CINE

El doctor de la felicidad

Esta comedia francesa adapta una obra de teatro de los años veinte y la lleva a los cincuenta, en lo que parece ser una defensa de la medicina como un derecho para quienes pueden pagarlo. *1/2

Manuel Kalmanovitz G.
18 de agosto de 2018
El doctor de la felicidad

Título original: Knock

País: Francia

Año: 2017

Director: Lorraine Lévy

Guion: Lorraine Lévy, a partir de la obra teatral de Jules Romains

Actores: Omar Sy

Duración: 113 min

Como con Madame, otra comedia francesa estrenada hace poco, quedé confundido al terminar de ver esto. ¿De verdad había visto lo que había visto? ¿Se supone que uno se ría en algún momento? ¿A nadie se le ocurrió que el plantemiento tenía un airecillo apestoso a insensibilidad que ni siquiera la expresión simpática y cálida del actor Omar Sy lograba atenuar?

Esta es una reinterpretación de una popular obra de teatro de Jules Romains que, desde su estreno en 1923, ha sido llevada al cine o a la televisión decenas de veces, y que en esta versión se perfila como un manifiesto al individualismo más extremo, al lucro sin reservas, al sálvese quien pueda (aunque no es quien pueda, es quien tenga con qué) aplicado a la medicina.

Es un caso curioso este. Lo que en 1923 era claramente una premisa satírica de un médico inescrupuloso no muy lejano de los personajes ruines, intrigantes y obsesivos de Molière, en 2017 se lee como una propaganda a todas esas políticas que buscan destruir la red de protección social que los Estados ofrecen a sus ciudadanos, todo en nombre del individualismo, la libertad personal, el emprendimiento y sobre todo, aunque no se diga explícitamente, de la indolencia.

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Estamos ante un giro de 180 grados de la famosa sentencia de Marx sobre la historia que, en el caso de Napoleón I y Napoleón III, comienza como tragedia y se repite como farsa. Acá la obra de teatro que comenzó como farsa se lee ahora como tragedia, tanto de las figuras de autoridad que abdican su responsabilidad prefiriendo el lucro como de los pacientes mal diagnosticados que nada pueden hacer.

El personaje principal es Knock (Omar Sy), que vemos al comienzo huyendo de un par de matones en Marsella y alistándose como médico en un bote sin saber mayor cosa de medicina. En el barco, con bata blanca, decide que ahí está su futuro y cinco años después llega, titulado, al pequeño pueblo de Saint Michel, convencido de la necesidad de que la gente que anda tan sana por ahí se sienta mucho más enferma para el bien de sus estados financieros (y los del farmaceuta).

Omar Sy le da vida a Knock, un doctor francés que llega a un pueblo en el que intenta montar su negocio de medicina, haciendo que sus vecinos se sientan enfermos.

El tono con el que está retratado todo, su música melosa, lo luminoso de la fotografía, la simpleza de los estereotipos de los habitantes se combinan para más o menos neutralizar las resonancias satíricas de la obra original.

Pero lo que termina por enterrar definitvamente sus posibilidades irónicas es el mismo Sy que, con su gran sonrisa, su vozarrón y su expresividad limitada, se convierte en una especie de anuncio por la medicina más capitalista, negociante e inhumana que uno pueda imaginar, aunque con un rostro amable, digno de confianza, amigable.

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Esto podría ser una reflexión sobre esas píldoras envenenadas que resultan ser algunos dirigentes que, tras su bonachonería y aparente compasión, esconden un

desinterés profundo por los demás, pero la película no parece darse cuenta de estas posibles lecturas. Así, todo desemboca en un homenaje doble: a una versión idealizada de la Francia de los años cincuenta (¡sin tensiones raciales!) y a toda esta serie de políticas públicas bajas en empatía, pero muy de moda en todo el mundo. 

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