Música
El director de la banda de Juanes rinde homenaje a su padre, uno de los grandes compositores de la música llanera: Arnulfo Briceño
Hace 35 años murió Arnulfo Briceño, uno de los compositores más excelsos de la música colombiana, autor de himnos como ‘Ay, mi llanura’. Uno de sus hijos, Emmanuel Briceño, editó un emotivo álbum que le rinde tributo y recuerda su enorme legado.
El 11 de junio de 1989 se quedó a vivir para siempre en la memoria de Emmanuel, uno de los hijos menores de Arnulfo Briceño, quizás uno de los compositores más recordados de la música colombiana del siglo XX y autor de profundas letras como A quién engañas, abuelo y de ese canto de amor profundo por Colombia que se convirtió en himno del Meta: Ay, mi llanura.
Desde Amberes, en Bélgica, donde se encuentra de gira, Emmanuel, que por entonces tenía solo 12 años, recuerda que la tragedia tocó a las puertas de su familia un domingo. Los nueve hijos del maestro Briceño se encontraban en su casa, en el barrio Minutos de Dios, en Bogotá, y vieron salir a su padre rumbo a Tame, Arauca.
Luego, partieron hacia la misa que los convocaba, sin falta, cada semana. Cuando regresaron, al mediodía, su mundo pareció derrumbarse: las noticias informaban que la avioneta en la que viajaba Briceño había sufrido un accidente debido al mal tiempo y estaba desaparecida. No se sabía si había sobrevivientes.
“Pasaron varias horas hasta que los organismos de rescate dieron con el lugar del accidente, pero por el clima resultaba difícil llegar y les tomaría mucho tiempo. Fueron unas horas de angustia para mi mamá y mis hermanos, porque llegaban toda clase de versiones, que a veces nos daban esperanza. Pero sobre la medianoche se confirmó que fue encontrado el cuerpo sin vida de mi padre”.
Cuenta Emmanuel que su madre aún conserva el reloj que llevaba Arnulfo aquel domingo, “que se detuvo a las tres en punto. A él lo encontraron sobre la falda de una montaña, mirando hacia el Llano, como si al momento de su muerte buscara despedirse de esa tierra que tanto amó”, relata su hijo, que no solo abrazó el mismo camino de la música, sino que hace una década se convirtió en director musical de la banda de Juanes.
Mucho antes de eso, Emmanuel y sus hermanos comenzaron a acariciar la idea de un álbum que rindiera homenaje a ese letrista, compositor, cantante y director de coros, que supo moverse por igual entre la música tropical, los boleros, las rancheras, el bambuco, los pasillos, los vallenatos y, claro, la música llanera, la favorita de todas.
De ese sueño largamente aplazado nació Canta Llano, tributo a Arnulfo Briceño, un trabajo musical que recoge varias de las composiciones célebres del músico nacido en Norte de Santander, junto a otras canciones inéditas. Catorce en total.
“Es un álbum que refleja el amor de mi papá por el folclor llanero, una región tan importante, cuna de la libertad para Colombia, pero tan olvidada, que a veces duele. Es un canto a lo que mi papá amó y a su memoria”, asegura Emmanuel, que siendo estudiante de música en la Universidad Javeriana dedicó su tesis de grado a la memoria de su padre, y que, en su propia carrera como artista, recientemente se quedó con el Grammy Anglo y el Grammy Latino en la categoría mejor álbum de rock latino o alternativo por su trabajo como coproductor del disco Vida cotidiana, de Juanes.
“Siempre se pensó en hacerle un álbum que le rindiera homenaje a su legado cultural, que es tan inmenso. Fue una idea que tomó tiempo y se fue madurando con el paso de los años hasta que di un paso adelante como productor musical para sacarlo adelante”, agrega Briceño.
Este tributo recoge canciones de su padre en las voces de Juanes, Fonseca, Orlando ‘Cholo’ Valderrama, Aries Vigoth, Walter Silva, Marta Gómez, María Isabel Saavedra y Álex Campos. Además, se sumaron desde Venezuela, donde la música llanera también tiene un fuerte arraigo, las voces icónicas de Reynaldo Armas y María Rivas.
Una de las piezas más emotivas de este trabajo discográfico es, precisamente, la versión de Ay, mi llanura, la composición más representativa del maestro Briceño. La interpretación estuvo a cargo de sus hijos y sus nietos. “Éramos más de 20 personas, porque no se nos ocurría una mejor manera de recordarle a él que su legado sigue vivo, que no ha sido olvidado”, asegura Emmanuel.
Dice, con este trabajo musical no solo buscaron recordar al músico y compositor excelso, sino también al padre de familia y esposo amoroso. “Fue un privilegio muy grande haberlo disfrutado, aunque solo pude tenerlo en mi vida por 12 años. Pero en ese tiempo fui testigo de su grandeza como ser humano. Vi a un padre que era a la vez un maestro para sus hijos, de la música y de la vida, que se esforzó porque nosotros fuéramos buenos ciudadanos”.
Es que, además de letrista, Briceño fue un director coral. “Escribía arreglos para coros. Recuerdo que, en el año 86, la arquidiócesis le pidió musicalizar una misa y él escribió Misa para coros el sol mayor, que fue interpretada frente a Juan Pablo II en el parque Simón Bolívar con un coro de más de 500 personas que él mismo dirigió”.
Emmanuel destaca a su padre además como un hombre hecho a pulso. “Venía del campo, de un hogar muy humilde. Creció en unas condiciones en las que parece no haber opciones para progresar. Y desde muy joven se involucró en la música: giró por Colombia, Venezuela, Perú y Ecuador con el grupo Los Pequeños Vallenatos, de Alfredo Gutiérrez”.
Pero no se conformó. “Siempre tuvo un gran espíritu de superación y una sed intelectual muy grande. Se casó a los 19 años, se graduó del colegio a los 23. Un coctel para que una persona no pueda progresar. Pero, debido a su buen rendimiento académico, se ganó una beca para estudiar Derecho en la Universidad Libre”. En medio de leyes y decretos, nunca alejó la música de su vida. Y al tiempo que siguió componiendo éxitos como Quinceañera, que hizo historia en los años setenta, se las ingenió para estudiar también Música en la Universidad Pedagógica.
“Y hasta allá me llevaba y me cambiaba los pañales. Mis hermanos ya grandes eran como su laboratorio para sus arreglos musicales, de donde salieron sus grandes composiciones”, anota Emmanuel.
Como abogado, asegura su hijo, Arnulfo luchó para garantizar un derecho que hoy sigue siendo un dolor de cabeza para muchos artistas: poder vivir de su música. “Ese era uno de sus sueños, dignificar el oficio del músico. Un oficio que él honró hasta el último de sus días”.