CINE
El lobo de Wall Street
La quinta colaboración entre Martin Scorsese y Leonardo DiCaprio es el retrato de un hombre sin inquietudes morales, que celebra la ambición desbocada detrás de los escándalos financieros. ** ½
Título original: The Wolf of Wall Street
País: Estados Unidos
Año: 2013
Director: Martin Scorsese
Guion: Terence Winter
Actores: Leonardo DiCaprio, Jonah Hill, Margot Robbie.
La película número 22 de Martin Scorsese tiene muchas de sus marcas estilísticas: imágenes congeladas se superponen a imágenes en movimiento; la música choca ingeniosamente con lo que se ve; el protagonista comenta lo que sucede en una narración en off y, en lo temático, explora una subcultura peculiar, masculina y criminal, como las de Buenos muchachos y Casino.
Pero a diferencia de esas dos, El lobo de Wall Street no tiene ninguna tensión interna, ni moral ni de otra especie. Para el personaje central, el dinero es un fin en sí mismo, no importa cómo lo consiga. A diferencia del protagonista de Buenos muchachos, que tenía ataduras emocionales y sentimentales con el crimen (“desde que era niño quería ser un gánster”, decía) los deseos del personaje central acá son simples: “Siempre quise ser rico”.
La película se teje alrededor de este adolescente sublimado, carente de cualquier empatía hacia los demás. Quizá tenga algún valor como representante de una forma de pensar actual, de esa ansia de lucro que podemos ver en todos los escándalos financieros pasados, presentes y futuros. Pero eso no lo hace un personaje interesante.
Para Jordan Belfort (interpretado juvenilmente y con una chispa de manía por Leonardo DiCaprio) los remordimientos son tan inimaginables como la otredad y resulta, por lo tanto, incapaz de evolucionar. La película lo muestra igual al comienzo y al final, y las casi tres horas que se toma Scorsese para exhibir su sociopatía son interminables.
Está basada en las memorias de un corredor de bolsa que se hizo millonario en los noventa vendiendo acciones de empresas chatarra y convenciendo a incautos de que su inversión se multiplicaría.
Pero la película se cuida de no mostrar el otro lado de la ecuación, ver algo del sufrimiento de los estafados reventaría su burbuja adolescente. La primera esposa de Belfort menciona a los perjudicados de pasada, pero El lobo de Wall Street parece estar, como su protagonista, demasiado hipnotizada por lo que consigue el dinero (¡muchas clases de drogas!, ¡yates!, ¡prostitutas! ¡enanos para jugar tiro al blanco!) como para explorar cualquier consecuencia —ya sea espiritual, económica o social— de la rapacidad desbocada.
La publicidad de la película recalca su carácter independiente: DiCaprio la produjo y, gracias a él, Scorsese pudo poner todas las groserías que quiso y filmar todas las orgías que nunca había podido filmar. Pero es uno de muchos casos donde la libertad absoluta no es beneficiosa. Habría sido mejor reemplazar un par de orgías desabridas por algo de perspectiva, para que no se quedara en la celebración vacía de un estilo de vida y unos valores igualmente vacíos.
Pero el asunto es que, más que ser de Scorsese, El lobo de Wall Street es una película de DiCaprio. Él compró el material, contrató los guionistas y pasó años tratando de convencer al director de que tomara las riendas. Scorsese, como en las película de mafiosos, simplemente no logró decir que no.
CARTELERA
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