Entrevista
Del erotismo, la respiración, la forma y los movimientos de las obras de Fernanda García Lao
En Argentina, la literatura de mujeres está en auge. Uno de los nombres que retumba es el de Fernanda García Lao. La periodista Victoria Hoyos habló con ella sobre su obra, por la que ha ganado premios como el del Fondo Nacional de las Artes.
Con todo y pandemia, pude tomarme un café en el barrio de Colegiales de Buenos Aires con la escritora argentina Fernanda García Lao; también dramaturga, poeta y actriz. Es autora de las novelas Muerta de hambre (Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes), La perfecta otra cosa, La piel dura, Vagabundas y Fuera de la jaula, así como del libro de cuentos Cómo usar un cuchillo. En 2015, publicó Amor invertido, en coautoría con Guillermo Saccomanno. Ha colaborado en distintas publicaciones a ambos lados del océano (Babelia, Revista Quimera El Buensalvaje, Las/12, Revista Ñ). Algunos de sus textos han sido traducidos al portugués, al inglés, al sueco y al griego. Ha publicado en Francia, México y España. Desde 2010 coordina talleres de escritura.
En la Feria Internacional del Libro de Guadalajara fue seleccionada como uno de los secretos mejor guardados de la literatura latinoamericana.
Siempre quise conversar con esta mujer. Su literatura me parece atípica. Está cargada de un humor irónico y negro que pocas mujeres se atreven a explorar, y que, combinado con erotismo y osadía, es un coctel que bien vale la pena conocer.
Es un desafío escribir literatura erótica y no caer en lo chabacano. ¿Cómo encontrar esa sutileza, ese insinuar sin caer en lo evidente y vulgar?
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Escribir cualquier cosa es un desafío. Y una prueba de absoluta imprudencia. Animarse a decir requiere impudor, ¿no? Habiendo tanto para leer. Escribir lo erótico es una provocación tan espinosa como escribir lo triste o lo absurdo. Pero no puedo privarme del placer de probar. No se puede escribir sin deseo, ya sabemos. Además, soy un cuerpo. Resultado de un apareamiento. El sujeto contemporáneo vive en constante estimulo sexual, pero tiene prurito de escribir una escena erótica. La palabra todavía conserva su provocación. Ver un culo es más fácil que nombrarlo. En todo caso, el desvío es la mejor opción, siempre. No la ambigüedad, sino el procedimiento poético. El corte, la insinuación, la locura.
La novela “Muerta de hambre” es protagonizada por una chica obesa y perversa, que come para protestar. Está enmarcada en un terreno oscuro con un humor negro único. ¿De dónde y por qué surgió este personaje? ¿Cuáles son las metáforas de esa gordura?
El personaje surgió a partir de la conciencia física, cuando aún trabajaba como actriz. Pedí un traje de gomaespuma para actuar una gorda que había escrito y al probármelo sentí asfixia. Y desesperación. Casi no podía moverme, no veía mis pies. Mi yo parecía haberse retirado hacia adentro. Ese cuerpo era literalmente un universo que imponía nuevas reglas. El mundo, inaccesible, más allá de mí. Las palabras que escribí no pude decirlas. Odié el asunto y desistí del traje. Pero me guardé lo aprendido para la escritura. La voz que surgió fue una voz en contra de la norma. Una mujer que ha perdido todo recato, ácrata y sola. Un permiso para decir que la forma es una marca, que ser mujer un fastidio, que el cuerpo una prisión, etc.
La novela también me parece una sátira del sistema tan perverso en el que vivimos, y que le exige a la mujer ser perfecta físicamente. ¿Cómo combina esa oscuridad con el humor?
Me interesa combinar lo que parece improbable. Si hay oscuridad necesito irreverencia. Por otro lado, el humor es algo que me define como persona. No puedo menos que encontrar hilaridad en la desgracia propia y en la ajena. El humor es una forma de poesía, además. Requiere velocidad y produce revelación.
¿Cuál es la importancia del cuerpo en su narrativa?
Todo lo que escribo atraviesa un cuerpo. No puedo decir una línea sin un corazón, un torso, una cabeza. Por otro lado, cada texto que escribo para mí es un organismo que requiere de determinadas propiedades físicas. Un texto tiene una respiración, un movimiento, una forma.
Lo más interesante de su literatura es esa irrupción del discurso, ese desvío del lenguaje. ¿A qué elementos recurre para romperlo?
Creo que el lenguaje ya estaba roto cuando yo llegué (risas). Empecé leyendo teatro del absurdo. Cuando quise escribir me encontré con que el discurso venía armado. Armado quiere decir roto, como un collage. Fragmentos, o dentelladas, debería decir, con las que debía hacer sentido. Nunca sé a dónde voy hasta que el objeto creado tiene algo de cuerpo. Ahí leo como si no fuera mío, con lógica y maldad. En cualquier caso, elimino los conectores. Equilibro el fraseo, tironeando de lo alto y lo bajo, de lo cruel y lo candoroso. No me interesan las escenas de relleno, las transiciones donde no hay inquietud u oscuridad. Pero en fin, yo escribo como pienso. No me gusta la impostación. Aun cuando lo artificial pueda interesarme, he de creer en el gesto trágico que oculta.
¿Cuál es el libro que más la ha perturbado y emocionado?
No hay uno. Me perturba Pizarnik cuando la leo, Bernhard, Kafka, Rimbaud. En el último tiempo, Diamela Eltit, Fleur Yaeggy y Marosa Di Giogio tienen un lugar de preferencia. Tan distintas, pero tan vivas que llaman mi atención.
Si tuviera que escoger un personaje de ficción de alguna novela para sentarse a charlar un rato, ¿a quién elegiría?
Cada libro que uno lee es una conversación en diferido. Ahora estoy releyendo Cumbres borrascosas de Emily Brontë y no sabría con quién quedarme. En todo caso, el espíritu de esta autora está ahí en cada frase, al alcance de mi mano. Ella dice y yo subrayo.
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