EL LIBRO HA MUERTO, VIVA EL LIBRO
Grandes series de TV son actualmente convertidas en libros. A pesar de los pronósticos, el libro no es una especie de extinción.
Durante las últimas décadas se ha intensificado una campaña de terribles presagios acerca del destino del libro como medio eficaz de comunicación; es aquella que augura su extinción, en razón de la efectividad de la imagen, y asevera que en unos cuantos años la gente ya no leerá novelas sino preferirá ver la película que se realice, abandonará la consulta bibliotecaria buscando rapidez y precisión informativa en las computadoras, coleccionará videocassettes en lugar de libros.
Se trata de un panorama hecho, por lo menos, a la ligera. Si bien los estudios, cada vez más sofisticidos acerca de los diversos fenómenos de la comunicación y sus medios, ya habían detectado hace años el hecho de que se trata de lenguajes o "códigos" diversos y diferentes, en el terreno práctico aún faltaban muestras de que el fenómeno pudiera favorecer algún día al libro, hasta cuando comenzaron a aparecer y a hallar un alto número de compradores, las series de la televisión cultural en forma de libros.
Tal es el caso, particularmente, de "La vida en la tierra", de David Attenborough, "El ascenso del hombre", de Jacob Bronowski y "La música del hombre" de Yehudi Menuhin y Curtis W. Davis. Se trata de series, dos de las cuales, los televidentes colombianos tuvimos el placer de ver en nuestros canales, producidas por la BBC de Londres y una de sus filiales, la Canadian Broadcasting Corporation, CBC. En el ámbito de la lengua inglesa, donde fueron originalmente difundidas, millones de televidentes que también las disfrutaron, llegaron a exigir su traspaso a libros, los cuales fueron rápidamente vendidos; hoy en día han sido traducidos a varios idiomas, y en todas partes recibieron una acogida similar.
Naturalmente, el hecho debería hacer pensar dos veces a los profetas de la "desaparición" del libro. Ya el ejemplo fácil de las obras escritas llevadas a la pantalla se ha invertido.
El código visual y el código textual se nos muestran más como complementarios que como rivales. En realidad, por otra parte, pese a las estadísticas que muestran bajos niveles de lectura en muchos lugares, lo cierto es que, igualmente, hay cada día más gente en capacidad de leer y que la compañía y el deleite que los libros han proporcionado durante tantos siglos a la humanidad, no pueden ser reemplazados con simpleza.
Lo que sucede es que el libro le impone calidad a las obras cinematográficas que aspiren a ser impresas. El hecho de que hasta ahora el fenómeno haya sido el inverso, se debe a que libros, y libros de calidad, de interés, divertidos, los hay desde hace mucho tiempo, mientras que el cine y la televisión han sido medios demasiado recientes en la historia humana, y que sólo con muchos años lograron ir definiendo su propio lenguaje, sus recursos expresivos y comunicativos autónomos. Ya el cine desarrolla más guiones propios que adaptaciones, y ahora el libro puede adaptar, seleccionando materiales.
Prueba elocuente de esto último la hallamos en los títulos mencionados; la serie sobre música de Menuhin y Davis, rompió el esquema academicista de difusión de la historia musical, hizo accesible a muchos la escala de valores de un fenómeno acerca del cual poca educación se imparte aún, y supo combinar la cultura clásica con las manifestaciones populares.
Otro tanto puede decirse de la historia natural de Attenborough, con más de 25 años dedicado a la radio y casi 20 como ejecutivo del canal 2 de la BBC dedicó tres años a la filmación de los 13 capítulos de su serie, que también se sale de lo convencional y que está actualizado. En ambos casos, el lenguaje de la televisión, su necesidad de condensar la información, no importa cuán ambicioso sea su objetivo, terminaron por darle a los libros una estructura novedosa. En el caso de Bronowski fue al revés, puesto que aquí se trataba de un escritor (poeta, inventor, autor teatral y matemático) que vertía uno de sus temas al "otro" lenguaje.
Naturalmente, para que estos libros tuvieran aceptación, era preciso que su edición fuera acompañada con abundante material gráfico. El Fondo Educativo Interamericano (editor en español) así lo comprendió, y plasmó tres libros de esos que se disfruta con sólo verlos. Esta es otra exigencia en este "intercambio de códigos" de la televisión al libro.
Al fin, uno puede decir con tranquilidad que los libros no equivalen a las películas originales, como tampoco sucede a la inversa; que por fortuna siguen siendo otra cosa, otro lenguaje: que no se van a ir extinguiendo como tantas especies...