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El ojo de jade, primera novela de Trilogía negra de Pekín

Esta novela negra recrea la vida, los conflictos y las desigualdades de la China contemporánea.

Luis Fernando Afanador
16 de febrero de 2019
El ojo de jade, Mariposas para los muertos y La casa del espíritu dorado conforman la trilogía de la autora china, que nació en un campo de trabajo forzado y participó en los movimientos estudiantiles. | Foto: Getty images

Diane Wei Liang

Trilogía negra de Pekín

Siruela, 2017

200 páginas

En un vetusto edificio del distrito Chongyang de Pekín, el ruidoso ventilador parece impotente ante una oleada de calor en plena primavera. La investigadora privada Mei Wang atiende a un cliente, el señor Shao, quien se encuentra desesperado con las falsificaciones de sus exitosos productos para el cabello. “No quiero a la Policía en esto”, le advierte el señor Shao y le ofrece un jugoso anticipo. “¿No estará usted haciendo nada ilegal, ¿verdad?”, pregunta Mei. “Por favor, señorita Wang, ¿qué es legal y qué no lo es en estos tiempos? Ya sabe lo que dice la gente: ‘El partido tiene estrategias y la gente tiene contraestrategias’”. Por cierto, los detectives privados estaban proscritos en China, y Mei había recurrido a la contraestrategia de inscribir su agencia como consultoría de información. Desde los primeros párrafos ya están definidos una atmósfera, unos personajes y una ciudad. Ya estamos de lleno en el género negro.

Sin embargo, se trata de un abrebocas. El verdadero caso que abordará la joven detective en El ojo de jade, la primera novela de Trilogía de Pekín, será el de una valiosa pieza ritual de la dinastía Han, que aparentemente alguien robó del Museo de Luoyang durante la Revolución Cultural y pretende vender a un marchante de Pekín, quien a su vez la revenderá fuera de China –no importa que sea prohibido– por millones de yuanes. A los occidentales nos gusta el jade verde, el que usaban los mayas para hacer armas, por su fortaleza, mayor que el acero. Pero los chinos valoran más el jade blanco al que llaman piedra celestial. Escaso como los tesoros culturales arrasados durante esa locura que fue la Revolución Cultural: jóvenes guardias rojos competían en facciones y se peleaban entre sí para acabar con cualquier vestigio del pasado, de la “cultura burguesa”. Que no solo se reducía a los objetos: muchas personas fueron perseguidas y asesinadas, y los intelectuales fueron enviados a “reeducarse” con trabajos físicos en regiones remotas. Tal fue el caso del padre de Mei, un escritor que, por criticar la política de Mao, terminó en un campo de trabajo en compañía de su familia, aunque su madre lo abandonó a su suerte y regresó con ella y con su hermana Lu. Un pasado oscuro, un misterio por resolver que pesa todavía sobre la conciencia de Mei, pues su madre y su hermana son más pragmáticas y más acordes con los nuevos valores de la China moderna, donde el dinero y el poder lo son todo.

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Mei tenía un alto cargo en el Ministerio de la Seguridad, al que, inexplicablemente, renunció para dedicarse a ser investigadora. Algo que le reprochan su madre y Lu, que tiene un programa de televisión, se va a casar con un multimillonario y aspira a vivir siempre en el mejor barrio, en el Park Avenue de Pekín. Lu es experta en hacer guanxi, esto es, en tejer contactos e influencias, sin lo cual no se es nadie en la China comunista-capitalista. Le regala a Mei un Mitsubishi rojo y su novio le consigue un secretario –el encantador Gupin– para darle estatus en una ciudad donde la mayoría debe utilizar la bicicleta o el transporte público. Pero Lu no le vaticina mucho futuro a su hermana: es solitaria, orgullosa, idealista e insobornable. Y no sabe hacer guanxi. En otras palabras, es inmune al arribismo.

En todo caso, Mei posee un punto de vista –social y narrativo– envidiable. Gracias a Lu, puede acceder al mundo privilegiado de la nueva élite económica y política, y gracias a sus investigaciones, recorrerá el mundo marginal de los inmigrantes de provincia, los hoteluchos, los burdeles, los restaurantes baratos, la comida callejera, el esmog, los trancones, los edificios faraónicos. En fin, puede ofrecernos un retrato vivo del Pekín posolímpico, que nos recuerda también el potencial de la novela negra para hacer novela urbana. Aunque, lo importante, lo que nos convoca, es el misterio. El pasado familiar envuelto en la historia reciente del país y la peripecia del robo del milenario objeto ritual de jade. Con delicadeza, con asombrosa filigrana, Diane Wei Lang logrará tejer esas dos historias.