como con pena, de las fotos movidas, mal tomadas... pero cuando él empieza a encontrar en ese archivo cómo conectar las historias... al principio pensamos en hacer un libro más tradicional, de poquitas páginas, pero luego vimos que había del Amazonas, del Putumayo, y pensamos en los capítulos. Y luego entendimos que lo que conectaban esas tres comunidades, campesinos, indígenas y afros, eran los ríos. Y él se inventó el nombre, que me pareció muy atinado, viendo que había diarios escritos a manos sobre esos ríos que conectaban a esas comunidades. Pero los diálogos que él establecía entre imágenes... una pareja, mama e hija mirándose, y al pasar página, dos ancianos miran hacia lados distintos; al final están las vacas en contraste con la gente, y la deforestación. Eso yo no lo había visto nunca y estoy seguro de que no habría sido capaz de verlo. Eso lo ve alguien con esa capacidad de leer la imagen y de conectarla que tiene él, y me empujó mucho y por eso siento mucha admiración y agradecimiento.
SEMANA: Háblenos de la quimera del libro independiente, ¿cómo le va a uno en ese ecosistema?
D.F.: No podría hacer el contraste con lo que implica haberlo hecho con una editorial grande, porque si bien exploré la opción, tampoco me sentía tranquilo de pensar que lo que hacía se me saliera de las manos. Raya hace el trabajo editorial, pero no de distribución, entonces, de alguna manera, esta es una forma de democratizar la palabra, la reflexión, las ideas, y que se puede. No es barato, es posible. Ya pagué los costos de producción del libro, no hay un centavo, pero se pagaron los costos y tengo la gratificación de haberle devuelto a la gente todo este camello. No es una cosa para hacer plata. Es posible, además porque tantos medios nuevos e imprentas y voces hablando lo posibilitan. Hay que animarse, organizarse, conseguir el billete para arrancar, pero se puede hacer una preventa en Vaki, que fue como se hizo esto en gran parte. Hay alternativas y los resultados no son tan buenos monetariamente como lo serían en una editorial de arranque, pero al final sí es más gratificante y uno tiene control de lo que quiere decir, y eso vale la pena. Y el tema del libro amarrado con cueritos, los huequitos, eso no sería fácil, lo lógico sería recibir “Hagamos un libro normal”. Y eso no lo iba a negociar, esto era diferente. Pero se puede, se puede y vale la pena intentarlo.
SEMANA: El artista Pedro Ruiz ofrece un prólogo tremendo...
D.F.: Le agradezco mucho la confianza a Pedro, el apostarle a hacer el prólogo para el libro de un autor desconocido, sin trayectoria. Eso muestra su corazón. Incluso, en su exposición “Llanto celeste”, publicó una fotografía de ‘Día Río’. Es un hombre maravilloso.
*El libro se puede conseguir a través de la página www.davidfayadsanz.com o escribiendo al correo diariofotolibro@gmail.com.