Entrevista
Del erotismo, los viajes y los sueños en la literatura de Pedro Mairal
El argentino irrumpió muy joven en la literatura. En 1998 ganó el Premio Clarín de novela por “Una noche con Sabrina Love” -que fue llevada al cine-, y en 2007 el jurado de Bogotá 39 lo eligió como uno de los mejores jóvenes escritores latinoamericanos. Este año sus exitosos textos están siendo reeditados.
Mairal ha escrito novelas, antologías y poemarios, y sus trabajos han sido traducidos a cinco idiomas. En 2021 su novela “Salvatierra” fue reeditada en España, y lo mismo ocurrió en Argentina con “El gran surubí”, una novela en sonetos muy original.
El elemento del viaje es una constante en su literatura, desde el joven de Una Noche con Sabrina Love hasta el protagonista de La Uruguaya. ¿Es para usted una especie de huida el acto de escribir?
Escribir es una huida pero hacia un lugar cercano al ser; es ir hacia el conocimiento y lo desconocido al mismo tiempo.
Para mí, el acto de la escritura es siempre una aventura y me lanzo a ella como los personajes se lanzan al camino. Siempre aprovecho sus movimientos y lo que les va pasando, sus asociaciones libres en base a lo que ven al costado del camino, y allí muestro la interioridad del personaje.
¿Podríamos decir que el erotismo está también en la dificultad, en la distancia de los personajes y ese tener que desplazarse para poderse encontrar? En ese orden de ideas, ¿sería la escritura también un acto erótico?
La distancia, sin duda, es siempre erótica; hay una dificultad para llegar al otro, y toda dificultad es erótica. Hay un esfuerzo, un deseo, una esperanza. Lo interesante es el contraste entre lo deseado, lo imaginado y lo real. Ese contraste me resulta atractivo.
Siempre es erótica la palabra porque es un código: las cosas están mostradas, pero veladas; sugeridas, y esa sugerencia es erótica.
Cuando hablamos de ficción y realidad, ¿qué tan necesario es exagerar una historia para hacerla creíble? O, ¿cómo no caer en los mismos elementos para hacerla verosímil?
La realidad no siempre es verosímil; no le interesa serlo. Dependiendo de la historia que esté contando, exagero algo que me pasó o le bajo el tono, lo llevo de uno a diez o de un diez hacia abajo.
Trabajo mucho con la periferia de la experiencia, es decir, no solo con lo que me pasa sino con lo que no me pasa, lo que casi me sucede. También hecho mano de ese borde que es un abanico de destinos que estaban allí. Son deseos, miedos y sueños; todo eso es la arcilla con la que trabajo.
Y en ese vértigo de la hoja en blanco, ¿alguna vez se sintió bloqueado antes de volver a escribir otra historia? ¿Cómo salió de allí?
Yo vivo bloqueado, pero siempre estoy entretenido en otra cosa. Cuando debería estar escribiendo una novela estoy haciendo cuentos o canciones, o cuando debería escribir un cuento, escribo teatro o un prólogo. Así se van dando las cosas a pesar de mi extraña voluntad.
Hay que fluir y jugar con distintos géneros. Cuando uno quiere hacer alta literatura o escribir una obra maestra, resulta amordasante, y esa capacidad de juego se recupera saltando a un género que no se ha practicado antes.
Creo que el truco está en tener cintura para desplazarse un poco de la auto exigencia que te termina silenciando, y volver a jugar.
Alguna vez dijo que el protagonista de su novela La Uruguaya era parecido a usted, y es cierto que cada historia tiene tintes autobiográficos. ¿Cómo se anima a abordar esos canales que pueden llegar a ser tan personales e íntimos?
Lucas, el protagonista, tiene la mitad de mí; tiene un costado antipático. Tomé cosas mías y las exageré. Me puse más oscuro, más amargo; usé la silueta de mi sombra, pero hice otra cosa, sino sería Pedro.
Me animo a abordar esos canales sabiendo que es ficción y que sale de una base, como lo llaman los psicólogos. Surge de un resto diurno que termina disparando un sueño. Me voy por esos canales de cosas que nunca sucedieron, pero que podrían haber pasado y están ahí vivas. Nunca aclaro qué es exactamente igual a mí, porque arruinaría los libros, pero me encanta que la gente sienta ese personaje creíble, humano; que se enojen con él y lo consideren real.
Su última reedición, El gran Surubí, rompió los moldes con un folletín ilustrado y en soneto que describe una Buenos Aires apocalíptica. ¿Cómo fue esa experiencia?
Inicialmente era un folletín, una novela por entregas para la revista Orsay. Tenía un costado épico. Intenté hacerla en octosílabos, pero falle. Luego intenté en versos de once, y ahí sí salió. Tenía antes los porno sonetos y tenía ya esa música en mi cabeza. Salieron como sonetos por donde corre el agua de la historia.
Mi editor me aconsejó que los escribiera todos juntos en esos meses para aprovechar el embrión y, creo, salió muy bien. Es una historia de pesadilla bastante oscura. Mezcla un poco un Moby Dick y un Martín Fierro. Está todo este río ahí; esta pulsión distópica argentina. Me encantó explorarla.
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