Dónde están que no se ven
Amenazados por la violencia, refugiados en la academia o al servicio del estado y los partidos, los intelectuales colombianos brillan por su ausencia en los procesos que vive el país.
En general los intelectuales en Colombia son muy vanidosos. Carecen en su gran mayoría de una visión mundial de las cosas. Son considerablemente provincianos y eso les impide analizar situaciones que pasan y que no deberían pasar. Además se caracterizan por su falta de sinceridad a causa de los partidos políticos que terminan representando”, asegura el filósofo Rafael Gutiérrez Girardot, quien desde hace varios años vive en Alemania.
La afirmación no es muy alentadora pero, de igual forma, resume la posición de decenas de investigadores que se han propuesto evaluar el papel de los intelectuales en una crisis social como la que padece el país actualmente. “Yo creo que los intelectuales no han desaparecido. Los hay y todavía hablan, lo que sucede es que hablan en voz baja, con mucho cuidado, con mucha cautela. Es una vocación muy heroica. Lo que pasa es que la violencia los ha ido apagando”, opina el ex alcalde de Bogotá Antanas Mockus. De hecho, varios de los comentaristas más agudos de la realidad nacional (Alfredo Molano, Antonio Caballero, Antonio Morales, por sólo citar algunos de ellos) han tenido que irse del país a causa de las amenazas.
La función del intelectual de ayudarle a la sociedad a pensar, a comprender, a reconocer alternativas, a destacar lo que merece ser destacado en procura de lo justo, tal como la percibe el propio Mockus, tuvo su nacimiento ‘oficial’ a finales del siglo pasado con la publicación que Emile Zola hizo de su famosa carta ‘Yo acuso’ en el diario francés L’Aurore el 13 de enero de 1898. Allí expresaba su inconformidad sobre la forma como se estaba llevando a cabo el juicio contra Alfred Dreyfus, el oficial francés de origen judío sindicado de espionaje. La aparición al día siguiente de una declaración firmada por un grupo de profesores universitarios, escritores y artistas, apoyando la protesta de Zola con el nombre de ‘El manifiesto de los intelectuales’, ha servido para que el término cobre la dimensión de que hoy goza.
Años después figuras como Jean-Paul Sartre, Albert Camus y André Malraux encarnaron diversas luchas que les valieron la admiración del pueblo. La capacidad de movilización y el carisma que ejercían los diferenció de cientos de académicos, abogados, filósofos y artistas. Este punto es esencial para quienes han intentado una definición del término intelectual en medio de la extensa bibliografía que existe al respecto. Actualmente, tanto en Colombia como en Francia, país cuna de pensadores, los intelectuales parecen haber perdido su papel protagónico pero mantienen su participación en importantes debates.
“Sus intervenciones tienen que ver hoy con la defensa de la democracia y de los derechos humanos, con temas como la lucha contra el racismo y contra el resurgimiento de la extrema derecha en Francia. Dentro de las nuevas formas de intervención se puede señalar el movimiento de cineastas en favor de los indocumentados en Francia en 1996 y, a nivel internacional, la movilización frente a los conflictos de la ex Yugoslavia”, dijo a SEMANA Michel Trebitsch, codirector del Grupo de estudios sobre la historia de los intelectuales de París, al referirse al caso francés.
En su libro ¿Qué es un intelectual?, el escritor Tomás Maldonado afirma que la figura de quien toma posición sobre las más variadas cuestiones de la vida pública, de quien está al frente de las grandes luchas políticas y civiles, de quien se ha convertido en firmante de manifiestos y que a menudo está a la cabeza de las manifestaciones como “faro-guía, como gestor privilegiado del sol del futuro”, está siendo sustituida por personajes que son más eficaces en el ámbito público, como lo son ahora los periodistas de opinión y el político de profesión.
“Los verdaderos intelectuales, en buena parte, están en las universidades. La institución los atrae. El problema es que allí no se hacen accesibles al público. A veces emplean un lenguaje muy analítico, un lenguaje que no atrae, que se apega más a los datos. Pero su distanciamiento se debe, en parte, a las publicaciones en las que podrían aparecer. Las revistas y los periódicos prefieren un lenguaje frívolo, ligero. No como en otros países, donde hay una invitación al debate a través de diarios como ‘Le Monde’ de Francia o ‘El País’ de España”, comenta el filósofo Rubén Sierra.
Sin embargo hay quienes opinan que el principal problema para los intelectuales va por otro camino. “En Colombia, en el momento en que los intelectuales se vinculan a un partido político, claudican a su función y a su deber intelectual. Se convierten en personas auténticamente lamentables. No son lo uno ni lo otro y ya no saben representar nada. Cuando surge algún intelectual en las universidades los demás se lo quieren tragar. Lo someten a una serie de presiones, lo van ahogando hasta que lo obligan a vincularse a la mediocridad”, afirma Gutiérrez Girardot.
Algo no muy diferente concluye el historiador y politólogo Gonzalo Sánchez Gómez en su trabajo ‘Intelectuales, poder y cultura nacional’: “Los intelectuales como colectivo que procesa o define las grandes preocupaciones de una sociedad en un momento dado, y en un contexto precario como el nuestro, se realizan y se suprimen simultáneamente en lo público, en la política... Hoy, en Colombia, el desplazamiento a la política y a las funciones públicas equivale casi a asumir la anulación como intelectual. Las urgencias inmediatas de la política parecerían devorar las tareas del largo plazo de los intelectuales”.
“La política no tiene intelectuales. En realidad la política cada vez es más técnica, más manipuladora. Yo creo que una condición importante para ser intelectual es ser capaz de oponérsele al grupo político que él representa, y eso no sucede”, comenta Rubén Sierra.
Casi nadie se atreve a enunciar nombres de colombianos que reúnan las condiciones del intelectual. Nombres como Baldomero Sanín Cano, Estanislao Zuleta, Rafael Carrillo, Danilo Cruz Vélez brillan con luz propia. Pero la sociedad actual parece requerir cada vez más de líderes que la orienten en medio de un desencantamiento frente a quienes están en el poder. “Miren en las facultades de sociología que allí están”, asegura Sierra. Pero no es fácil identificarlos a primera vista. Sin embargo, a medida que la crisis del país se hace más profunda, la voz de los llamados a dar pistas para sacarlo del pozo es cada vez más tenue.