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Desmitificar a Cristo: el libro que intenta descifrarlo

Intenta descifrar a Jesús de Nazaret. Entre sus tesis habla de su relación con María Magdalena, la importancia de la participación de las mujeres en su movimiento, las escaramuzas con su familia y su ‘rivalidad’ con Juan el Bautista.

31 de marzo de 2018

De Jesús de Nazaret se han dicho muchas cosas a lo largo de la historia. Mientras que millones de personas lo consideran el hijo de Dios, la representación divina en la Tierra y el salvador de la humanidad, para otros simplemente fue un profeta con un buen mensaje de vida, cuando no un ser inexistente, inventado hace muchos siglos.

Cada vez que aparece una supuesta nueva información sobre su vida, casi todos muestran interés. Y es que Jesús es un enigma. No solo porque no dejó ningún relato o testimonio escrito sobre su forma de pensar o su fe –la tradición enseña que toda su enseñanza fue oral–, sino porque las únicas fuentes acerca de su vida y de su existencia provienen de los evangelios, escritos varios años después de su muerte con base en los relatos orales de sus primeros seguidores.

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Muchos académicos han acudido a ellos. Pero no solo a los cuatro evangelios canónicos (es decir, los que aparecen en la Biblia), sino a otros relatos no oficiales, o apócrifos, desechados en el siglo II o que han aparecido en hallazgos arqueológicos como los rollos del mar Muerto, encontrados a mediados del siglo XX. Aunque no tienen 100 por ciento de verosimilitud, dejan ver otra visión.

Clive Prince y Lynn Picknett hacen uno de los últimos intentos de estudiarlo en su libro Las máscaras de Cristo. Ellos son famosos por escribir La revelación de los templarios (1998), un éxito en ventas que se hizo popular luego de que Dan Brown lo utilizó como fuente para escribir El código Da Vinci. Hace varios años habían pensado escribir un libro sobre los orígenes del cristianismo, pero todo el impacto generado por el libro de Brown los llevó a enfocarse en una historia que analizara todos los mitos tejidos alrededor de la figura de Jesús.

“A pesar de su presencia omnipresente en nuestra cultura, Jesús sigue siendo una figura enigmática –le dijeron los autores a SEMANA–. Diferentes ramas del cristianismo han aparecido con versiones muy diferentes de él, y las investigaciones históricas de los últimos 200 años no han respondido la pregunta esencial de quién era y qué enseñaba. Esos misterios e incertezas nos llevaron a escribir este libro”.

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La obra, editada por Planeta en la colección Ocultura, analiza las fuentes históricas, los últimos descubrimientos académicos, los hallazgos arqueológicos y, por supuesto, los evangelios canónicos y otros relatos no oficiales sobre Jesús para hilar un ensayo que trata de darle forma al hombre real, al personaje que cambió la historia.

Los autores afirman que, al contrario de lo que piensan muchos escépticos, Jesús sí existió. “Irónicamente –explica Prince–, una de las mejores pruebas de su existencia viene de las contradicciones e inconsistencias entre los diferentes evangelios. Los relatos de un personaje inventado hubieran sido mucho más consistentes”. Sin embargo, explica, sus seguidores rodearon su vida de mitología luego de su muerte, como sucede con todo personaje histórico.

Para ellos, por ejemplo, algunos segmentos de la historia de Jesús no aparecían en la versión original de los evangelios y la comunidad cristiana los añadió unos siglos después. Los más importantes son la natividad (la historia de la anunciación, el pesebre y la estrella de Belén) y las apariciones de Jesús a sus discípulos luego de su muerte, aunque creen que hay suficiente evidencia de que murió crucificado y de que su cuerpo desapareció de la tumba (sin que esto pruebe que resucitó).

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El libro también toca en forma recurrente la relación de Jesús con su familia. No solo con María, su madre, de quien los autores tienen una visión muy alejada de la de la Iglesia católica (afirman que no hay pruebas de su virginidad y que nunca acompañó a Jesús), sino con sus supuestos hermanos. De hecho, para los autores resulta sorprendente que, a pesar de la veneración por la madre de Jesús, ella casi no aparece en los evangelios y no tiene mucha influencia en su misión, y que solo las referencias a los parientes de Jesús sean para mostrar una relación tensa, como en el Evangelio de Marcos, en el que en un pasaje su familia quería

llevárselo porque estaba “fuera de sí”.

Para el sacerdote jesuita Carlos Novoa, los autores del libro cometen el error de leer con ojos occidentales los evangelios, escritos por la comunidad cristiana primitiva, un pueblo semita, oriental: “Los evangelios no fueron escritos como libros de historia ni crónica periodística, no buscaban reproducir cada uno de los hechos puntuales de la vida de Jesús, y aunque tienen un núcleo histórico, su interés es mostrar sus actitudes, su forma de existir, su pensamiento, su bondad y su misericordia”. De hecho, cuenta, la Iglesia escogió los cuatro hoy considerados canónicos porque la comunidad cristiana de entonces (siglo II) los consideraba más precisos. “Los otros se pueden encontrar en internet, pero muestran a un Jesús deformado, un payasito o un ‘showman’. Y ese no es el espíritu”, añade.

Prince y Picknett también ponen el acento en tres personajes claves en la historia cristiana. El primero, Pablo de Tarso, quien aunque no estuvo entre los discípulos originales, se convirtió al cristianismo cuando perseguía a sus seguidores, gracias a una experiencia paranormal, y se constituyó en el responsable de esparcirlo fuera del mundo judío. De hecho, según los autores, tiempo después de la muerte de Jesús el movimiento cristiano se dividió en dos: uno liderado por Santiago (un supuesto hermano de Jesús) y algunos discípulos que se movían por Israel y tenían esencialmente un carácter judío; y otro liderado por Pablo, que se movía por Roma y otros lugares de Europa y Asia, y que seguía unas enseñanzas más paganas. “Lo más interesante es que, según nuestras investigaciones, la aparente contradicción entre los elementos judíos y paganos en Jesús no nació con sus discípulos, sino que estaban presentes en sus propias enseñanzas –explican los autores–. Incluso, algunos discípulos, como Pedro, se movieron entre ambas versiones”.

Al final, el movimiento de Jerusalén desapareció cuando los romanos suprimieron la revuelta judía del año 70 d. C. y la versión de Pablo prevaleció. Tanto es así que casi 300 años después se convirtió en la religión oficial del Imperio romano.

También tiene importancia María Magdalena. Más allá de las versiones que indican que tuvo una relación sentimental con Jesús, los autores creen que ella y otras mujeres que aparecen mencionadas en los relatos bíblicos (como Salomé) formaron parte importante del movimiento de Jesús, tanto como los discípulos hombres. “Pero ellas desaparecieron en los relatos posteriores. Solo las incluyeron cuando hubiera sido imposible dejarlas de lado”, cuentan. La razón, que no está clara, habrían sido los celos de Pedro o el hecho de que ellas quisieran hablar de enseñanzas de Jesús que los otros no estaban dispuestos a compartir.

El tercer personaje, Juan el Bautista, según los evangelios era el primo de Jesús. Para Prince y Picknett no hay evidencia de eso y, por el contrario, Jesús habría sido su discípulo preferido (una especie de Pedro), y quien continuó con el movimiento cuando Herodes encarceló a Juan. Incluso, dicen que Juan luego tuvo dudas y que varios de sus seguidores no aceptaron a Jesús. “De hecho, los seguidores de Juan lo consideraban el verdadero mesías. Incluso una religión herética que así lo consideraba rivalizó con el cristianismo por varios siglos, y aún existen entre los mandeístas de Irán e Irak”, explican los autores.

Esas tesis del libro ya generan polémica y molestias entre muchos creyentes. Y más allá de aclarar, aumentan el misterio sobre la figura de Jesús, que, sea como sea, marcó la historia del mundo para siempre.