Entrevista
“El planeta nos está recordando nuestra insignificancia y nuestro vulnerable entrelazamiento con el mundo”: Robert Macfarlane
“La entrada al subsuelo se inicia en el tronco hendido de un viejo fresno.” Así comienza “Bajotierra”, el último libro del escritor británico Robert Macfarlane, quien dice llevar 20 años investigando la relación entre el paisaje y el corazón humano. Arcadia habló con él en el marco del Hay Festival.
Usted dice que durante dos décadas ha estado escribiendo sobre la relación entre el paisaje y el corazón humano. ¿Cómo llegó a hacer esa conexión y cómo influye en su método investigativo?
Crecí como alpinista y montañero, y a los veinte años empecé a preguntarme por el origen de mi amor por las montañas. ¿Por qué alguien estaría dispuesto a arriesgarse, a sufrir lesiones o a morir por amor a algo que no puede amarlo de vuelta? Eso me llevó a escribir mi primer libro, Montañas de la mente (2003), acerca de por qué la gente -incluido yo mismo- se siente atraída por las cumbres.
Años más tarde comencé a trabajar en una pregunta mucho más difícil y antigua: ¿por qué las personas se sienten atraídas por la oscuridad y los vacíos de la Tierra? De ese interrogante surge Bajotierra.
En cuanto al método de investigación, siempre escribo mis libros con un pie en la biblioteca y otro en la naturaleza. Me parece importante estar en paisajes sobre los que escribo, nadar, escalar, dormir y caminar en ellos, y escuchar a la gente y a las criaturas que los habitan.
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Escribe sobre la importancia de reconocer la vitalidad del mundo más allá de lo humano, y habla del Wood Wide Web, del concepto de tiempo profundo y de cómo los hongos rompen la definición de individuo. ¿Qué impacto ha tenido su investigación de la naturaleza en su visión del mundo?
El Wood-Wide-Web, esta antigua codependencia entre plantas y hongos, que convierte los árboles individuales en bosques interconectados, tiene 400 millones de años, pero la ciencia moderna sólo es consciente de ella desde hace un cuarto de siglo
La naturaleza es siempre más extraña, más profunda y más sabia de lo que pensamos. La arrogancia de esta fórmula globalmente exitosa pero eventualmente catastrófica del capitalismo colonial, ha reducido la “naturaleza” a un recurso, la ha convertido en una “reserva permanente,” en un conjunto aparentemente infinito de bienes y servicios para explotar indefinidamente.
De mis investigaciones sobre el subsuelo me fascinó la idea de que cosas que creíamos enterradas (fuerzas, entidades) están volviendo a la superficie: el permahielo que se derrite a medida que el planeta se calienta libera metano, cuerpos, virus... El planeta nos está recordando nuestra insignificancia y nuestro vulnerable entrelazamiento con el mundo.
¿Cómo podría ese estudio de la naturaleza impactar positivamente a la sociedad? Usted habla, por ejemplo, de los beneficios de pensar en términos de tiempo profundo.
Como especie, hemos demostrado ser muy malos futurólogos. Como individuos y como políticos no sabemos pensar a largo plazo. No pensamos en “tiempo profundo”, y el Covid-19 ha reforzado este cortoplacismo, porque estamos luchando por sobrevivir la próxima semana, mes, o año.
Mientras tanto, la crisis climática empeora.
Bajotierra aboga por una ética -y una política- de pensamiento profundo, reorientando nuestra práctica dentro de la larga historia y el largo futuro de nuestra milagrosa y hermosa Tierra.
Bajotierra salió por una serie de desenterramientos: los mineros de Chile, el volcán de Islandia... Cuéntenos sobre los diferentes tipos de desenterramientos que ha investigado, y lo que dicen sobre la historia de la humanidad y el estado actual del planeta.
Estos “desenterramientos” me han parecido característicos del “Antropoceno”, la época geológica de la humanidad que estamos atravesando. Una especie de retorno geológico de lo reprimido.
En Groenlandia, la capa de hielo se está derritiendo tan rápido que una base de misiles enterrada durante la Guerra Fría, llena de químicos contaminantes, está subiendo a la superficie. En Siberia, los restos de los cuerpos de renos que murieron de ántrax y fueron enterrados apresuradamente hace un siglo, están reaparecido porque el permahielo se está derritiendo. En el verano de 2016 eso generó un brote de la enfermedad.
Los glaciares y las regiones polares se están derritiendo; el fin del hielo está a la vista. El Ártico está pasando de ser una región de hielo y nieve, a una de agua y lluvia.
El subsuelo -como el universo y la conciencia humana- sigue siendo un misterio. Se han hecho importantes descubrimientos, pero todavía falta mucho por saber. ¿Cuáles son algunos de los descubrimientos más notables sobre los que se enteró investigado para Bajotierra?
El Wood-Wide-Web, ciertamente; es alucinante, y ha cambiado para siempre la manera como pienso en el suelo sobre el que camino. La materia oscura, la masa desconocida del universo que los astrofísicos estudian en laboratorios subterráneos. Ellos se parecen a los monjes medievales en su devota búsqueda de lo no verificable.
El hecho de que existe más biodiversidad en la corteza terrestre que en la superficie de la Tierra; un vasto y abundante mundo microbiano, tan diverso como cualquier selva tropical del Amazonas. En todos los lugares subterráneos que visité, encontré maravillas y terror.
¿Cómo es la experiencia de descender al subsuelo de la Tierra? ¿Qué pensamientos pasan por la mente? ¿Qué le ocurre al cuerpo?
El tiempo se aniquila y se expande. El cuerpo se convierte en un instrumento sensorial en la oscuridad, midiendo su propia volatilidad y vulnerabilidad contra el mundo de piedra en el que ha entrado. A veces la claustrofobia -en los túneles más estrechos como los de las catacumbas de París- se vuelve tan intensa que paraliza. Otras veces uno se siente curiosamente protegido.
De los paisajes del subsuelo que visitó, ¿cuál fue el que más le impactó? ¿Podría describirlo?
Descendiendo en rappel por un pozo vertical de agua derretida, en uno de los inmensos glaciares de la costa oeste de Groenlandia, en un verano de intenso y anómalo derretimiento. Fue como caer en la piel de una inmensa criatura herida que se mueve lentamente. La luz en el pozo, a sesenta pies de profundidad, era tan azul que me sentí empapado en ella, teñido por ella, azul hasta los huesos.
En Bajotierra, usted habla de las pinturas rupestres que vio, las huellas de manos color ocre en medio de oscuras cuevas (y también debajo de París, una versión más moderna de ellas). Son las primeras obras de arte. Sin embargo, cuando uno piensa hoy en obras de arte, su visibilidad se considera de suma importancia: dónde se exhiben, quién las vio... etc. Habiendo estado en esas cuevas, y visto esas pinturas rupestres en persona, ¿tiene una hipótesis de por qué fueron creadas allí?
Lloré frente a los Bailarines Rojos en la Noruega Ártica; aunque eso tuvo que ver en parte con las dificultades y los peligros del viaje que hice solo en invierno a ese remoto lugar. ¡Y son arte joven! Tal vez de hace 2000 años.
Recientemente, un grupo de científicos encontró en una cueva de piedra caliza en Sulawesi, Indonesia, huellas de mano color ocre, junto a la pintura de un cerdo salvaje creada hace 44.000 años. Sólo estamos empezando a seguir la historia de la creatividad humana en la oscuridad, del arte hecho en cooperación con la roca, el mineral, la luz y el agua.
No me atrevería a plantear una teoría, más allá de la descripción que doy en el capítulo de los Bailarines Rojos: de lo profundamente involucradas que estaban esas obras de arte no sólo con la cueva marina en la que fueron pintadas, sino también con el paisaje circundante de remolinos y afilados picos de montaña.
Usted conoce bien el impacto de las palabras en nuestra forma de pensar y percibir el mundo, y una y otra vez plantea una pregunta que formuló Jonas Salk: ¿Estamos siendo buenos ancestros? ¿Por qué le llama la atención esa formulación del interrogante?
Si hay una pregunta que me gustaría que todos los gobiernos y los individuos se hicieran, es esta: “¿Estamos siendo buenos ancestros?” ¿Qué estamos dejando atrás como especie para dentro de cien, mil o diez mil años. Ser un buen ancestro es diferente a ser un buen padre o abuelo. Es extender el cuidado a las personas futuras que nunca conoceremos, con las que no tendremos ninguna relación. El trabajo es duro pero también vital.
*Gracias al apoyo del British Council, Robert Macfarlane estará en conversación con Pablo Correa en el Hay Festival el viernes 29 de enero a las 3pm. A través de este enlace se puede inscribir en el evento.
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