EL LIBRO DE VALLADARES
Poemas escritos en su celdA y recogidos por Piem Colendorf, antiguo compañero de prisión.
PRISIONERO DE CASTRO. Armando Valladares. Planeta. 1982.
En el prólogo de este libro Pierre Golendorf no solo denuncia la situación de Armando Valladares, el poeta condenado a 30 años de prisión en Cuba, y la de 20.000 presos más, sino que analiza exhaustivamente las motivaciones que a él lo llevaron a la Isla, en 1968. Aunque había pertenecido al partido comunista francés, como declara la sentencia que condenó a Golendorf a 10 años de presidio en Cuba por el delito de estar al servicio de la CIA --lo que nunca se comprobó-- era disidente antes de viajar a La Habana, a donde llegó a participar como fotógrafo en uno de tantos congresos como los que allá se celebran. Deseaba verlo todo con sus propios ojos a fin de publicar posteriormente sus personales conclusiones. Y en Cuba, en un principio lo envolvió la oleada alegre de la "fiesta-revolución", llena de ese movimiento y colorido que han captado tan bien películas como la famosa de Frank Casseti, la cual refleja una innegable y espléndida realidad "visual". Todavía en 1978 se leían sin ironía, comentarios como uno que publicó "Le Monde", sobre que las pancartas fijadas por doquier en La Habana con la leyenda: "Jóvenes del mundo, Cuba es vuestra casa", respondían a la verdad. Sin embargo, ¿cómo entender que un pueblo hambriento reduzca voluntariamente su escasa dieta, trabaje extra y regale días de salario para montar un espectáculo? La única respuesta lógica consiste en que al pueblo le toca obedecer los mandatos de una burocracia coercitiva. Y si hay burocracia coercitiva... Golendorf logró burlarla durante 3 años. Al final cayó en las redes del G2 (cuerpo estatal cubano de seguridad).
Pero el ex-fotógrafo no cumplió la totalidad de su condena y logró que lo repatriaran. En los establecimientos carcelarios que conoció y padeció, llamados eufemísticamente "de reeducación" (Oh, ese Combinado del Este terminado en 1975 para reemplazar las fortalezas españolas del Príncipe y la Cabaña, a pocos kms. de La Habana y con cabida, él solo, para 20.000 prisioneros), logró Golendorf informaciones suplementarias que ciertamente no pretendió al comienzo. En la antigua prisión del Príncipe acababa de morir Pedro Luis Boitel, a consecuencia de una huelga de hambre de 83 días. Era un estudiante católico que había participado en unión de otros condiscípulos como Haydée Santamaría, en las luchas adelantadas en tiempo de Batista. Y en la fortaleza de la Cabaña, en el año de 1975, entre un grupo de "calzoncillos" --presos así llamados por no disponer de uniforme, cojos, lisiados, desdentados, viejos prematuros que, como un rebaño blanco, exhibían sus cicatrices, rodeados de soldados verde oliva, oyó decir a Armando Valladares: "El Comunismo es la miseria y la miseria acarrea la maldad.. . La tiranía de este régimen es más implacable que la precedente. Bajo Batista, los comunistas participaron en el gobierno" En ese entonces Valladares no se había convertido aún en el inválido de hoy. Por negarse a aceptar la reeducación, se le privó durante un tiempo de alimentos, lo que le ocasionó parálisis. (En un poema dice: "Soy como un árbol pero un árbol triste". Luego, para castigarlo por el envío clandestino a su esposa residente en Miami de los poemas contenidos en este libro, se le encerró en una celda que él describe así: "Un pasillo largo, gris con 40 puertas de terror con planchas soldadas de acero con candados rusos enormes. Adentro la noche comunista eterna en dos metros de angustia de largo."
Valladares está preso desde hace 22 años. Ahora tiene 45. Aunque ha sido "adoptado" por 3 grupos que quieren ayudarle: uno sueco, otro holandés y otro alemán, Amnesty Internacional nada positivo ha hecho por él, como tampoco por el resto de presos políticos de Cuba. Entre los que figuran numerosas mujeres como la doctora Martha Frayde, una de las primeras ginecólogas graduadas en La Habana, dedicada a la práctica de su profesión y a la propaganda castrista, hasta que le llegó la hora de rechazar el absolutismo y entonces fue encerrada, sin consideración a sus méritos ni a su edad.
Para cierta clase de mujeres no hay remedio: cuando se decepcionan se suicidan o se mueren de tristeza, que es otra forma de suicidio. En el epílogo de esta recopilación, el disidente soviético Leonid Pliuch se refiere con nostalgia a que Fidel no realizó el ideal que se esperaba: hacer la revolución "con rostro humano". Ahora, caídos los afeites, ya no puede disimularse la pétrea contextura, aunque en el mundo existen todavía quienes cifran su mayor aspiración en recibir una invitación a Cuba. Si son afortunados podrán retratarse con el dictador, tal vez en los alrededores de las murallas, a poca distancia del Combinado del Este y de Armando Valladares.
Elisa Mújica